LA CORUÑA / González-Monjas y Kantorow firman con la OSG un Brahms excepcional
La Coruña. Palacio de la Ópera. 2-XII-2023. Alexandre Kantorow, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Brahms.
El lunes día 27 surgía la noticia de las necesidades económicas de la Sinfónica de Galicia a la hora de mantener a pleno rendimiento una actividad que ha hecho de ella una de las mejores orquestas españolas. En el programa de abono subsiguiente, y mientras las administraciones involucradas en el asunto se supone pensaban en la resolución del mismo a lo largo de la semana que entra, demostraba con creces, con su titular al frente, por qué es en uno de los mayores atractivos culturales de la ciudad —a pesar de ese Palacio de la Ópera con goteras— y un haber imprescindible de la música en Galicia. Por si fuera poco, en estos días se incorporaba a la plataforma Symphonylive, que reúne, entre otras, a orquestas como la Sinfónica de Londres, la del Concertgebouw o la de Cleveland.
El concierto se encuadraba en esa cura de Brahms de la que hemos hablado alguna vez en estas críticas y que tan saludable resulta para orquestas y públicos. Josep Pons dirigía hace un mes, en versiones impecablemente analíticas, las sinfonías Primera y Tercera, Lucas Macías hizo lo propio con la Segunda en sesión a la que este crítico no pudo acudir, y González-Monjas remataba el ciclo con una Cuarta sencillamente extraordinaria. Y desde el primer compás. Que la sintonía entre orquesta y maestro es hoy por hoy absoluta lo demostró ese arranque que va a ser uno de los grandes momentos de la temporada, con esa cuerda a la vez densa y sedosa que expone sin ambages la impronta del trabajo realizado por el anterior titular. González-Monjas mostró sus cartas desde ese inicio y más allá: una expresividad a flor de piel, una pasión —desatada y controlada a la vez en el Finale— que nos llevaba a un Brahms hijo del romanticismo por más que ya maduro, pero también, por ejemplo, un exquisito cuidado en unas dinámicas que siempre resultaban pertinentes, nunca impostadas. Brahms es a la vez el edificio entero y todas sus habitaciones de manera que la suma que recibimos a su final no es la misma si alguno de los sumandos se nos queda corto. Aquí la conciencia constructiva corrió paralela al cuidado de cada momento. Por eso la claridad en el planteamiento y la excelencia de los resultados sobre la marcha nos lleva a lo que parece cada vez más evidente: la extraordinaria técnica de batuta del maestro vallisoletano. La Sinfónica de Galicia ha encontrado en él a su titular perfecto y a quien puede sacar todo el partido posible al excelente trabajo de sus antecesores. Un Brahms como este no se escucha todos los días, ni aquí ni, si se me permite, qué se yo, donde ustedes quieran o su fetichismo particular les conduzca.
Para colmo, el solista del Concierto nº 2 del hamburgués era el joven Alexandre Kantorow, a sus veintiséis años uno de los grandes del panorama internacional. Ya sabemos que a esa edad hay por ahí mucho aspirante a la gloria, pero lo del hijo de ese estupendo músico que es Jean-Jacques Kantorow es una evidencia deslumbrante. La técnica apabulla, el poderío sonoro infunde un respeto imponente, la capacidad para negociar las dinámicas impresiona y la manera de cantar cuando se debe es la de un artista mucho más maduro de lo que la edad pudiera hacer pensar. El concepto general está admirablemente asumido, pero hubo un detalle crucial en este concierto brahmsiano que resolvió con una naturalidad, valga la paradoja, intencionadísima. A saber, esas como divagaciones del piano en el primer movimiento que parecieran dejar a la orquesta que ocupe su lugar mientras el solista pasea entre el ensueño y la atención un poco perdida. Ahí se ve a los grandes y ahí estuvo Kantorow. El acompañamiento —que en obra como esta es mucho más que eso— de González-Monjas y la OSG fue sencillamente formidable. Las ovaciones del respetable —muy tosedor, fruto seguramente de los fríos que finalmente llegaron al Noroeste— arrancaron del pianista francés dos encores maravillosamente tocados: una transcripción de El pájaro de fuego de Stravinsky a cargo de Guido Agosti —se diría que compuesta para su peor enemigo dadas las tremebundas dificultades técnicas— y la Canción de la Canción y danza nº 6, el homenaje de Federico Mompou a Arthur Rubinstein.
La Orquesta Sinfónica de Galicia tuvo uno de sus grandes días en esta ocasión en la que pasión e inteligencia se dieron la mano. Hay que destacar, naturalmente, al violonchelo Raúl Mirás, magnífico en el tiempo lento del Concierto brahmsiano, como lo había estado al inicio del mismo el trompa Nicolás Gómez Naval. Y, en la sinfonía, la flautista Clara Walker Moore. Y en todo momento el clarinete Juan Ferrer, el fagot Steve Harriswangler, el oboe David Villa, el timbalero Fernando Llopis, trompetas, trombones… Esta orquesta está como nunca, que ya es decir.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)