LA CORUÑA/ Jackiw y Bilhmaier: de la oscuridad a la luz
La Coruña. Palacio de la Ópera. 13-I-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Stefan Jackiw, violín. Directora: Anja Bilhmaier. Obras de Dallapiccola, Sibelius y Schumann.
Si, sobre el papel, el programa daba una inevitable sensación de volver sobre lo mismo —con la excepción de la obra de Dallapiccola— su resultado ha venido a confirmar que los clásicos lo son por algo y, muy en especial, porque provocan lecturas nuevas, porque son capaces de ser vistos en perspectivas diferentes y de esa manera seguir explicando qué significa eso que llamamos la tradición en cualquier materia artística. Ello no quiere decir que no se deba tratar de darles a nuestros contemporáneos la oportunidad de empezar a ser clásicos, que se debe. En cualquier caso, esta era, salvo error por mi parte, la tercera aparición en las cuatro últimas temporadas de la Segunda sinfonía de Schumann, hermosa pieza de la que ya sabe un rato la filarmonía coruñesa y de la que tuvimos la suerte de escuchar una gran versión en un gran concierto.
Anja Bilhmaier parte, en relación al sinfonismo de Robert Schumann, de un planteamiento que no trata de trabajar una supuesta veta trágica, de hacerlo más romántico de lo que es de cara a la posibilidad de un pathos que puede caer en el exceso tal vez por falta de apoyo real —ya sabemos, precisamente, lo inestable del caso Schumann. Extrema el Schumann feliz pero lo hace con lógica expresiva y con un admirable planteamiento técnico. Puede que se queden por el camino esos detalles que un buen contador de historias sabe que pueden inquietar a quien le escucha, pero no se trataba aquí de eso sino de rendirse a la claridad, a la luz que a veces cubre las procesiones que van por dentro. La convicción de la maestra por seguir ese camino era plena y el punto de llegada se alcanzó —a pesar de un Sostenutto assai en el que faltó algo de ese pulso un punto inquietante que da lugar al primer tema— a través de la extraordinaria prestación de una orquesta que se entiende con ella a las mil maravillas. La mirada cómplice a los primeros violines después del Scherzo fue algo más que un guiño como pudo comprobarse en el Adagio espressivo, dicho con una mezcla perfecta de lirismo y exaltación y con unas maderas impecables. Ejemplar la forma de negociar el episodio fugado. El Allegro molto vivace, como no podía ser menos, resultó exultante y una muestra evidente de lo que los sinfónicos coruñeses son capaces de hacer.
En la pieza de bravura del programa, el Concierto para violín y orquesta de Sibelius, el norteamericano Stefan Jackiw —que lo acaba de tocar hace un par de semanas en La Haya con la propia Bilhmaier— se mostró, aún más que en su visita anterior en 2021, como un violinista de muchísimos quilates en una obra en la que no hay aficionado que no tenga su versión de referencia. Desde el arranque —que debiera haber sido un pelín más misterioso y un punto más piano— fue la suya una lectura dotada al mismo tiempo de pasión y de riesgo controlado, tensa y arrebatada, honda además de bella y técnicamente impecable. Naturalmente, el violín lució en plenitud en la endiablada cadenza del primer movimiento. Pero un concierto con solista es cosa de tres y aquí los otros dos estuvieron a la altura del magnífico protagonista. El acompañamiento de Bilhmaier fue de primera clase, idiomático a más no poder, dando a la orquesta el protagonismo que aquí tiene, puro Sibelius. Como encore, Jackiw ofreció el Largo de la Sonata nº 3 de Bach.
El concierto se había iniciado con la muy hermosa Piccola música notturna de Luigi Dallapiccola, sobre el poema Noche de verano de Antonio Machado. Es música exquisita, maravillosamente escrita, descriptiva en su apariencia y perfectamente adecuada a su pretexto, una de esas joyitas que andan escondidas por ahí. A la versión de Bilhmaier, con todo y ser notable, le faltó precisamente algo de esa poesía —las artes no son necesariamente vasos comunicantes pero creo que me explico— que está en su esencia. Esa corrección inicial, como ha quedado dicho, fue ampliamente superada por el desarrollo de un programa que nació en la oscuridad y terminó en la luz.
Luis Suñén