JEREZ / ‘Manon’, un verso libre

Jerez. Teatro Villamarta. 28-I-2022. Massenet, Manon. Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Damián del Castillo, Javier Castañeda, Manuel de Diego, César San Martín, Natalia Labourdette, Zayra Ruiz, Marina Pardo, Gregorio García, Mario Salas, Jesus Tomás Moreno. Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Director musical: Carlos Aragón. Director de escena: Alfonso Romero.
Siempre es grata una nueva escucha y visión de esta ópera, obra delicada, irregular, a veces superficial, pero hábilmente construida en torno a una cortesana llena de encanto, apasionada y veleidosa. Massenet le supo insuflar vida indiscutible a través de una pintura a veces blanda, ligeramente cursi, envuelta en ese típico olor a lavanda, que decía un estudioso malintencionado, propio del que en ocasiones desprenden las féminas, elegantes, discretas y finas creadas por la sagaz y hábil pluma del músico, siempre refinado en los timbres, inspirado en lo melódico, ligeramente decorativo en las atmósferas y sensible en el tratamiento de las voces, que encuentran amplio cauce para el lucimiento.
Manon, que fue creada por Marie Heilbronn la noche del 19 de enero de 1884 en la Ópera Cómica de París, es papel adecuado para una soprano lírica o lírico-ligera, como Sabina Puértolas, que es más lo segundo que lo primero. La cantante aragonesa está en un magnífico estado de forma y controla su satinado instrumento con soltura, propiedad y donosura. El personaje, que abordaba por primera vez, le va como anillo al dedo; por gracia, por apostura, por ese indefinible y valioso toque femenino tan inasible. También porque le da pie para explayase expresivamente y exhibir su exquisito arte de canto. La voz, homogénea, timbrada y cristalina, va a arriba y abajo, de Do a Do, sin problemas a lo largo de una línea vocal inconsútil y recamada, natural y espejeante. Su Adieu ma petite table y su Gavota fueron ejemplares.
No podía tener mejor pareja que Ismael Jordi, tenor de la localidad, un lírico-ligero que va poco a poco adensando su voz, extensa y dúctil, no especialmente rica, pero bien emitida y manejada, regulada y coloreada como solo podía hacerlo su maestro Alfredo Kraus. A la zona aguda quizá le falta algo de amplitud de redondez, pero, gracias al timbre, penetrante lo justo, acaba por adquirir la necesaria relevancia. Siempre se le escucha, aun en los pasajes en piano o pianísimo, sin problemas. Su Sueño fue de una rara exquisitez, en la línea del mejor Tito Schipa. Elegante y preciso, afinado y resolutivo, cantó escrupulosamente su Fuyez, Fuyez! de San Sulpicio, a falta de una mayor rotundidad dramática, y se embarcó en un sensual dúo con Manon.
El amplio reparto funcionó en general sin especiales tropiezos. Bien, con amplitud y rotundidad, con la voz baritonal muy en su sitio, el Lescaut de Damián del Castillo, aquí caracterizado como un moderno Groucho Marx (la música no precisa un subrayado tan chusco). Sin fisuras el recio y sólido César San Martín, otro barítono hispano, de la joven pléyade de nuestros días, a tener muy en cuenta. Cumplidor como es habitual en él el Guillot del en este caso travestido tenor Manuel de Diego. Javier Castañeda, en el papel del Conde Des Grieux, exhibió su poderoso vozarrón de bajo cantante, pétreo y tremolante, falto de finura en el decir. Las ‘actrices’ Labourdette —siempre luminosa—, Ruiz y Pardo estuvieron discretas en sus cometidos.
En el pequeño foso, con arpa, percusión y otros instrumentos en los palcos, tocó la Filarmónica de Málaga con aplicación y relativo empaste, sobre todo al principio, y con varias sustituciones obligadas por el Covid. Junto a ella el Coro del Teatro sonó vigoroso a falta de una mayor conjunción. Todos bajo el mando conocedor de Carlos Aragón, que, con esas dificultades mostró sus maneras de buen concertador, aunque su lectura no acertara a desarrollar todo el lirismo y el encanto demodée de la obra.
Queda por hablar de la concepción y realización escénica de Alfonso Romero, un regista siempre original y sorprendente, que parte en este caso de la idea de que Manon es “un verso libre”, para quien “el mundo es un inmenso e inagotable campo de juego y fantasía; y es precisamente en esa fantasía donde se genera toda la escena”. Un planteamiento sin duda interesante, aunque puede que no tan novedoso. La joven cortesana se imagina todos los hechos y escenarios que discurren ante nuestra vista.
Algo que, aparte de un pequeño apunte inicial, se puede llegar a entender —si se conoce previamente la obra— en la última y doméstica escena, con niños y marido que regresa a casa. Mientras se sirve la sopa, Manon se nos muestra como un ama de casa triste y desencantada. Un planteamiento que elimina el diálogo entre Lescaut y Des Grieux y que hace que lo que cantan al final los enmorados, teóricamente en los muelles de Le Havre, y con el deceso final de la joven, no tenga nada que ver con ese fantasioso cierre casero.
La fantasía de Manon, que es la de Romero, nos muestra de principio a fin un barroco y recargado escenario lleno de enseres de todo tipo, con armarios que se abren y se cierran como puertas de acceso y multitud de muebles colgados del techo: sillones, alacenas, marcos gigantes… Y un suelo en escalones atiborrado de telas de lo más colorido. Y muchas maletas que hacen de sillas. Sobre ese escenario, ligeramente cambiado con la inclusión de objetos más o menos alusivos a la situación de otros cuadros. Bastante prosaico resulta que Manon y Des Grieux canten sus delicadas arias del segundo acto mientras se comen una pizza. Todo tan fantasioso e imaginativo como alambicado. Y ajeno a la esencia decimonónica de la ópera.
En todo caso hay que alabar la inventiva de la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda; y la finura y exquisitez de los figurines de Jesus Ruiz. Y, por supuesto, la decidida y ejemplar apuesta que por lo español pone de manifiesto el Teatro Villamarta de Jerez a la hora de llevar a su escenario esta Manon. Loable, sí señor. Porque ello no hace sino abonar la idea de que muchas veces con lo que tenemos aquí nos bastamos y sobramos; lo que no quiere decir que hayamos de rechazar por principio lo foráneo.
Arturo Reverter
(Foto: Javier Fergo – Teatro Villamarta)