LA CORUÑA / El Coro de la OSG, protagonista
La Coruña. Palacio de la Ópera. 26-V-2023. Ana Quintáns, soprano. Alberto Miguélez Rouco, alto. Manuel Gómez, tenor. Ferrán Albrich, barítono. Coro y Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Javier Fajardo. Bontempo: Réquiem.
El Réquiem del portugués Joao Domingos Bontempo es obra en la que confluyen fuentes diversas como pueden ser, inevitablemente, Haydn y Mozart, pero el rastro mayor es el de cierta música del primer tercio del siglo XIX en la que unos cuantos compositores, como él mismo, tejen una especie de tapiz que sirve de fondo a las invenciones verdaderamente grandes de la época. Lo explica muy bien en sus notas al programa de este concierto la musicóloga Teresa Cascudo, que recuerda también las pocas certezas que poseemos acerca de la composición y el estreno de este Réquiem que el Coro y la Orquesta Sinfónica de Galicia ponían en sus atriles por vez primera. En cualquier caso, una partitura que se sigue con interés, incluso en su un tanto peculiar forma de subdividir musicalmente las distintas partes del texto litúrgico.
La idea era buena, como lo es todo lo que signifique ampliar el a veces demasiado estrecho horizonte en que debe vivir el asiduo a las salas de conciertos. El encargado de ponerla en pie iba a ser Carlos Mena, pero una indisposición comunicada hace una semana lo hacía imposible, de manera que se optó por una solución rápida y lógica por más que conllevara su riesgo: pasar la responsabilidad a Javier Fajardo, director musical del Coro de la Orquesta Sinfónica de Galicia —su director artístico es el propio Mena— y que había trabajado a fondo la partitura con sus huestes. Le echó arrestos y hay que agradecérselo en buena ley.
Y precisamente el coro es el protagonista principal de una obra que posee, más allá de esa estética algo previsible, momentos muy bellos, unos pidiendo unción expresiva y, otros, brillantez más externa. El de la OSG dio generosamente todo lo que lleva dentro, mostrando sus mejores virtudes tanto como sus características manifiestamente mejorables. Hay que tener en cuenta que este es el segundo programa de abono en el que ha intervenido a lo largo de esta temporada, y así es muy difícil aspirar a logros mayores, tanto como descender a este o aquel aspecto de su prestación. Por eso habría que tomar este Réquiem como la base comparativa para el futuro, y sus resultados como una buena hipótesis de trabajo a partir de la cual plantearse el camino. Especialmente acertado resultó el Ofertorio, con ese “Quam olim Abrahae” que nos lleva directamente al Réquiem de Mozart —magnífica María José Ortuño en esa especie de destello de la flauta—, que hizo despertar lo que hasta entonces parecía una versión tirando a plana, con la orquesta demasiado sumergida en su papel secundario. A partir de ahí Fajardo fue a más, animando un buen Sanctus y ofreciendo una muy buena resolución de ese final nada grandioso que pide el autor en lo que es una muestra de originalidad respecto al ambiente reinante en la época.
El excelente elenco de solistas chocó con dos obstáculos, ambos insalvables, aunque bien distintos. De un lado, que la partitura sólo otorga cierto protagonismo a soprano y barítono y, de otro, que la acústica del Palacio de la Ópera es especialmente perversa para con las voces (recordemos esta temporada su encono con Véronique Gens). Por eso daba congoja tener dos artistas como Ana Quintáns y Alberto Miguélez Rouco —un alto especialísimo, con una voz única— cuya ligazón, en el Ingemisco por ejemplo, se intuía más que escucharse verdaderamente. Un tenor de la finura de Manuel Gómez pasaba desapercibido y Ferrán Albrich trataba de aprovechar su oportunidad. Bien se merecen los cuatro, y el público, una nueva.
Luis Suñén