LA CORUÑA / ‘Norma’: plausible aproximación al ideal
La Coruña. Teatro Colón. 22-9-2022. Bellini: Norma. Veronika Dzhioeva, Moisés Marín, Aya Wakizono, Rubén Amoretti, Lis Teuntor, Francisco Pardo. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Director musical: José Miguel Pérez Sierra. Director de escena: Emilio López.
Norma es uno de los grandes títulos del Romanticismo operístico. Una pieza magistral en su estilo. Un cúmulo de melodías sublimes bien organizadas a lo largo de un esquema armónico simple pero eficaz, que necesita de voces de excepción bien labradas y de una mano musical que sepa mecer las cantilenas y acompañar con cuidado sin perder el norte rítmico y servir a un legato milagroso. Una labor esta que estuvo en las manos de José Miguel Pérez Sierra, un director que ha mamado estas músicas de la mano de especialistas como Alberto Zedda y Gabriele Ferro y que ha hecho suyas, cada vez con más conocimiento de causa, desde hace años.
La batuta, clara, amplia, bien movida, expresiva y sugerente, dejó en evidencia las líneas maestras de tan cálidos pentagramas. Lo hizo con propiedad, respirando con las voces, siguiéndolas dócilmente cuando convenía, con excelente planificación dinámica y solo con pasajeros desajustes y ciertas borrosidades en los finales de acto. Justa y viva acentuación en instantes clave como el coro Guerra! Guerra!, al que la faltó el añadido del tempo andante de cierre proveniente de la obertura. Hay ediciones que prescinden de él, incluso con la anuencia del compositor. Pérez Sierra supo hacer uso razonable del rubato aplicando estratégicos rallentandi. Estupendo solo del chelo al comienzo del segundo acto. Y buen balance general pese a contar con una orquesta desequilibrada, con tan solo cinco violines primeros.
Pero las voces solistas actuaron cómodas, a gusto, y pudieron aprovechar todas las oportunidades que les ofrece la tan exigente escritura belliniana. Así lo hizo, por ejemplo la soprano de Osetia Veronika Dzhioeva, dotada de una voz amplia, sonora, rotunda, voluminosa, bien timbrada, de tinte dramático, que cantó entregada, esparciendo con generosidad sus facultades. Canta por derecho, sin trampas, dejando oír su caudal a los cuatro vientos. Encontró algunos problemas en los pasajes en los que se pide una coloratura más exigente (A bello a me ritorna, por ejemplo, caballetas con Adalgisa) y mostró apreturas ostensibles en las zonas más agudas (los varios Do 5 que se piden) y tendió a cantar casi todo en forte, con escasos y no siempre conseguidos pianos. A falta de una técnica reguladora más resuelta y un mayor grado de abandono.
Moisés Marín fue una grata sorpresa. Hasta ahora lo habíamos escuchado en partiquinos de todo tipo. Memorables sin duda han sido sus Goro de Butterfly, por ejemplo. Pero se nos ha revelado ahora como un tenor lírico de cierta amplitud y una interesante penumbrosidad, con buenos graves y centro bien provisto, con solo unas gotas de nasalidad. La zona aguda tras un pasaje aún por mejorar, es extensa y fácil, aunque pierde robustez y carnosidad. Se lanza sin dudarlo hacia el sobreagudo venga o no a cuento, así ese postizo Mi bemol 4 añadido a su aria de salida, Meco al altar di Venere, y tras un Do, este sí escrito, lanzado sin pestañear, con brillo y fulgor. En estos tramos el cuerpo vocal es el de un tenor de menos peso. Pero Marín es musical y sabe decir y regular sabiamente, falsetear y hacer medias voces canónicas. Frasea con gusto y conocimiento.
Fue una sorpresa la mezzo lirica japonesa Aya Wakizono, de timbre claro y relativa potencia, adornada de un agradable vibrato stretto y de una extensión casi sopranil, lo que le permitió acceder a las numerosas cumbres que plantea la escritura, en principio, ya se sabe, prevista por Bellini para una soprano lírica propiamente dicha como Giulia Grissi. Los tiempos han hecho que la parte se la hayan adjudicado las mezzos para diferenciar el personaje del de la protagonista, que en esta época cantan sopranos anchas en vez de dramáticas de agilidad, como era la creadora, Giuditta Pasta. Wakizono salió del paso con dignidad, gracilidad y sensibilidad.
Ruben Amoretti brindó su voz pétrea de bajo cantante en un Oroveso de libro, bien atendido y expresado. Cantante siempre sólido y cumplidor. También en un papel como este de tan escasa entidad dramática. Cumplieron sin más la soprano Lis Teuntor como Clotilde y el tenor Francisco Pardo como Flavio. El Coro Gaos, dirigido por Fernando Briones, ofreció sus aguerridas voces jóvenes a falta de un mayor encaje, empaste y afinación. Todos ellos se movieron bajo la batuta escénica de Emilio López, que se las sabe todas y aprovechó los modestos medios ideando una decoración y una iluminación con las que se atendía seguramente a ciertos símbolos y costumbres druidas (ojos tiznados, calaveras, hogueras) y empleando estratégicas proyecciones. Todo ello, más bien tópico y escasamente original, nos situó escénicamente en donde correspondía.
El público, que abarrotaba el recinto, aplaudió con ganas. Parece empezar con buen pie esta nueva etapa de los Amigos de la Ópera coruñeses en la que el tenor Aquiles Machado ha sustituido a César Wonenburger, tantos años al frente de la nave y a quien corresponde en alguna medida el éxito de la convocatoria. A esperar lo que la nueva dirección nos ofrezca la próxima temporada, la nº 71.
Arturo Reverter