LA CORUÑA / La OSG y Andrew Litton: un idilio
La Coruña. Palacio de la Ópera. 17-XI-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Katharina Kang Litton, viola. Director: Andrew Litton. Obras de Walton y Rachmaninov.
Tanto la Orquesta Sinfónica de Galicia como su director de este fin de semana, el estadounidense Andrew Litton, tienen una relación privilegiada con la música de Serguei Rachmaninov, por no hablar de la que mantienen entre sí durante años y que tan magníficos resultados ofrece cada vez que se encuentran. Recordemos que en las últimas temporadas hemos escuchado magníficas versiones de las sinfonías Primera y Segunda —dirigidas por Dima Slobodeniouk— y de las Danzas sinfónicas —con Stéphane Denève— del ruso. Las de Segunda y Danzas abundaban en la pertinencia de los resultados estéticos de ambas piezas en, por así decir, contextos tan desfavorables desde el punto de vista del microcosmos de sus colegas contemporáneos como todo lo contrario para un público que recibía sus obras con el interés que suscita aquello que, por así decir, podía comprender en primera lectura. Pero, al contrario que los conciertos para piano y orquesta del autor, ambas obras orquestales han tardado en imponerse en las salas de concierto hasta años recientes, una vez asumido el papel de aquel en un siglo XX del que fue víctima en forma de exilio y al que le dio aquello que consideraba como su expresión más propia. Respecto de la relación del director neoyorquino con el compositor ruso a que hacíamos referencia al inicio, recordemos que ha grabado dos veces su obra para orquesta —con la Royal Philharmonic (Virgin Classics) y, espléndidamente, con la Filarmónica de Bergen (BIS)— y los cuatro conciertos para piano y la Rapsodia sobre un tema de Paganini con el británico Stephen Hough y la Sinfónica de Dallas (Hyperion).
Pues bien, si Rachmaninov representa la pervivencia del romanticismo que en 1908 —el año de estreno de la sinfonía— había entrado ya en una crisis que cada uno resolvió a su manera, el británico William Walton pedirá paso en una modernidad que acabaría por abarcarlo casi todo. Su Concierto para viola y orquesta fue definido en su estreno como lo más avanzado que se había escrito nunca en las Islas Británicas y hoy nos parece lo que es, una obra que aúna imaginación y voluntad afirmativa sin renunciar a un muy estimable estro melódico ni a la cierta ironía de quien quiere ser algo más que una promesa pero al mismo tiempo teme al futuro y a las consecuencias de ir demasiado lejos. Ya sabemos que Walton siempre se encontró muy a gusto en ese territorio en el que su oficio y su inteligencia le permitían vivir sin sobresaltos.
Katharina Kang Litton —viola solista de la orquesta del New York City Ballet, esposa de Andrew Litton y formada con Pinchas Zukerman y Jaime Laredo— abordó el Concierto para viola y orquesta de Walton desde dos presupuestos imprescindibles y perfectamente interiorizados: la competencia técnica y la convicción plena en lo que la pieza propone. A un bello sonido unió una enorme solvencia en la mecánica que le hizo transitar sin problemas por una música de la que había huido su primer destinatario — Lionel Tertis— y que sin embargo convenció plenamente a quien la estrenó al fin, nada menos que Paul Hindemith. En absoluta sintonía con Litton, Kang destacó los aspectos más líricos del autor —un par de temas memorables que bastarían para asegurar su reputación— y, sobre todo, consiguió convencernos de su lugar tan personal en el contexto de esa modernidad de que hablábamos antes. Precisamente ahí fue donde la colaboración de un Litton que ya nos hizo ver hasta dónde podía llegar la prestación orquestal tras el intermedio, se reveló decisiva. Las alternancias rítmicas o los cambios de clima —incluido el telón a esas pequeñas cadencias acompañadas que Elgar pensaba que eran un homenaje a su figura por parte del joven cachorro ya triunfante— fueron planteados por el maestro neoyorquino —firmante entre 1992 y 1995 de una magnífica antología con la sinfónica de Bournemouth para Decca que incluía una versión referencial del Concierto para viola con Paul Neubauer— con un admirable conocimiento del medio y una pericia rectora mucho más allá de las apariencias gestuales. Formidables, junto a la magnífica solista —que ofreció como encore un fragmento de The Red Violin de John Corigliano—, el fagot Steve Harriswangler y el clarinete bajo Pere Anguera.
La segunda parte nos reservaba uno de esos momentos que quedarán en la historia de la Sinfónica de Galicia más allá de demostrar por qué ella y Andrew Litton se admiran y se respetan. Ese momento fue el Adagio de la Segunda Sinfonía de Rachmaninov. No puede pedirse ni más lógica ni más transparencia ni más intensidad. Sin forzar en ningún momento la máquina sentimental —intuimos ya en el primer movimiento que los tiros no irían por ahí—, y a partir del magnífico solo de clarinete a cargo de un Juan Ferrer fiel a sí mismo, comprobamos que aquello iba a ser muy especial. La confirmación llegó cuando Litton dejó la batuta sobre el atril y se entregó a fondo con unas cuerdas que hicieron lo propio con su maestro. Antes del Largo, el Allegro moderato había sido una suerte de exposición razonada acerca de por qué hay que tomarse a Rachmaninov muy en serio y de dónde están sus raíces menos obvias pero no menos evidentes. El Allegro molto fue todo lo intenso que se debe, incluido el lirismo de ese trío que parece convertirlo en un Scherzo, y el Allegro vivace final resultó una muestra evidente de lo que hace la Sinfónica de Galicia cuando un maestro así se pone a su frente, con esas apariciones más o menos fugaces de los temas principales de la partitura completa, siempre clarísimos, subrayados sin énfasis como esas células que juntas nos han dado una obra maestra. Toda la OSG destacó como en sus grandes días: la habitual elegancia de las maderas, las cuerdas intensas y clarísimas —grandes las violas— y unos metales especialmente brillantes. Señalar a algunos de sus atriles puede implicar el olvido involuntario de otros, pero hay que nombrar, como a Ferrer, necesariamente a la corno inglés Carolina Rodríguez Canosa, al timbalero Fernando Llopis y a la concertino invitada Joanna Wronko.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)