LA CORUÑA / OSG: generaciones juntas
La Coruña. Palacio de la Ópera. 9-XI-2022. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: José Trigueros. Obras de Humet y Groba.
En concierto extraordinario, fuera de abono, estrenaba la Orquesta Sinfónica de Galicia dos obras de autores españoles separados 38 años en su fecha de nacimiento y se diría que un mundo en su estética, por más que unidos en algo que a la postre es fundamental y justifica plenamente la convocatoria: los dos son interesantísimos compositores, sobre todo escuchados desde la relatividad asumida del concepto de progreso en música. El progreso está en el desarrollo de la obra propia, del mundo interior, aislado o compartible, que quiere representar y de la pertinencia de sus herramientas a la hora de hacerlo. En eso la velada del miércoles, precedida de un coloquio con los autores —Groba representado por su hijo Rogelio Groba Otero, también músico— fue ejemplar. Y antes de entrar en detalles habría que resaltar uno no menor: la presencia de un buen número de público y la abundancia entre él de gente, podríamos decir, madura. Desde la parte alta del patio de butacas eran muchas las cabezas canas. Resultó, pues, que en un lluvioso día de media semana que no invitaba precisamente a salir de casa, un concierto de música de nuestros días alcanza una audiencia más que respetable y con mayoría senior. Siempre habrá quien relativice la cosa, pero no deja de ser como fue.
Empezábamos con In the Distance, de Ramón Humet (Barcelona, 1968), la obra con la que obtuvo el XIV Premio Andrés Gaos, otorgado por la Diputación de La Coruña, y que muestra el espléndido momento en que se encuentra la creación de su autor, me da la sensación que definitivamente —ojo con la palabra, que debe tomarse siempre cum grano salis— instalada mucho más en la sutileza, en el análisis cuidadoso de formas y timbres de sus Quatre jardins zen, de Jardín de haikus o de Pètals —por no hablar de su trabajo coral en esa hermosísima Light que lo sitúa tan en su lugar— que en la casi opulencia sonora de Música del no ésser, por mucho que los vasos comunicantes se puedan notar en el resultado de esta In the Distance.
La inspiración de la poesía japonesa se une en sus nueve breves movimientos a la consideración de lo que en el coloquio llamó Humet, refiriéndose a un paseo por las cercanías de la Torre de Hércules, como “la percepción acústica del silencio infinito del mar” — “un ruido blanco”, decía también—, o el uso de lo que definió como un efecto Doppler en el que “los tonos se alejan filtrados por la orquestación” en una insistencia en la oposición dentro-fuera. Todo ello llega de la maestría en el dominio, precisamente, de esa orquestación —en este caso una formación no muy numerosa—, así en el uso de las cuerdas en divisi, el soplo en los instrumentos de viento —magnífico en el segundo fragmento la combinación de ambos recursos con el gong levemente raspado—, el cuidado en la combinación de las maderas entre sí —las pequeñas células que abren tercero y quinto, flautas y trompeta con sordina en octavo…
Hay, naturalmente, una suerte de molde consciente en aquellos fragmentos que quieren parecerse más a un haiku verdaderamente musical —el quinto movimiento me parece en eso paradigmático— pero también presencias sonoras que se separan desde la siempre discreta implosión de su inicio hasta la descomposición en dos o tres líneas diversas —en el octavo, quizá el más asimilable a lo que, para entendernos, llamaríamos vanguardia histórica— o el acercamiento a un cierto minimalismo, plenamente asimilado, junto a todo lo demás, en el noveno. Magnífica obra, pues, de una admirable y rara elegancia, que pide sin duda su estreno más allá del Noroeste.
En el extremo de la estética de Humet, contemplando el paso del tiempo desde sus noventa y dos años, se encuentra Rogelio Groba (Ponteareas, Pontevedra, 1930). En octubre de 2021, la OSG recuperaba su Sinfonía nº 1, de 1983. En ese entonces estaba escribiendo la Décimoquinta y a ella se sumaría esta nº 16, encargo del Xacobeo 20-21, que se estrenaba en este concierto. Decíamos entonces que lo que escuchamos “resultó ser una especie de meteorito caído sobre lo que pensábamos que era nuestro conocimiento de la música española para orquesta de los últimos cuarenta años en sus ramas diversas, contradictorias y olvidadas”. Pues bien, en esta Sinfonía nº 16, la sorpresa es menor para quien escuchara aquella Primera que a este crítico lo descolocó un tanto. La sinfonía inicial de Groba partía en mucho de la música popular gallega, pero la pasaba por un tan curioso como inteligente filtro irónico. Ahora, pasados los años y las circunstancias, a esa ironía crítica le ha sucedido una celebración sin ambages, en la que no se pierde nada de aquella maestría por más que a la transgresión formal que aquí y allá aparecía en su partitura, le haya sucedido la glosa plena de vida de eso popular entonces en peligro para el autor y que hoy aparece triunfante en su subtítulo: Voces da terra. Los movimientos se refieren a los elementos —Danza do vento, Cantigas fluviais, Danza xenealóxica, Danza do lume— y los pretextos tienen directamente que ver con músicas tan de aquí como la muñeira, el alalá o la pandeirada, expuestos con claridad absoluta pero tratados con esa sabiduría orquestadora, tímbrica y rítmica que es marca indudable de la casa.
Toda la pieza se escucha con enorme interés desde la evidencia de su vocación tonal, descriptiva y de homenaje enamorado a la tierra natal. Y con la admiración que provoca, estemos en el dominio estético-musical que estemos, semejante oficio, así el arranque de la sinfonía con su juego dinámico; el extraordinario, y emocionante, tiempo lento, con un primer tema memorable, nada blando pero de un lirismo arrebatador; ese tercer movimiento, con algo de Scherzo, que lo acerca a lo mejor del 27 musical español; y el soberbio final, una especie de rondó con dos temas, en el que las maderas imitan los aturuxos con plena eficacia onomatopéyica.
Fue, pues, un concierto, de esos que extienden el horizonte de quien escucha, que nos hacen ver lo plural que es el presente de la música española, comprender palpablemente que casi cuarenta años y estéticas distintas no mandan ni al más viejo ni al más joven a rincones opuestos. El resultado fue sobresaliente. Con un José Trigueros que sigue creciendo y que condujo tan heterogéneo programa con plena solvencia, desde el cuidado extremo que piden los pentagramas de Humet hasta el orden necesario en la fortaleza sonora de Groba. La orquesta estuvo espléndida y sirvió a los dos estrenos de manera impecable. Mención especial esta vez para maderas y percusión y, dentro de esta, por su estupendo papel en la sinfonía de Groba, a Alejandro Sanz Redondo.
Luis Suñén