LA CORUÑA / Asmik Grigorian: con chupa y vaqueros

La Coruña. Teatro Rosalía de Castro. 1-IX-2022. Asmik Grigorian, soprano. Lucas Geniusas, piano. Obras de Chaikovski, Tigranian, Puccini y Dvorák.
Antes de comenzar el recital que abría la Temporada Lírica de A Coruña en su septuagésimo aniversario, su director artístico, el tenor Aquiles Machado, se dirigió al público para explicar muy graciosamente que las bellezas de la ciudad contrastaban con ciertas dificultades de acceso, las que habían hecho que la soprano Asmik Grigorian tuviera que sufrir un pequeño quinario, enlace va, enlace viene, desde su salida del aeropuerto de Vilnius hasta su llegada a destino, con peor suerte para su equipaje, que apareció en Turquía, lo que hizo que no pudiera vestirse como se suele en estas ocasiones. Pero he aquí que cuando la cantante apareció en escena con unos vaqueros rotos por las rodillas, una camiseta alusiva a lo galaico y una chupa bien moderna el no muy abundante público —no más de medio teatro— prorrumpió en una ovación de gala. Lo merecía sin duda la fama que le precede pero también su naturalidad, su manera de convertir un inconveniente en una ventaja aunque me temo que no en una tendencia.
Asmik Grigorian es una de las grandes de su generación. Fue premiada en la categoría de joven talento por los International Opera Awards hace seis años y desde entonces ha sido nada menos que Jenufa, Marie, Salomé, Tatiana, Manon, Fedora, Senta o Rusalka en Viena, Londres, Madrid, Berlín, Salzburgo o Bayreuth entre otras plazas de primera. Para el público español su acuática ninfa dvorakiana en el Real es, sin duda, una de las mayores impresiones vividas en los últimos tiempos. Tenerla en A Coruña era, pues, una sorpresa y un lujo extraordinarios a los que la lituana correspondió con creces desde el primer al último minuto de un recital que quedará en la memoria de todos los que estuvimos allí y me temo que también en la conciencia de los que lleguen a enterarse de lo que se perdieron.
La primera parte estaba dedicada a Chaikovski —aunque se había anunciado que Grigorian cantaría el Rachmaninov recién grabado para Alpha— y casi desde el inicio apareció una suerte de irreprimible tendencia escénica por parte de la cantante, una expresividad que pide actuar, no solo decir. Y tanto en la exaltación como en esa especie de abandono que la precede en estas piezas que se adaptan a sus textos como un guante. Modélica, por supuesto, Nadie sino el corazón solitario, quintaesencia del arte del autor y la más conocida de aquellas. Para concluir el bloque, nada menos que el aria de Tatiana de Eugen Onegin, una de esas piezas en las que cada aficionado tiene su fetiche escondido —quien esto firma, noblesse oblige, Tomowa-Sintow y Vitneskaia, cosas de la edad. Bien, pues a esa altura estuvo Grigorian, que en vaqueros fue capaz de transformarse en la enamorada —de un lechuguino— que está cometiendo el error de su vida pero que no le importa. Más aún que en las canciones, aquí hay cambios de ánimo tanto como de tesitura y hay que meterse en el personaje y llegar a la emoción por la vía de la técnica. De manera impecable lo hizo nuestra cantante, con un dominio perfecto de la mezza voce pero también con unos admirables arrestos a la hora de subir, apoyada siempre en un fiato manejado con arrojo pero también con inteligencia. Digamos, que ya es hora, que Grigorian posee amplio espectro, que es una dramática de muy bello color, que extrema el agudo con gozosa seguridad pero jamás destempla, que luce unos graves casi de mezzo y que ni arriba ni abajo pierde una línea tan homogénea como directa
De su vocación teatral dio cumplida cuenta en una segunda parte plenamente operística en la que a lo que cada pieza tiene de fragmentario hay que añadir que un piano no es una orquesta. Decir que ambas cosas se olvidaron es otorgarle buena parte del mérito a la belleza intrínseca de las piezas pero también al formidable hacer de la cantante y de su magnífico acompañante, su compatriota Lucas Geniusas, estupendo durante todo el recital, sutil en las canciones y verdaderamente capaz de ponernos en situación en las arias, con sobresaliente para la de Manon Lescaut de Puccini. Como pez en el agua, Grigorian hizo un repaso a tres papeles del de Lucca, la citada Manon —Sola, perduta, abbandonata—, Musetta —Cuando me’n vo’-—y Cio-Cio-San —Un bel di vedremo— es decir, tres voces distintas y una sola artista verdadera. Una artista que, ya sin la chupa, se fue al desierto, a París y a Nagasaki y supo actuar al lado de un piano con la misma absoluta naturalidad con que lo hace en un teatro y sirviéndose de unos pocos gestos suficientes para añadir, si hiciera falta, algo más de verdad a lo que se presenta tan fuera de contexto. Antes, otra lección en la Canción a la luna de Rusalka de Dvorák y en el aria de Anoush de la ópera homónima del armenio Armen Tigranian (1879-1950), de aparente raigambre popular. Y, para rematar, dos encores: Oh mio babbino caro del Gianni Schicchi pucciniano y Aguas primaverales de Rachmaninov.
Luis Suñén
(Foto: Alfonso Rego)
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