La composición como ejercicio intelectual (en la muerte de Eduardo Pérez Maseda)
A los 71 años nos ha dejado en Madrid, su ciudad natal, el compositor y ensayista Eduardo Pérez Maseda, uno de los miembros más activos de la generación de compositores nacida en los años cincuenta. Él lo hizo el 22 de agosto de 1953 y, al tiempo que se formó musicalmente en el Conservatorio Superior de Madrid estudió en la Universidad Complutense, donde se licenció en sociología y donde dirigiría con los años varios seminarios sobre esa temática.
Pérez Maseda no concebía la composición musical como un mero oficio o como un divertimento sino como una actividad plenamente intelectual en la que no podía despegarse la técnica del pensamiento y la indagación. Por eso no podemos separar su actividad compositiva de sus ensayos sobre temas musicales. Ya en 1983 publicó El Wagner de las ideologías, uno de los más lúcidos e importantes ensayos que se han escrito en torno a Wagner. Se trata de un libro profundo y serio en el cual supo prescindir de los tópicos wagnerianos al uso. Probablemente es su libro más leído, pero hay otros de igual interés como la monografía Alban Berg, publicada en 1985 dentro de la colección de interesantes monografías musicales que realizó por entonces el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Finalmente, es autor de otro ensayo quizá menos divulgado pero muy enjundioso como es Música como idea y música como destino, de 1993. Además, pronunció muchas conferencias y fue colaborador de los programas musicales de Radio Nacional de España.
En la obra de Pérez Maseda destacan las piezas instrumentales, sobre todo camerísticas, pero también se interesó por el teatro musical. Su primer intento fue en 1985 para danza experimental en el entonces naciente Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, experiencia realizada en el Teatro Olimpia regido entonces por Guillermo Heras. Pero era la ópera el ámbito que más le interesaba y fue en ese mismo teatro donde estrenó Luz de oscura llama en 1991, con un libreto de Clara Janés en torno a San Juan de la Cruz, que contó con un montaje excelente de Simón Suárez y con la dirección de José Ramón Encinar. Quizá sea su mejor y más conocida ópera, pero no es nada desdeñable Bonhomet y el cisne, realizada en 2003 en versión de concierto en el Festival Internacional de Alicante y escenificada en 2006, producida por la ORCAM, en el Teatro de la Abadía de Madrid.
Entre su obra instrumental, destacan piezas como Non silente; La cruz, el ciprés y la estrella; My echo, my shadow, además de piezas pianísticas como Vals para Rayuela o Imitación quebrada, también intentos vocales. En su estilo había una preocupación básica por la indagación tanto estética como técnica, pero subordinando esta última a la primera. Es música intelectual, pero también música sensible de un musico que tenía su personalidad y supo mostrarla en sus composiciones.
Tomás Marco