LA CORUÑA / María Dueñas y la OSG: memorable y triunfal
La Coruña. Palacio de la Ópera. 14-I-2022. María Dueñas, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Obras de Shostakovich y Sibelius.
Con este concierto volvía el público coruñés —tres cuartos de aforo más o menos— a disfrutar al fin, y tras todos los avatares de esta crisis pandémica, de ese abono que lo fideliza y que tan importante es para el devenir de la Orquesta Sinfónica de Galicia y de la propia vida cultural de la ciudad y más allá. Además, felizmente, el retorno estuvo acompañado de una muy buena organización —amabilidad y eficacia— en los necesarios controles a la entrada del Palacio de la Ópera.
Volvía también María Dueñas (Granada, 2002), una de las violinistas más importantes de su generación, y del presente en general, tras su presentación en este mismo escenario en octubre del 2018 con el Concierto nº 1 de Paganini. Con ocasión de aquella sesión escribía en estas mismas páginas que “la jovencísima intérprete dio la sensación de que puede abordar repertorios con más enjundia interior, menos vacuos y capaces de ir mostrando facetas nuevas de lo que parece, a primera vista, un talento apabullante”. Pues bien, aquella impresión se ha visto sobradamente confirmada en una extraordinaria versión del Concierto nº 1 de Shostakovich —por cierto, tocado de memoria, lo que añade aún más seriedad al planteamiento—. La pieza, como es sabido, aúna la circunstancia a la técnica pues se trata de una música escrita en condiciones especialmente difíciles —la congoja, el temor, la melancolía infinita del Nocturno y de la Passacaglia— y que oide una cantidad de recursos que no están precisamente al alcance de cualquiera. Y si ellos aparecen en los movimientos citados no digamos en el Scherzo o la Burlesca mientras la amplia cadenza es mucho más que una demostración de virtuosismo para convertirse en uno de esos viajes interiores tan de su autor.
Por otra parte, muchas de las intervenciones del solista son largas frases en las que hay que decir y sentir, respirar para seguir pensando sin perder jamás esa línea de la que pende el discurso. Todo ello lo logró la andaluza con una naturalidad absoluta, sin impostación ninguna, sabiéndose plenamente capaz y dando siempre una sensación de control total. Ella es el último eslabón, por ahora, de una cadena que ya está hecha en buena medida por artistas que no vivieron aquella época pero, en este aspecto, y en otros, Dueñas ha tenido la suerte —se lo ha ganado— de tener como maestro a Boris Kuschnir, quien trató directamente a Shostakovich y a David Oistrakh, fue alumno de Vladimir Berlinski y miembro del Cuarteto Kopelman. Es decir, que le ha sido revelada parte del secreto.
Lo que queda —eso que ya saben los que han leído La casa eterna de Yuri Slezkine— lo irá sabiendo seguramente por sí misma y es lo que le llevará, si quiere, a matizar un poco más su entrada en el Nocturno de arranque, a hacerla aún más expresiva. Ofreció como encore el arreglo de Ruggiero Ricci —daba la sensación de que arreglado a su vez por ella misma— de Recuerdos de la Alhambra de Tárrega. El acompañamiento de Slobodeniouk fue magnífico —impecables clarinetes, fagotes y tuba tras el inicio de la Passacaglia—, medido, nada retórico cuando cabía la posibilidad, como un anuncio de lo que habría de llegar en la segunda parte del concierto.
Y es que en esa segunda parte —uno de los mejores de los que recuerda este crítico a la Sinfónica de Galicia en los muchos años que lleva escuchándola— se nos dio una versión antológica de la Suite Lemminkäinen de Sibelius. Recordemos que su titular acaba de grabar un disco con distintas obras de compositores finlandeses con el pretexto del Kalevala —entre ellas Lemminkäinen en Tuonela de esta misma Suite. Es decir que, como no puede ser de otra manera, y dada su condición de haber sido durante años responsable del Festival Sibelius de Lahti, se le supone un claro saber acerca de la materia. Añadamos que, regresado de una triunfal serie de conciertos en Estados Unidos — Orquesta de Minnesota, Sinfónica de Boston y Filarmónica de Nueva York— la autoestima y la seguridad en sí mismo de este magnífico director parecen estar en su mejor momento. Autoestima y seguridad que ha demostrado igualmente la OSG en esta obra que ponía por vez primera en sus atriles: una densidad en las cuerdas casi como nunca, la habitual solvencia de las maderas aun faltando algunos de los principales, unas trompas irreprochables y unos metales de un poderío nunca avasallador más un José Trigueros que hizo del bombo un solista más. Punto y aparte para el corno inglés Avelino Ferreira y el violonchelo Raúl Mirás. Todo ello puesto al servicio de una versión que nacía de la comprensión de estas músicas, del equilibrio necesario en ellas entre lo descriptivo y lo que tienen de construcción de un universo sinfónico autónomo, a partir de, pero también más allá, del pretexto literario inevitable en su momento.
Slobodeniouk dio, desde la confianza en sus músicos, una lección de dirección de orquesta en la que a la solidez de lo que venía de los ensayos se unió la flexibilidad del momento, la ductilidad para matizar sobre la marcha y eso tan importante que es, volvamos a decirlo, la seguridad, el dominio de la situación. Cuánto se va a echar de menos a un maestro —termina contrato al fin de la temporada— que ha conseguido, desde una herencia ya muy valiosa, crecer mientras lo hacía esta orquesta que en días como este no necesita que se diga de ella si es o no la mejor de las españolas. Lo que bien pudo decir ante el espejo y ante su público es un “¡ahí queda eso!”. Y quedará, no cabe duda, entre los que tuvimos la inmensa fortuna de estar en este concierto memorable y triunfal.
Luis Suñén