LA CORUÑA / Absoluto Quiroga

La Coruña. Palacio de la Ópera. 15-II-2020. Cuarteto Quiroga. Real Filharmonía de Galicia. Director: Paul Daniel. Obras de Clyne, Adams y Beethoven.
Es difícil pensar en una ciudad de un cuarto de millón de habitantes que presente en días sucesivos a dos orquestas de la tierra —del concierto de la Sinfónica de Galicia han tenido ya noticia crítica los lectores de SCHERZO—, distantes entre sí sesenta kilómetros, de tan excelente calidad y con propuestas tan atractivas. No es un milagro sino el fruto de un trabajo bien hecho que, como recordaba Cibrán Sierra, el segundo violín del Cuarteto Quiroga, antes del encore con el que concluía la primera parte del concierto que aquí se comenta, no puede perderse bajo ningún concepto.
Del programa de la Real Filharmonía en La Coruña el sábado 16 destacaba Absolute Jest de John Adams para cuarteto de cuerda y orquesta, de 2013, que estrenaran en España, al año siguiente, la Orquesta Nacional y el Cuarteto Attacca dirigidos por el autor. Ya en el 2017 el Cuarteto Quiroga había hecho lo propio con Nacho de Paz y la Orquesta Sinfónica de RTVE y dos años después con la Orquesta de Castilla y León dirigida por Damian Iorio. No es la de Adams obra que un cuarteto monte como cualquiera otra de su repertorio estrictamente camerístico y por eso, y por sus dificultades, es una piedra de toque nada fácil de resolver. El Quiroga, con la colaboración impagable de Paul Daniel y la orquesta compostelana, demostró dominarla a partir de un conocimiento exacto de lo que el compositor plantea, en lo técnico, en lo expresivo y en lo mental. Porque hay que saber entrar y salir del minimalismo por el que el autor norteamericano transitó hace tiempo y superó con creces y, a la vez, sumergirse en las citas beethovenianas que no solo trufan su discurso sino, por momentos, lo conducen o lo desarrollan desde esa interesante apelación a cierto Stravisnky que señalaba en sus notas la profesora Teresa Cascudo. Y el Quiroga lo supo hacer de forma sobresaliente, mostrando cómo combinar inteligencia y poderío técnico, lo mental y lo físico, en una música que pareciera escrita para ellos y cuya versión hoy por hoy parece insuperable. Hablar de acompañamiento en una partitura así es tan inexacto como poco riguroso. La orquesta tiene siempre mucho que decir y se suma al cuarteto con mayor o menor intensidad, pero siempre con sentido pleno. Daniel puso de relieve el enorme interés de esta música desde la seguridad que ofrece el contar con una formación como la de Santiago.
La categoría, la versatilidad, la belleza del sonido y la seguridad expresiva de la Real Filharmonía quedaron de manifiesto en una Segunda de Beethoven que, a decir verdad, la orquesta lleva en su ADN desde que la hiciera con Ros-Marbà en algún concierto inolvidable. Daniel la planteó desde un clasicismo marmóreo y brillante, con un cuidado y una atención por los detalles que brotaban naturales en cada gesto rector, ya sin podio ni batuta y como en conversación con los músicos. Lástima que los aplausos entre movimiento y movimiento —cosa extrañísima en el abono del sábado de la OSG y debida seguramente a algún público de ocasión que también tiene derecho a expansionar sus sentimientos fuera de las normas no escritas— quitaran concentración al resto de la audiencia y seguramente también a los propios músicos. Antes, para empezar, se nos ofreció la brillante Masquerade de la británica Anna Clyne (Londres, 1980), escrita para la última noche de los Proms de 2013. Se trata de una pieza sobre una canción de taberna inglesa del siglo XVII, perfecta para aquella ocasión, llena de frescura, muy bien armada, divertida e intensa, todo en cinco minutos muy gozosos.