LA CORUÑA / La prueba de Brahms
La Coruña. Palacio de la Ópera. 3-XI-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Josep Pons. Obras de Brahms.
Decía Federico Sopeña que una cura a base de Bach era lo mejor para recolocar las cosas en la cabeza de un aficionado sometido a múltiples tensiones frente a la vastedad del repertorio. Pues bien, en la misma dirección habría que señalar que una prueba a base de Brahms bien puede calibrar la realidad de una orquesta, un director y un público. Siempre he pensado, si me permiten confesarlo, que precisamente Brahms ofrece la mejor medida del estado de nuestra afición, de cómo va nuestra dieta musical, de si maduramos en el difícil camino de perfección que todo oyente emprende el primer día que va a un concierto. Por eso una sesión dedicada a la música de Brahms es también una suerte de examen compartido por el escenario y el patio de butacas, una especie de mutuo “ahí te quiero ver” que lleva a los ocupantes de uno y otro espacio a mirarse a la cara con respeto, pero también con curiosidad ante la posibilidad de dictaminar algo así como el estado de la cuestión.
Hace veinte días la Orquesta Sinfónica de Galicia abordaba la Segunda Sinfonía del hamburgués bajo la dirección de Lucas Macías. Al no gozar del don de la ubicuidad, no pude asistir a ese concierto, por lo que, aun suponiendo su interés dadas las virtudes del maestro onubense, debo centrar mis impresiones en el programa doble que Josep Pons propuso con Primera y Tercera, interpretadas, sin mayores problemas, en orden inverso. Y la verdad es que la prueba se saldó con inmejorables resultados, partiendo de la base, naturalmente, de que lo que salía de la orquesta era un Brahms excelentemente planteado, tanto en cada obra como, por así decir, en la pareja como tal. Ya el arranque de la Tercera nos hizo ver que la visión de Pons es la de considerar las sinfonías del autor del Réquiem alemán como una especie de liberación de una vocación orquestal que fue al mismo tiempo impulso y freno, pero sin perder de vista ni por qué camino se había llegado ahí ni dónde se estaba en cada momento: vocación y circunstancia. El ejemplo apareció en los primeros compases del Allegro con brio de la Tercera, dicho con una luminosidad que evocaba inevitablemente la Serenata nº 1, lo que no dejaba de ser sorprendente —y estimulante a la hora de escuchar de nuevo lo tantas veces escuchado— de cara a una Primera que, desde esa como columna sonora introductoria que unas veces nos parece que va de abajo arriba y otras en dirección contraria, se movería, en su mayor densidad, por los caminos de la admirable claridad que caracteriza el Brahms de Pons y daría la pauta sobre su manera de seguir las líneas de fuerza que articulan el cuarteto sinfónico de su autor. Una claridad que, creo, llega de una profundización en las partituras y en su historia ligada a influencias, pesos y medidas —vía intelectual— pero también de un cumplido bagaje técnico que hace que el maestro catalán consiga lo que se propone con naturalidad —la flexibilidad en los tempi cuando hace falta—, sin forzar las cosas pero sin privarlas ni de un átomo de sustancia. Uno diría que en este concierto hemos visto al mejor Pons —y quien esto firma lo ha visto muchas veces— y comprobado que ya va siendo hora de que eso de que es un hábil reconstructor de orquestas —ONE, Liceu—, un músico eficaz y un director seguro deje paso de una vez a la evidencia —y a pruebas como esta me remito— de que se trata, tout court, de un maestro en todo el sentido de la palabra.
Si el conjunto resultó de una coherencia plena, a la vez una lección de análisis y un destilado inteligente de emociones, hubo momentos especialmente reseñables, así la resolución del primer movimiento de la Tercera; la tensión natural, sin forzar, en el último; los dos movimientos lentos de ambas sinfonías —precioso, demorado y a la vez intenso el maravilloso Poco allegretto de aquella—; el inicio del Un poco allegretto e grazioso de la Primera; todo el Finale de la misma llegando a una conclusión en la que la retórica fue poética. Para ello hizo falta también que la orquesta pusiera todo su empeño en esta prueba brahmsiana. Y vaya si lo hizo, porque fue una OSG de los grandes días, con unas maderas —Walker Moore, Rodríguez Canosa, Ferrer, Harriswangler— sensacionales, estupendos trombones y trompetas y en su línea, últimamente tan brillante, las trompas, con Gómez Naval y Bushnell como protagonistas a solo en Tercera y Primera respectivamente. Muy bien las cuerdas —vaya pizzicati— con su concertino invitada, la de la Noord Nederlands Orkest, la polaca Joanna Wronko, e impecable —comedido o intenso según conviniera— el nuevo principal de percusión, Fernando Llopis.
En fin, que cuando hablamos de programaciones más o menos frecuentes creo que siempre deberíamos hacer una excepción con Brahms. Escucharlo nos da la oportunidad de saber cómo vamos en esta pasión que nos convoca en la sala de conciertos y, lo que añade morbo a la cosa, cómo van los demás, los que hacen la música y los que la escuchan. Esta vez el sobresaliente ha sido general. Los primeros lo han dado todo. Y los otros han manifestado su interés por la autoevaluación con una aceptación clamorosa. Y Brahms no miente.
Luis Suñén