LA CORUÑA / Jonathon Heyward y la Sinfónica de Galicia: la sorpresa de un joven maestro
La Coruña. Palacio de la Ópera. 13-IV-2024. Orquesta Sinfónica de Galicia. Claire Booth, soprano. Director: Jonathon Heyward. Obras de Montgomery, Richard Strauss y Shostakovich.
La presencia en el podio de la Orquesta Sinfónica de Galicia del estadounidense Jonathon Heyward (Charleston, 1992) va a ser, con toda seguridad, una de las sorpresas de la temporada. El joven, simpático y técnicamente estupendo maestro es el actual titular de la Sinfónica de Baltimore —tras haberlo sido de la Nordwestdeutsche Philharmonie— como sucesor de Marin Alsop, y ha tomado el mando también de la Festival Orchestra of Lincoln Center, la antes llamada Mostly Mozart Festival Orchestra, que lleva cincuenta años ofreciendo una muy interesante programación en Nueva York. Formado en Londres con Sian Edwards —recordemos, discípula a su vez de Ilya Musin, el gran pedagogo ruso de la dirección de orquesta— presentaba sus credenciales en La Coruña con un programa largo y exigente que se iniciaba con Records from a Vanishing City, una obra de Jessie Montgomery (Nueva York, 1981) estrenada en 2016 y que revela un excelente oficio a la hora de trasladar a la partitura una íntima sensación de felicidad en un entorno ciudadano —el Lower East Side neoyorquino— hecho de paisajes, gentes y canciones. Viene a ser un poco como ese arte americano burgués y complaciente —hasta la aparición del oboe parece recordar por un momento las ciudades tranquilas de Copland o los veranos de Barber—, que revela envidiables estados de ánimo y de confort, la tranquilidad de un mundo bien hecho que, en cierto modo, es ya imposible. A partir, dice la autora, de una canción de cuna tradicional angoleña, se insiste en un tema tranquilo y acogedor cuyo desarrollo acabará siendo también un pequeño concierto para orquesta, con protagonismo para todas las secciones, especialmente para la trompeta esta vez de Alejandro Vázquez y los cuatro violines que casi concluyen la página. Más cercana a Hymne for Everyone que a Soul Force, por citar dos obras de Montgomery que los aficionados pueden hallar en las plataformas habituales —la primera de ellas, incluso, dirigida por Riccardo Muti—, Records from a Vanishing City se escucha con agrado, más aún si se interpreta como lo hicieron los sinfónicos gallegos y su maestro a la sazón.
Continuaba el programa con las Cuatro últimas canciones de Richard Strauss con Claire Booth como solista. Hacía muy poco que las había puesto en atriles la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia con Miren Urbieta-Vega como solista y dirigiendo José Miguel Pérez-Sierra. Y la verdad es que a este crítico le gustó bastante más la donostiarra que la británica. El arranque fue un poco agreste, con un vibrato no excesivo pero tampoco grato, tendiendo a abrir demasiado la expresión y a —problema habitual en esta obra— aplicar el volumen con algún destemple para contrarrestar el mucho mayor de una orquesta en la que Strauss no se privó de nada. Añadamos a ello la acústica del Palacio de la Ópera, que castiga a los cantantes —y a la audiencia, que deja de oír en cuanto la voz mira levemente para otro lado— de manera inmisericorde. Viendo el repertorio a que se dedica Booth y sus características —una ligera tendente a la sobreactuación— imagino que hubiera estado mucho más a gusto con otra música que no requiera el dominio del estilo que esta exige y le hiciera lucir su lado más actoral. La orquesta sonó muy bien pero creo que Hayward debió ser algo más comedido en el acompañamiento —lo que tan bien logró Pérez-Sierra— y adaptarse en lo posible a una voz que lo pasó regular —bien sea cierto que tampoco en ese caso la versión hubiera sido mucho mejor dado el concepto canoro. Estupendos el trompa David Bushnell y el concertino Massimo Spadano. Maestro y orquesta tuvieron el bonito detalle de obsequiar a la, por lo demás, aplaudidísima cantante con el Happy Birthday, dado que el sábado —día en que este crítico asistió al concierto— era su cumpleaños.
Con la Décima de Shostakovich quedó bien clara la clase como director de Jonathon Heyward. No podemos ya pedir que alguien arranque el Moderato como lo hacía Rozhdestvenski porque no queda nadie que viviera de cerca lo que había detrás de esas notas. Pero sí es de agradecer que el sentido dramático se imponga sobre la mera topografía musical o, mejor dicho, salga de ella sin trampas. No se trata de que sólo los testigos sean capaces de revelar verdaderamente al genio, pero sí que de la estructura bien expuesta surja la emoción suficiente y no una evocación demasiado lejana. Es verdad que a estas alturas de la historia Shostakovich debe defenderse solo con su escritura, pero con abogados como Heyward el recuerdo no acabará por perderse del todo mientras la pura música se impone para, ya, al fin, juzgar sólo a partir de ella. Quizá esa procedencia de la escuela Musin, a la que hay que añadir que actualmente dirige una orquesta que fue entre 2000 y 2006 la de Yuri Temirknov, tenga algo que ver con el modo de abordar una partitura que el estadounidense trata con mucha inteligencia y con sobrado dominio del conjunto y sus partes. Toda la orquesta estuvo, una vez más, a gran altura, y como en esta sinfonía no hay solista que no aparezca es difícil nombrarlos a todos. Déjenme, si acaso, citar a clarinetes y fagotes, que deben ir de la melancolía a la sátira como si no pasara nada. Pero ya lo creo que pasa. También pasó por aquí un maestro que, si cuida su carrera, dará mucho y bueno que hablar.
Luis Suñén