La belleza de desafinar
Tal vez la desafinación represente el último gran tabú musical. Los compositores del siglo XX nos han acostumbrado a las disonancias más atrevidas y punzantes. Ya no nos hieren tanto. Por el contrario, cualquier desafinación nos remueve las entrañas y suscita la censura más severa. La desafinación parece marcar un límite infranqueable, y sin embargo es posible que ciertos autores hayan coqueteado conscientemente con ella para ampliar su abanico expresivo.
La Pavane de Louis Couperin (ca. 1626-1661) es una de las páginas más bellas de la literatura para clave y también una pieza anómala dentro de la producción del músico francés: es su única obra escrita en fa sostenido menor. La tonalidad de fa sostenido menor resultaba problemática en los instrumentos de tecla de la época debido a cuestiones inherentes a la afinación. Ya los pitagóricos constataron que es imposible cerrar el círculo de las quintas con la afinación natural, lo que en términos prácticos significa que es imposible tocar en un mismo teclado todas las tonalidades si lo afinamos con quintas puras: la peor parte se la llevan las tonalidades con muchos sostenidos o bemoles. Hasta que se impuso el temperamento igual, que divide la octava en doce semitonos idénticos, cada sistema ofrecía soluciones parciales. El temperamento mesotónico, muy extendido a lo largo del siglo XVII, utilizaba terceras puras y corregía las quintas, pero tampoco podía evitar que determinados semitonos bailasen mucho, lo cual seguía restringiendo el abanico de tonalidades practicables.
Es entonces posible que, con el fa sostenido menor, Louis Couperin barajase cierto grado implícito de desafinación para realzar la melancolía de su Pavane y dotarla de un efecto aún más desgarrador. Existen formas de suavizar estos efectos, pero los grandes intérpretes de su música (Christophe Rousset, Skip Sempé, Blandine Verlet) prefieren hurgar en la herida de la afinación. Nadie como Verlet ha ido tan lejos en la exploración de los desfases interválicos. La clavecinista francesa grabó a finales de los ochenta una magnífica integral dedicada a Louis Couperin en el sello Astrée y su versión de la Pavane puede resultar chocante en este sentido. Ciertas notas del instrumento (es el caso de La sostenido, Re sostenido y Mi sostenido) molestarán a más de uno por lo desajustadas que parecen estar. Cada una de sus apariciones a lo largo de la pieza (hay muchas, escuchen por ejemplo 0’17”, 0’42”, 1’21”, 3’03”, 4’49”, 5’02”, 5’18”, 5’53”…) es una puñalada al tímpano del oyente, y algunos estarán tentados de parar la grabación irritados.
El clavecinista Richard Egarr, responsable de otra integral dedicada a Louis Couperin, ha enfocado de manera iluminante la cuestión recurriendo a la metáfora del queso. En sus palabras, la utilización del temperamento mesotónico “confiere un sabor más marcado, más picante (más “Roquefort” que “Brie”, por así decirlo) al muy cargado contenido armónico/cromático de esta música”. La desafinación actúa en definitiva aquí como una especia, un potenciador de sabor. Verlet recurre a ella como un condimento picante para intensificar la melancolía de la Pavane hasta límites insospechados. Y de paso, nos muestra que la desafinación –esta eterna proscrita– puede quizá tener un lugar propio en la música. Si nuestros paladares disfrutan con el gusto urticante de guindillas y pimientos, ¿por qué nuestros oídos no deberían hacer lo mismo con el escozor de la desafinación?
Stefano Russomanno