LA CORUÑA / OSG: Dos lecciones para empezar y un homenaje bien merecido
La Coruña. Palacio de la Ópera. 4-X-2024. Jan Lisiecki, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Sibelius, Chopin y Elgar.
La Orquesta Sinfónica de Galicia había demostrado en las representaciones de La bohème de la Temporada Lírica que el verano le ha sentado estupendamente y que, al contrario de lo que a veces sucede en las vueltas al trabajo, el magnífico estado de forma con el que concluyó la pasada temporada se mantiene incólume al inicio de esta. La breve pero intensa —es como un poema sinfónico en una cáscara de nuez— Pan y Eco de Sibelius, que abría programa, lo demostró de inicio, con el protagonismo del fagot de Steve Harriswangler y la flauta de Claudia Walker Moore que, con Juan Ferrer al clarinete, afirmarían su clase durante una velada que ofreció un par de lecciones magistrales.
La primera, la del pianista canadiense Jan Lisiecki, a quien este crítico tuvo la oportunidad de escuchar hace años en Varsovia, con ocasión de una reunión del jurado de los ICMA. Aquel adolescente, que acababa de grabar —se trataba en realidad de los registros en vivo de 2008 y 2009-— los conciertos de Chopin con Howard Shelley y Sinfonia Varsovia, nos dejó a todos con la boca abierta. No recordábamos una revelación semejante, a esa edad, desde Kissin, con quien, por cierto, se hizo lo mismo —los conciertos de Chopin grabados en vivo— cuando tenía sólo doce añitos.
La evolución de Lisiecki, hoy casi en la treintena, ha sido admirable, fruto seguramente de la inteligencia propia y de los buenos consejos. Se ha centrado, sobre todo —con incursiones discográficas en Beethoven, Schumann, Mendelssohn y Mozart—, en la música de un Chopin a quien comprende en plenitud. Curiosamente, tras aquella aparición juvenil, no se ha animado a grabar los conciertos del polaco aunque sí haya firmado un disco sensacional con el resto de sus obras para piano y orquesta con la NDR ElbPhilharmonie y Krysztof Urbanski aparecido en DG y que se encuentra en todas las plataformas. Cara al público, casi mejor, pues no nos encontramos con esas referencias que casi coartan la devoción del momento al llevarnos siempre a lo inmaculado del modelo. Aquí el modelo se ha ido construyendo en tiempo real y los resultados han sido magníficos.
El Chopin de Lisiecki es, simplemente, modélico: elegante, tan suficientemente contenido en lo que en otros es demasiado belcantismo como dotado de la amplitud necesaria como para que, en el segundo movimiento del Concierto nº 1 que abordó esta vez, llegara con plena naturalidad esa plena ocupación del espacio que Chopin consigue para su teclado. La técnica, inmaculada, que está ahí, pasa, sin embargo, a un segundo plano porque todo lo que surge de ella tiene sentido y finalmente se explica a si mismo. Con 29 años, el de Calgary es uno de los grandes y, además, si sigue con la sensatez y las buenas ideas demostradas, su carrera será larga y fructífera. Como encore ofreció un antológico Nocturno en do sostenido menor, op. póst. Qué arte. González-Monjas y los sinfónicos coruñeses acompañaron como es debido en una partitura que tendrá en su aspecto orquestal todos los defectos que se quieran, esos mismos que al público —que gusta de los temas memorables— y a los intérpretes les importaron bien poco casi desde el primer día.
La segunda de las lecciones llegó con unas extraordinarias Variaciones “Enigma” de Elgar, un compositor del que la Sinfónica de Galicia ha dado versiones excelentes de un tiempo a esta parte. Como referencia a los antecedentes, digamos que la lectura de González-Monjas fue más viva de tempi que la de Catherine Larsen-Maguire —qué bien que vuelva esta temporada la directora mancuniana— en junio de 2023, lo que no restó ápice alguno de intensidad a la pieza. Frente a las pausas entre variaciones que siempre observó la maestra, González-Monjas optó por ligar algunas de ellas con resultados expresivamente muy interesantes, como sucedió al enlazar W.N. con Nimrod. Uno diría que la lectura del titular de la OSG pivotó sobre la claridad y, de otra parte bien complementaria, la mayor o menor evidencia de trazas del tema en cada una de las variaciones, es decir, el análisis a través de la luminosidad de una música que aquí sonó como pura celebración. Por eso, la nobleza de Nimrod tuvo todo el sentido del mundo desde una muy fina retórica. Las variaciones III y VII se beneficiaron espléndidamente de las magníficas maderas de la orquesta. Dorabella resultó deliciosa y en la VI y en la XIII destacaron, respectivamente la viola de Eugenia Petrova y el violonchelo de Raúl Mirás. Magnífico el planteamiento del Finale, con unos metales y una percusión sin tacha, en un crecimiento perfectamente medido —y sin perder ni uno de los detalles tan elgarianos que lo jalonan— que culminó una formidable versión en la que orquesta y maestro volvieron a demostrar que hacen un tándem de primera.
Los conciertos de este fin de semana servían como homenaje a quien ha sido durante treinta y dos años jefe de producción de la Orquesta Sinfónica de Galicia: es decir, a la profesionalidad, la competencia y la bonhomía de José Manuel Queijo, cuyo trabajo ha sido decisivo para la formación coruñesa en todo este tiempo. Roberto González-Monjas y el gerente de la OSG, Andrés Lacasa, lo recordaron al público antes del concierto y Queijo recibió una clamorosa ovación de la orquesta —“no habrá otro como él”, decía un compañero suyo— y del respetable. Se va un clásico.
Luis Suñén
(fotos: Pablo Sánchez Quinteiro)