LA CORUÑA / Martín García García: virtuosismo y sustancia
La Coruña. Sociedad Filarmónica. Teatro Rosalía de Castro. 20-XII-2022. Martín García García, piano. Obras de Chopin y Rachmaninov.
Formado con Galina Eguiazarova en la Escuela Reina Sofía de Madrid, galardonado en concursos como el de Cleveland o el Chopin de Varsovia, a sus veintiséis años recién cumplidos el gijonés Martín García García es uno de los nombres más interesantes del piano español de ahora mismo. Su presentación en A Coruña, en el abono de la Sociedad Filarmónica, nos ha revelado a un intérprete de apabullante bagaje técnico y que, a partir de esa evidencia, plantea una suerte de triple desafío: a la partitura que propone el camino; al propio intérprete, que parece enfrentarse al piano con vehemencia incluso gestual; y a la audiencia, que no pierde ripio de las otras dos luchas mientras tiene que ir asimilándolo todo. No hay tregua. El arranque de la primera obra del programa —la Sonata nº 3 de Chopin— lo dejó bien claro, asumiendo riesgos expresivos como el de la presencia como contrapunto más dramático que de ordinario de esa inquietante célula a cargo de la mano izquierda. Es un ejemplo de cómo, me parece, el conflicto formó parte de este Chopin de García García, nada amable en cuanto a esa permanente cantabilidad mal entendida que tantas veces se nos propone en esta música y que él resuelve en el breve, nada etéreo por más que vertiginoso, inquietante Finale.
El resto del programa estuvo dedicado a Rachmaninov. Primero con unos Momentos musicales op. 16 nº 3 y nº 2 —se tocaron, pues, en orden inverso al anunciado— tan bien planteados como dichos y luego con la Sonata nº 1. Esta no resiste, en mi opinión, la comparación con la Sonata nº 2 en cualquiera de sus dos redacciones. Es, desde luego, dificilísima, pero le faltan esos puntos de anclaje para la atención del oyente que sí posee su compañera, una de las obras maestras de su autor. La versión de García García fue simplemente extraordinaria, utilizando el poderío de su sonido y su técnica sin fisuras para hacer que buena parte de la enorme cantidad de notas de la pieza tuviera sentido, con momentos verdaderamente especiales, como la primera aparición del motivo en forma de coral del Allegro molto final, con un exquisito cruce de manos en el que la nota dicha por la derecha surgía con una delicadeza admirable. Lo mismo en la forma en que abordó los crescendi de la coda y sus aledaños hasta alcanzar un cierre verdaderamente grandioso.
Hubo tres encores. Además de un Étude-Tableaux de Rachmaninov, dos valses de Chopin que a este crítico le convencieron más que la sonata, con todo y lo excelente que fue la lectura de aquella. Quizá porque están más abrochados como obras independientes, pero, sobre todo, porque el pianista los trató también sin indulgencias vanamente líricas, más aún, de forma poco complaciente en el mejor sentido de la palabra: no se dijeron para deleitar sino para mostrar cómo puede ser esa música cuando se aborda sin recursos que la mermen.
Luis Suñén