LA CORUÑA / OSG: ‘Encore!, encore!’
La Coruña. Palacio de la Ópera. 11-II-2022. Alexei Volodin, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Stanislav Kochanovsky. Obras de Rachmaninov y Hindemith.
Los encores —propinas se les dice ahora— se han convertido en corolario obligado a los conciertos con solista. Antes eran el reflejo de un éxito rotundo y ahora se dan prácticamente de oficio. Y en ocasiones, como en el último programa de la Orquesta Sinfónica de Galicia, casi constituyen una parte exenta del programa, que tenía dos y acabó teniendo tres. No por duración, desde luego, pero sí por intensidad y hasta un poco por poner las cosas en su sitio.
La primera mitad la ocupaba el Concierto para piano y orquesta nº 2 de Rachmaninov, en el que debía ser solista el joven bielorruso Uladislau Khandohi como ganador del Concurso de Ferrol de 2021. No pudo viajar a La Coruña y fue sustituido nada menos que por Alexei Volodin, quien hace algunas temporadas había firmado con Dima Slobodeniouk una versión memorable de la Rapsodia sobre un tema de Paganini del mismo autor. El Segundo Concierto es música que por archiconocida, sobadísima e hiperprogramada pide a gritos un poco de atención a sus méritos menos demagógicos. No pudo ser esta vez porque, y a pesar de una entrada perfecta en su gradación por parte del solista, el director, el ruso —de San Petersburgo, como Volodin— de ascendente carrera Stanislav Kochanovsky, optó por el volumen y la velocidad en un acompañamiento que hacía muy difícil intentar ver el detalle entre tanta energía cinética y tan poco reposo. A Volodin se le vio el artista que es en esos momentos en los que la partitura lo deja solo y le concede su propio vuelo pero la suma de las partes no funcionó a la postre.
Daba la sensación de que habíamos perdido una oportunidad —y de hecho así fue— pero he aquí que el pianista, tras dos salidas —eso sí, triunfales— decidió ofrecer un encore —el Impromptu op. 29 de Chopin— y luego, quizá pensando que la compensación no había sido suficiente, otro más —el Preludio op. 23 nº 4 de Rachmaninov. Y ahí, en esas dos ráfagas, apareció en plenitud ese Volodin que quedó a medias en el concierto. Y eso que un aplauso demasiado ansioso nos privó de la plena impresión del final del Preludio, qué le vamos a hacer. Dos encores no hacen medio concierto pero… fue lo que hubo.
Mucho mejor Kochanovsky en la segunda parte, en la que firmó una soberbia versión de Matías el Pintor de Paul Hindemith, una obra que se da menos que antes y que sirve, como las Variaciones sinfónicas, para desmentir en parte la fama de sequedad del autor alemán. Es verdad que el director, más allá del concepto acompañante, ya había mostrado sus maneras elegantes y su gesto claro pero aquí, además, reveló —curiosamente en relación a lo que pudo pensarse en la primera parte— un excelente criterio para las dinámicas y las expresividades, para lo más sutil y lo más brillante de una pieza cuya arquitectura resultó perfectamente explicada: por un lado tan maciza y, por otra parte, con sus líneas de fuerza tan a la vista. La OSG se mantuvo fiel a su excelente línea habitual. A destacar el empaste, la poderosa densidad de cuerda y metales en Hindemith y la prestación de las maderas a lo largo de toda esta sesión que no tuvo dos caras sino tres.
Luis Suñén