‘Jenufa’, anticipo de futuro
Hay óperas excepcionales que, sin embargo, poco o nada aportan al estatus o evolución del género. No es el caso de Jenufa, primera ópera maestra del moravo Leos Janácek, nacida en 1904 —¡solo dos años después que Peleas y Melisande de Debussy!—, y cuando Strauss y Schoenberg andaban aún embriagados de la cosa romántica. Janácek, que contaba entonces 50 años y era pocos más que un provinciano que apenas había salido de los confines de su Moravia natal —entonces parte del Imperio austrohúngaro—, genera un universo expresivo propio asombrosamente más avanzado que el movedizo y cosmopolita mundo en ciernes que le rodeaba.
Antes que sus contemporáneos de las grandes metrópolis musicales, el creador de Jenufa se anticipa a su tiempo y a sus mundanos colegas e instaura un universo novedoso y futurista, con una escritura descarnada y abrasadora, casi tan escueta como las venideras miniaturas de Schoenberg y Webern; que mira y escucha la naturaleza, a sus sonidos y rumores, como décadas después haría Messiaen, y establece modelos y motivos repetitivos que, mucho antes que Cage o Glass, apuntan directamente a la esencia minimalista.
Figuras breves y obsesivas, ardientes muchas veces, inéditas entonces, configuran un sustrato sonoro que nutre un enjundioso sentido dramático, verista y rural, que penetra en personajes fuertemente caracterizados. Si Mascagni, en 1889, imprime fuerza y temperamento mediterráneos a las dos grandes protagonistas de su magistral Cavalleria rusticana —Santuzza y Mamma Lucia—, Janácek, en su verismo centroeuropeo, recrea estos dos personajes en la madre soltera Jenufa y en su madrastra, la sacristana Kostelnicka. Jenufa, como Santuzza (o como la Salud de La vida breve, ópera también verista, compuesta en 1904, exactamente el mismo año que Jenufa), es una mujer maltratada, humillada y sentimentalmente dependiente de ‘sus’ hombres: Steva en la morava, Turiddu en la siciliana y Paco en la granadina. Las tres, cuando todo está perdido, miran al cielo e imploran a la religión. Jenufa incluso se marca un Ave Maria que nada tiene que envidiar al de la Desdemona de Verdi.
Mamma Lucia tiene, por su parte, y como Kostelnicka o la Abuela fallesca, la piel y el alma encallecidas de sufrimientos pretéritos. Como las ropas, tan negras de luto y penas como las de ellas. Turiddu y Paco son tan machistas, bebedores y despreciables como Steva. Paradójicamente, el único ‘final feliz’ de las tres óperas es el de Jenufa, cuya protagonista acaba ‘dichosamente” casada con Laca, el hombre reconvertido que le había rajado la cara para que no fuera de otro hombre. A diferencia de Jenufa, Santuzza cae rota al oír lo de “hanno ammazzato compare Turiddu”, y a la pobre Salud sencillamente le da de repente un patatús y se va al otro mundo. Cosas de la ópera.
Pero mientras Mascagni se aferra a la caricatura y la descripción, y los envuelve en una música epidérmica e inspiradamente previsible, Janácek va más allá: penetra en el tuétano de los personajes, indaga en sus sentimientos y los lleva y manifiesta al límite. Incluso más allá de la convención de la ópera. El genio teatral que vierte Janácek al sintetizar como libretista el drama original, Její pastorkyna (Su hijastra), de la escritora checa Gabriela Preissová, estrenado sin pena ni gloria en 1890, en el Teatro Nacional de Praga, es equiparable a su escritura musical.
Jenufa y sus tres actos, son breves, concisos, esenciales; organizados en una maraña de temas y motivos musicales recurrentes que llegan a convertirse en obsesivos. Arraigan, sí, en Wagner, como también la excepcional adecuación de palabra y música. Pero Jenufa, más allá de todo, es una de las óperas más singulares, personales y rompedoras de la historia de la ópera. Por ello, no podía demorarse más su llegada a Valencia, al Palau de les Arts. Y lo hace en las mejores condiciones, con un elenco vocal, coro y orquesta de primerísimo orden. De la mano y batuta de uno de los directores de orquesta españoles más universales de todos los tiempos. El maridaje de Jenufa con Gustavo Gimeno promete lo mejor. No se lo pierdan por nada en el mundo.
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo | Palau de Les Arts)