LA CORUÑA / Carlos Mena con la OCSG: devoción y artificio en Haydn
La Coruña. Palacio de la Ópera. 10-V-2024. Sonia de Munck, soprano. Anna Reinhold, mezzosoprano. Thomas Cooley, tenor. Ferrán Albrich, barítono. Coro y Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Carlos Mena. Joseph Haydn: Stabat Mater.
Aunque el aficionado más dispuesto posee buenas referencias discográficas del Stabat Mater de Joseph Haydn, su escucha en las salas de concierto no suele ser habitual, eclipsada la muy hermosa pieza por esas dos obras maestras absolutas del autor que son La creación —de treinta años después— y su postrera Las estaciones e incluso por algunas de sus mejores misas. Sin embargo, este Stabat Mater —que la Orquesta Sinfónica de Galicia programaba por vez primera en sus temporadas— mantuvo una buena carrera, por decirlo así, litúrgica, en las celebraciones de Semana Santa que se lo podían permitir y, naturalmente, y aún está ahí, en los festivales de música religiosa.
Carlos Mena planteó la obra considerando muy bien todo lo que converge en ella, es decir, lo que tiene de piadoso oratorio, pero también de sucesión de arias —es las dos cosas— en las que convive ese tono devocional con otro menos recogido que a veces, también por mor de las exigencias vocales, remite a la ópera seria y hasta un poco menos seria —tengamos en cuenta que en esos años aún no habían llegado las grandes joyas líricas de su autor, que arrancarían en 1773 con L’infedeltà delusa. Y en el terreno de ambas expresividades se movió Mena con soltura, manejando un orgánico suficiente —8/7/6/5/4 en cuerdas con un vibrato bien calculado— y contando con un coro bastante numeroso. El alavés fue, número a número, tan expresivo como suele —excelentemente tratados los acentos de maderas y metales con la exquisita colaboración de sus responsables, como la de Ramón Pérez-Sindín Blanco al órgano positivo— y consiguió que la sensación de obra cumplida no quedara atrás respecto de la suma de sus partes. No en vano un texto como este —que cada vez se atribuye menos a Jacopone da Todi— es también una historia espiritual con planteamiento, nudo y desenlace. Mena la llevó a término con tempi convincentes, bien adecuados a cada caso y sabiendo aprovechar todo lo que en esta música hay, si se me perdona, de entretenido —que es mucho y apoyado en una duración perfecta— a pesar de su pretexto trágico.
Supongo que no debe ser fácil encontrar cantantes de primera para una partitura que, sobre ser interpretada pocas veces, plantea dificultades vocales, sobre todo en las cadenze que propone a las voces, con sus agilidades varias. Los cuatro con que se contó esta vez cumplieron sin alardes, yendo todos de menos a más, como la propia audiencia cuando comprobó que eso es lo que había y lo mucho que ha llovido desde aquella grabación de Laszlo Heltay, que ha resistido los anatemas del tiempo y en las que el cuarteto era Auger, Hodgson, Rolfe-Johnson y Howell —el mismo, este, al que, vivir para ver, elogia Celibidache en un Réquiem de Fauré que puede verse en Youtube. A pesar de una entrada regular en su dúo con la soprano, la mezzo Anna Reinhold fue quizá la que mejor se defendió del elenco, con un buen momento en “Fac me vere…”. La soprano Sonia de Munck terminó bastante mejor de lo que empezara. El tenor Thomas Cooley lució un timbre que lo mismo tendía a oscurecerse que rebrotaba hacia arriba con cierto arrojo y lo mejor de Ferrán Albrich fue cómo negoció con solvencia la arrebatada y teatral “Pro peccatis suae…”.
Al Coro de la Sinfónica de Galicia se le espera siempre con la esperanza de que se empiece a ver la luz al final del túnel. Esa era la idea cuando a Javier Fajardo se sumó, hace ahora dos años, Carlos Mena como director artístico. Y esperanzada ha sido también la sensación que ha dado en este concierto, el mejor del Coro desde hace tiempo. Su presencia al completo ha servido para que determinadas carencias que es de suponer estén en trance de resolverse no se manifestaran tan crudamente como sucedería en menor formato. Sigue habiendo superioridad manifiesta de las voces femeninas, pero los tenores no quedaron en evidencia como pasaba de ordinario. Hubo buen empaste y valor suficiente cuando correspondía —en “Eia mater…”, por ejemplo—, lo que seguramente tenga que ver con una recobrada sensación de confianza.
El concierto se dedicó a la memoria de María Rosa Vázquez Vaamonde, “Marosa”, (1949-2024), integrante del Coro de la OSG desde 1998 y madre de Cibrán Sierra, violín del Cuarteto Quiroga. Todos los miembros del Coro y el propio Mena llevaron en la solapa una pajarita de papel —la papiroflexia se convertiría en uno de sus elementos complementarios para la enseñanza de las matemáticas, la asignatura de la que fue profesora en el Instituto Ferro Couselo de Orense. La del maestro quedó prendida en el atril para recuerdo de todos.
Luis Suñén
(fotos: Pablo Sánchez Quinteiro)