LA CORUÑA / La experiencia sonora
La Coruña. Coliseum. 20-XI-2020. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Rumon Gamba. Obras de Borodin, Soutullo y Rachmaninov.
Lo más atractivo del programa de esta semana de la OSG era el estreno de Alén —“Más allá” en castellano— de Eduardo Soutullo (Bilbao, 1969) —formado con Del Puerto, Rueda, De Delás, Duha, Steinitz, Halffter y Marco—, obra premiada en 2019 por la Fundación BBVA y la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas, lo que supone el estreno por parte de las treinta y una formaciones que la integran. La Orquesta Sinfónica de Galicia, con Rumon Gamba en el podio, la ha puesto en atriles con excelentes resultados. De algo más de diez minutos de duración, su título remite a ese más allá —ese otro mundo— que anunciaría, probablemente para los celtas, la Porta do Alén, un monumento megalítico que se encuentra en la Serra do Cando en el lugar conocido como Monte Seixo. La pieza está magníficamente construida, planteada desde una suerte de deslumbramiento sonoro, como si el oyente se encontrara ya del otro lado, cegado por el brillo de lo que hay más allá. Un brillo del que, como del sol, se desprenden hilos, células de ese magma sonoro inicial, destellos que a fin de cuentas corresponden a provocar esa experiencia sonora que Soutullo considera como fundamental a la hora de relacionarse con su audiencia. Tras ese muro de luz aparecerá un episodio más tranquilo, más inquietante también, como si alguna sombra oscureciera ese más allá, para finalmente confluir, tras el uso puntual e inteligente del mero soplo sin sonido en los vientos, en una escritura casi vocal, que haría pensar en una multitud perpleja ante lo que finalmente encuentra en el trasmundo hacia el que transitaba. Experiencia sonora, como quiere su autor, pero también, y con todas las reservas, experiencia narrativa o poética. Alén es música de primera clase, bella y emocionante, magníficamente hecha. La única pega que se le puede poner es su brevedad. Da la sensación de que la invención y su pretexto dieran para más y que el autor ha preferido someterse, valga la expresión, a las limitaciones de duración, explícitas o implícitas, que un estreno español conlleva. No es a él a quien cumple reprochárselo. Y tampoco es la primera vez que uno tiene esa sensación.
Antes del estreno, Rumon Gamba planteó una brillante, eficaz y muy bien tocada versión de las Danzas polovtsianas de El príncipe Igor de Borodin y, para concluir el concierto, unas excelentes Danzas sinfónicas de Rachmaninov. No es obra fácil esta, la última de quien fuera gran pianista y compositor incomprendido, aunque cada vez menos. Gamba y la OSG —citemos a Alberto García Noguerol que, al saxofón, supo estar a la altura de la preciosa frase a su cargo en el primer movimiento— se adentraron con plena solvencia en los detalles más personales de un creador que tuvo que luchar con la dictadura del progreso mientras avanzaba en su lenguaje con una consciencia mayor de lo que ha parecido casi siempre. Las Danzas sinfónicas piden virtuosismo orquestal y buena mano conductora —hay mucho que desgranar y que ir resolviendo en su devenir— y las dos cosas aparecieron en el Coliseum —seguimos en los treinta espectadores— para revelar tal cual es una criatura rara de eso que llamamos la modernidad.
Luis Suñén