LA CORUÑA / OSG: La patria para quien la trabaja

La Coruña. Palacio de la Ópera. 28-IV-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Alexandra Conunova, violín. Directora: Lina González Granados. Obras de Ravel, Saint-Saëns y Smetana.
Con un comprometido programa se presentaba al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia la colombiana Lina González Granados (Cali, 1988). Haber ganado en 2020 el Premio Georg Solti le ha procurado ser asistente de Riccardo Muti en la Sinfónica de Chicago hasta el final de la presente temporada y hasta 2025 será directora residente de la Ópera de Los Ángeles y, por tanto, trabajará muy cerca de James Conlon. Ello significa que es la suya una carrera no fulgurante en tanto en cuanto a su edad, pues hay directores a esas alturas ya con su propia orquesta, pero sí con importantes puntos de apoyo que, en buena lógica, le ayudarán a crecer sin prisa y tal vez también sin pausa.
Decíamos que el programa era comprometido porque se abría con una obra de la delicadeza de Le Tombeau de Couperin de Ravel, seguía con el Concierto nº 3 para violín y orquesta de Saint-Saëns y concluía con cuatro fragmentos de Mi patria de Smetana. Hacer bien el Ravel requiere un muy buen conocimiento de cuán sutil es el lenguaje del galo, de cómo pide elegancia y guiño, fulgor e intimidad, glosa del pasado y afirmación del estilo propio. La versión de la caleña no acabó de cuajar esa mezcla casi imposible, quedando un tanto mecánica la Forlane y a falta de mayor delicadeza el conjunto. Destacó en cada una de sus intervenciones, magnífica en el Menuet, la oboe Sofía Zamora.
Al contrario que sus conciertos para piano y orquesta, que van volviendo a las programaciones, los de violín de Saint-Saëns parecen tenerlo más difícil. Quizá porque obedecen a una retórica virtuosística que aquí no posee la gracia que sí muestra en el teclado. Todo es más previsible y también un poquito más artificial en el Tercero, escrito para un virtuoso como Pablo Sarasate. En La Coruña lo negoció con una cierta agresividad expositiva Alexandra Conunova (Chichinau, 1988), que asumía por fuerza o de grado la comparación con sus colegas programados antes que ella en el abono de esta temporada, nada menos que Sergei Katchatrian, Stefan Jackiw, Bomsori Kim y James Ehnes. No parece que la moldava llegue a ese nivel pero es que tampoco la versión que firmó con González Granados fue la ideal para establecer un punto de comparación por lo demás, es verdad, innecesario. El sonido pareció por momentos un poco agreste y el acompañamiento, por contra, más bien plano, de manera que la quizá mejor solución para esta música —no tomársela demasiado en serio— no fue posible. Hemos hablado aquí más de una vez de los encores no pedidos. En esta ocasión tampoco parecía procedente, pero dio la sensación de que Conunova quería sacarse alguna espinita, de manera que regaló una estupenda versión del primer movimiento, Obsession, de la Sonata nº 2 de Ysaÿe que valió por todo su Saint-Saëns y la puso en su lugar como violinista de altos vuelos.
Ocupaba la segunda parte, en la que las cosas cambiaron considerablemente, una selección de cuatro episodios de Mi patria de Smetana: Vyšehrad, Vltlava, Šárka y Blaník. Con todo y con eso hay que señalar que la obra no es nada fácil, tanto da si completa o troceada, pues la mayoría del público sólo conoce Vltava —El Moldava—, hay que dosificar su triunfalismo aparente y, al mismo tiempo, resaltar episodios que, sobre hacerla más íntima, la engrandecen, por no hablar de lo que procediendo de la música popular checa necesita que se insista en ese origen tanto como en su eficacia retórica. El caso es que González Granados consiguió llevar con solvencia las cuatro piezas a puerto seguro, creciéndose, ganando confianza a ojos vistas y firmando al final una muy buena versión. Y ello a pesar de que, al inicio de Vyšehrad, la maravillosa melodía del arpa —estupenda a pesar de ello Celine C. Landelle— fue atacada sin piedad alguna, al alimón por un tierno infante, que ya se había manifestado en la primera parte contrario a su situación de oyente forzado, y un teléfono móvil cuya propietaria comentó la jugada. Quizá por eso hasta la reexposición del tema principal no se estableció el orden en el escenario. A partir de ahí fue todo sobre ruedas. La maestra mostró sus dotes y la Orquesta Sinfónica de Galicia, quizá amostazada por esa primera parte un algo irregular, sacó lo que lleva dentro, es decir, profesionalidad, decisión y confianza en sí misma. Magníficas las flautas, y las cuerdas enseguida, en el arranque de El Moldava, clarinete y cuerda grave en el segundo tema de Sarka y, como era de esperar, las maderas y las trompas en el episodio central de Blaník a pesar de que sonaran dos teléfonos móviles dispuestos a romper el sortilegio en un alarde de falta de respeto por desgracia ya común a los conciertos de los viernes. Habría que hacer algo, como en las piscinas cuando… ya saben ustedes.
Luis Suñén