LA CORUÑA/ ‘Aida’ celeste y terrenal
La Coruña. Palacio de la Ópera. 16-IX-2023. Temporada Lírica de Amigos de la Ópera. Marigona Qerkezi, Nino Surguladze, Jorge Puerta, Carlos Almaguer, Simón Orfila, Giacomo Prestia, Francisco Pardo, Lucía Iglesias. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Director de escena: Daniele Piscopo. Verdi: Aida.
Casi cuarenta años llevaba ausente Aida de la programación coruñesa, lo que en temporada tan corta puede no ser demasiado si se piensa en lo grande que es el repertorio. Pero, claro, es que se trata de una de las obras maestras de Giuseppe Verdi, un prodigio se mire por donde se mire, que es también una condena de la crueldad y la estupidez humanas, una crítica al poder y una suerte de dialéctica entre lo sublime y lo terreno como dos rostros de un amor que acaba en una inmolación entre heroica y absurda. Todo ello, como sabe cualquier aficionado, de la mano de un constante tour de force expresivo y técnico para los protagonistas y otorgando a la orquesta un papel absolutamente decisivo en el discurso.
Por eso Aida tiene mucho de ópera total que, además, plantea siempre el desafío de cómo resolver la suma de grandeza e intimidad, una tentación irresistible tanto para los directores de escena amantes del espectáculo como para aquellos que, desde una posición mucho más difícil, abogan por incidir en el aspecto más introvertido del drama, y menudo drama. Los Amigos de la Ópera de A Coruña han optado por traerse la producción que en el pasado marzo programaba la Sociedad Canaria de Amigos de la Ópera —en el foso también Pérez Sierra—, con dirección de escena de Daniele Piscopo y escenografía de Italo Grassi. Bastante mejor esta que aquella, pues mientras Grassi va creando a partir de un esquema muy sencillo diferentes espacios de una funcionalidad, por así decir, suficiente, Piscopo recurre a todos los tópicos a la hora de situar a la figuración o al coro, formaciones simétricas o lentitudes mil veces vistas. La dirección de actores es aproximativa y hay momentos en los que las limitaciones se hacen demasiado visibles, así cuando el sumo sacerdote se refiere a los prisioneros etíopes como “chusma feroz” cuando en realidad parecen incapaces de matar una mosca. El vestuario es de una incoherencia casi cómica —mujeres samaritanas junto a medio derviches, unos casi frailes y hasta una especie de pope— y, en lo que respecta a los protagonistas, todo menos brillante. Voluntarioso el cuerpo de baile con una coreografía que, afortunadamente, no consiguió quitarnos la devoción por la estupenda música que Verdi compuso para ellos. Todo es como un Egipto muy venido a menos —el “glorioso estandarte”, un par de retales atados a un palo, parecía todo un símbolo— que corresponde también a las necesidades de un presupuesto tasado. Pero digamos, por ser justos, que el conjunto al fin acaba por funcionar medianamente y que la propuesta escénica va mejorando según avanza la acción.
En lo musical, las dos grandes protagonistas fueron la croata Marigona Qerkezi como Aida y la georgiana Nino Surguladze como Amneris. Qerkezi debutaba en La Coruña un papel que puede hacer suyo durante muchos años —magnífico “Ritorna vincitor!”, impecable “Oh patria mia”, como el dúo con Amonasro—, pues lo tiene todo para ser una esclava etíope de referencia. La voz es amplia, la línea impecable y la naturalidad canora corre paralela al arrojo vocal desde un pleno control de los medios, entre ellos un timbre adecuadísimo. Como lo es el de Surguladze para Amneris, con esos graves que pide a una tesitura que debe moverse muy bien por esa zona mientras controla el equilibrio dramático, ejemplar en “L’aborrita rivale”. Qerkezi era la celeste Aida que lo sacrifica todo a un amor terrible y Surguladze la rival contrariada que, sin embargo, acaba teniendo los pies en la tierra y quiere salvar a la persona a la que ama, aunque parezca imposible. Ellas dos les dieron a estas funciones coruñesas un empaque de gran escenario.
El tenor venezolano Jorge Puerta, habitual en la Deutsche Oper berlinesa, resolvió aseadamente la papeleta de su entrada con “Celeste Aida”, faltándole quizá algo de refinamiento en el fin de las dos primeras frases y pasando por alto esa messa di voce en la última —manes de Franco Corelli— que ha sido característica de alguno de los grandes Radamés del pasado, pero eso son cosas de los que peinamos canas. Con buenos agudos, aunque con una cierta falta de proyección que lo disminuía en los concertantes, alcanzó quizá su mejor momento en el dúo con Amneris “Già i sacerdoti adunansi”. El resto del reparto cumplió sin fisuras y, sobre todo, con un muy buen tono verdiano: Carlos Almaguer como Amonasro, Simón Orfila como Ramfis y Giacomo Prestia como Faraón. Excelentes en sus pequeños pero no fáciles papeles, Lucía Iglesias como Sacerdotisa y Francisco Pardo como Mensajero. El Coro Gaos rindió muy bien en las escenas más recogidas, cuando debía cantar piano, mejor que en las de mayor enjundia, donde faltó la necesaria brillantez, pero su actuación tuvo mucho mérito.
Ya sabemos que las buenas funciones de ópera se construyen desde el foso y esta no fue una excepción. José Miguel Pérez Sierra, tras un preludio muy cuidadosamente dicho, como para que se empezaran a ver esos temas fundamentales de lo que habrá de venir, planteó, con una Orquesta Sinfónica de Galicia que es un lujo en estas temporadas, una lectura que, sobre atender a los cantantes, no dejó escapar ninguna de las líneas maestras de la partitura ni de sus detalles más recogidos, desde lo rutilante de la Marcha triunfal al cuidadoso acompañamiento en “Oh patria mia” con un extraordinario David Villa al oboe.
Luis Suñén
(fotos: Alfonso Rego)