LA CORUÑA / Cuídenla, por favor
La Coruña. Palacio de la Ópera. 28-II-2020. Alexandra Dovgan, piano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Obras de Mendelssohn y Stravinsky.
De los niños y niñas prodigio hay que desconfiar, nunca mejor dicho, por naturaleza. Por un Weissenberg o una Argerich, por un Gelber o una Grimaud que nos han llegado enteros se han inmolado en el altar de la fama y la fortuna innumerables pipiolos conducidos por padres, maestros y agentes al fracaso, al olvido, a la mediocridad. Por eso uno asiste con mucha cautela a las exhibiciones de presuntos virtuosos antes de tiempo. Es más, si puede, no acude, porque la estadística dice que lo más probable es que se repita el fiasco y nos confirmemos en la idea de que el prodigio ha de crecer, seguir estudiando, madurar un poquito, leer, ir a museos, estar lo suficientemente bien aconsejado como para saber cuándo conviene ir mudando la piel… y, entonces, volvemos a hablar.
Pero empezábamos hablando de las excepciones a la regla común. Y me da la sensación de que la rusa Alexandra Dovgan, que acaba de presentarse con la Orquesta Sinfónica de Galicia en el Concierto nº 1 de Mendelssohn, es una de ellas. Tiene trece años y Grigori Sokolov la alaba diciendo que “no es una niña prodigio sino un prodigio y su forma de tocar es honesta y concentrada”. Dicha por Sokolov y antes de escuchar a Dovgan la frase merece un respeto. Después de hacerlo no cabe sino el acuerdo con el gigantesco artista.
La primera impresión, antes de nada, no es buena porque imita la generalmente horrible manera de vestirse de tantas de sus colegas de mayor edad —los chicos lo tienen más fácil— y resulta un poco como de dama de honor en una primera comunión de las de toda la vida, como un poquito disfrazada. Pero, cuando empieza a tocar, la sorpresa va ocupando el terreno del escepticismo hasta que, finalmente, gana la evidencia de que, en efecto, la promesa se cumple. Hoy por hoy, la jovencísima pianista tiene una técnica admirable —incluida una potencia que aún ganará con el tiempo— que no se impone al discurso lógico ni a la sensibilidad propia, por más que esta esté todavía en agraz y que una obra como la de Mendelssohn no exija en eso grandes honduras. No hay exhibición ninguna, no es una máquina reproductora de partituras ni una caja de música sino una adolescente que toca maravillosamente el piano y que, si sigue así, será una de las grandes. Por si hubiera dudas después de Mendelssohn, Dovgan ofreció como encore un preludio de Rachmaninov admirablemente tocado. Lo que hace falta ahora es que quienes conducen su crecimiento personal y artístico lo hagan con tiento, sin prisas y sin excesos, como corresponde a material tan delicado. Quebrar una carrera como esta sería un delito de lesa música.
Volvía en el mismo concierto Dima Slobodeniouk a su orquesta y él y ella y el público y todos tuvimos la ocasión de comprobar de nuevo cómo el maestro y sus músicos forman un tándem imbatible. Tras un acompañamiento impecable en Mendelssohn, en la segunda parte se nos ofreció la versión completa de El pájaro de fuego de Stravinsky, esa que a su autor le parecía demasiado larga y de calidad desigual pero cuya opinión, con ser en parte cierta, desmienten versiones como esta —recordemos que ya Slobodeniouk y la OSG habían hecho lo propio con Daphnis et Chloé de Ravel dándolo también completo—. Hubo lógica narrativa, equilibrio, lirismo cuando procedía y, claro, poderío también, con un final en el que las emociones y el juego dinámico cuadraron perfectamente. Una gran lectura en la que cada primer atril solista cumplió su cometido con excelencia. Un sobresaliente esta vez muy especial para el trompa David Bushnell y para una sección de violas en excelente momento de forma.
Luis Suñén