La audacia de un excéntrico, Malcolm Arnold
ARNOLD:
Sinfonías nº 1-9. Danzas. Orquesta Sinfónica Nacional de Irlanda. Orquesta Sinfónica de Queensland. Director: Andrew Penny. NAXOS 8.506041 (6 CD)
En este 2021 que se nos fue en buena hora se cumplía el centenario del nacimiento de Malcolm Arnold, el mayor sinfonista británico junto con Ralph Vaughan Williams por más que su irradiación haya sido sustancialmente menor. Y no precisamente porque su estilo sea típicamente inglés y por eso viaje mal o porque haya en él academicismo alguno que lo aleje de una modernidad en la que figura por pleno derecho sino, más bien, porque la originalidad o, mejor dicho, la audacia de su propuesta —siendo a la vez uno de los grandes de la música para el cine se le consideraba un excéntrico en la sinfónico— lo aleja de cualquiera de esos clichés que a críticos y programadores tanto les facilitan las cosas. El álbum en el que Naxos recoge sus sinfonías completas —escritas entre 1949 y 1986— dirigidas por Andrew Penny, aparecidas en discos sueltos entre 1989 y 1996, es la muestra más cierta de cómo la música de Arnold ha resistido el paso del tiempo a pesar de la dejadez de sus contemporáneos. No es fácil a estas alturas convencer a las orquestas de cualquier parte de que en estas sinfonías hay una mina aún por explotar pero al menos el disco y las plataformas sirven para que el oyente que no se conforma se encuentre con esta música original, estimulante, inquietante y hermosa, fruto, además, de una inspiración que debía lidiar, hacerse una si se quiere, con una vida interior sumamente compleja, con una convivencia permanente con la depresión, la desgracia familiar y la enfermedad mental, todo eso que Tony Palmer explicaba en su extraordinario documental Toward the Unknown Region. Malcolm Arnold. A History of Survival.
En las sinfonías de Arnold —por cierto, cuatro de las nueve en tres movimientos, cosa, cuando se escucha, nada impertinente— hay una inteligencia que le lleva a soltar las influencias en el momento preciso en el que pudiera parecer que hay más cercanía de la necesaria, tanto en Sibelius como en Shostakovich, modelos que lo son sólo en la medida de lo inevitable. Respecto al primero, salvando el clima, porque las atmósferas son distintas. En el caso del segundo, transformando el sarcasmo en un sentido del humor que pareciera imposible en sus circunstancias, él que sabe ser tan ilusionadamente esperanzado como terriblemente oscuro. Y no olvidemos la técnica, la que le llega de ser antes un músico de orquesta, la de saber adaptarse a la circunstancia que le ofrece el cine pero, sobre todo, la que le permite la dialéctica ritmo-expresión que le lleva a poder ser en el mismo instante incisivo y hondo. De todo ello vienen temas memorables como el del segundo movimiento de la Primera o el de apertura de la Segunda; la inquietante divagación del Lento de la Tercera; el juego con la light music en la Cuarta, con el empleo magistral de la percusión, una de sus características de estilo. Sigamos: la concentración de lo hecho hasta entonces que significa la Quinta; el expresionismo de la Sexta con su tremendo final; lo enigmático y desolado a la vez de la Séptima; la evocación, nuevamente tan audaz, de la infancia, de lo popular, de la danza, en la Octava. Y esa genialidad sin paliativos que abarca toda la Novena, una de las grandes sinfonías del siglo XX. A no olvidar tampoco algo que aparece en momentos puntuales de algunas de ellas —el sorprendente acorde final de la Novena lo ejemplifica muy claramente— como es el recurso retórico, el uso de lo que ha servido a toda la tradición para enfatizar un instante expresivo, cerrar una reflexión que necesita ese punto de apoyo porque empieza a saberse imposible. Ahí, en ese punto, en esa luz que no esperábamos, está la sabiduría y la sensación de pertenencia a un continuo creador. Sibelius sí, pero también Mahler.
Este ciclo de Penny tuvo todos los parabienes por parte del propio Arnold —quien dirigió para el disco cuatro de sus sinfonías— y hay que decir que es magnífico. Sólo hay otro completo —Hickox y Gamba se reparten uno con muy buenos resultados—, el de, cómo no, Vernon Handley, que quizá prefieran algunos amantes de esta música. Los dos me parecen de primera clase aunque sí debo decir que el gran Tod —ayudado en momentos puntuales por la toma de sonido— quizá llegue más lejos que Penny en la Novena, es decir, en la cumbre absoluta de todo el ciclo. El álbum se completa con las Danzas, esa deliciosa incursión de Arnold en la música popular de Inglaterra —a seguir la primera de estas en alguna de las sinfonías—, Escocia, Cornualles, Gales e Irlanda. En fin, una aventura apasionante, una experiencia única al alcance del aficionado que un día descubrió otros mundos que hoy son también el suyo.
Luis Suñén
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