James Gaffigan: “En Les Arts he encontrado lo que busco en una orquesta”

Habla claro y sin tapujos James Gaffigan en esta entrevista, con esa sana llaneza que distingue a tantos estadounidenses. Nacido en Nueva York, hace 42 años, el nuevo director musical de la Orquestra de la Comunitat Valenciana conversa animadamente de sus proyectos, ilusiones e ideas en su nuevo puesto. Y lo hace a fondo, entrando a saco en todos los temas, sin rodeos ni paños calientes. Sin eludir lo incómodo. Con la mirada puesta en un horizonte que él atisba cargado de ilusión y entusiasmo. “En este momento, estoy en un periodo de transición”. Disfruta de una edad en la que un director de orquesta es aún joven. Quizá por ello, mira más al porvenir que a un pasado ya cargado de éxitos. Se reconoce “abierto” pero “exigente”, y no vacila al afirmar que la calidad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana “no desmerece de la de estas grandes orquestas que pueden acudir a nuestra mente. Y no lo digo para ser amable, lo creo honestamente”.
Hace apenas unos días, en su presentación como director musical de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, dijo un montón de cosas para todos los gustos. Entre ellas, que “sueña que la orquesta de Les Arts viaje a los principales festivales del mundo”. ¿Cómo va a hacer este sueño realidad? ¿Piensa realmente que la función de una orquesta pública, titular de un teatro de ópera, es servir la programación de remotos eventos musicales?
Sin duda, la prioridad de una formación como la Orquestra de la Comunitat Valenciana es su territorio y el público de la comunidad que la sustenta. Tenemos que conseguir que cada vez más personas de la región se sientan identificadas y orgullosas de tener una orquesta como esta. De hecho, se está intensificando (y esa es una línea a seguir) la presencia en la Comunitat. La actividad en Castellón es regular. El año pasado yo tenía que haber dirigido en Sagunto y hace unos días pude asistir al concierto que la orquesta ofreció en Alcoy dirigida por Juanjo Mena. Pero sabemos que la presencia en festivales de prestigio y capitales de referencia genera una repercusión positiva que, sin duda, beneficiará a la imagen de la agrupación en el entorno local y la ayudará a posicionarse y reivindicarse a nivel internacional en el lugar que, por su calidad, merece.
También comentó su aspiración de generar “curiosidad” en el público de Les Arts y de que se “arriesgue” con títulos no habituales. ¿Quiere con ello decir que las programaciones han pecado de conservadoras?
Les Arts es una institución muy joven, no llega siquiera a dos décadas, y se puede observar la ausencia de algunas obras que son fundamentales en el repertorio de cualquier gran teatro de ópera. Pienso, por ejemplo, en Pelléas et Mélisande, The Rake’s Progress, Lady Macbeth de Mtsensk o, por qué no, Jovanschina. Por no hablar de óperas de compositores actuales, como Kaija Saariaho, George Benjamin, John Adams, etcétera. Todo hay que presentarlo dentro, por supuesto, del adecuado equilibrio; garantizando el gran repertorio junto con la presencia de este tipo de obras, aún desconocidas para el público valenciano, a quien debemos fomentar su curiosidad para enfrentarse a ellas.
Usted recala en Valencia tras un largo periodo con la titularidad de Les Arts vacante. Llega a un podio muy irregular, inaugurado por Lorin Maazel y luego ocupado por batutas tan disímiles y controvertidas como las de Omer Meir Wellber, Roberto Abbado y Fabio Biondi. ¿Qué espera aportar a la orquesta? ¿Cuáles considera sus mayores virtudes y defectos? ¿Qué queda del trabajo realizado por Lorin Maazel y Zubin Mehta?
Sin duda permanece la altísima calidad. Lorin Maazel formó una orquesta de primer nivel con los mejores instrumentistas venidos de diferentes lugares del mundo. Algo de lo que sentirse muy orgullosos. Mi labor será mantener este nivel e incluso intentar incrementarlo. Con motivación, con mucho trabajo, diversificando el repertorio, cuidando minuciosamente los detalles… Es una orquesta a la que le gusta trabajar y de hecho disfrutamos el trabajo que hacemos juntos.
A pesar de la reciente ampliación de músicos, en cuyas audiciones usted mismo ha participado, ¿piensa que la actual plantilla es suficiente para desarrollar una programación lírica y una temporada sinfónica?
Estamos trabajando en un plan que permita llegar a una orquesta, correctamente estructurada, de 79 músicos. Siempre se podría aspirar a una formación más numerosa, pero también hay que tener en cuenta la realidad presupuestaria y la complejidad administrativa. Sé que en los últimos dos años se ha hecho un esfuerzo muy grande para convocar un número tan importante de plazas en un plazo de tiempo relativamente breve para lo que es normal en una orquesta. Y me consta que se está trabajando para crear algunos puestos nuevos, muy importantes para la orquesta, e introducir algunos cambios que permitan que la orquesta cuente con la estructura adecuada y el equilibrio necesario dentro de cada sección.
Su contrato es por cuatro años, y contempla dos programas sinfónicos y dos títulos operísticos por temporada. ¿Considera esta presencia suficiente para forjar una personalidad sonora y un estilo propio a la orquesta?
Sobre el papel podría quizá parecer poco tiempo, pero cuando uno mira la programación podrá observar que estamos hablando de una temporada de seis títulos operísticos y ocho programas sinfónicos. Tenemos que facilitar también la presencia, tanto en el foso como en la sala de conciertos, de directores invitados de primer nivel que contribuyan a la calidad de la orquesta. Creo que Jesús [Iglesias] está desarrollando una importante labor con los directores invitados que colaboran con la orquesta. Como en tantas facetas lo importante es encontrar el equilibrio entre el trabajo continuado con el director musical y el que la orquesta realice con los directores invitados. Con dos títulos de ópera, adecuadamente escogidos, debería haber suficiente tiempo para trabajar en la calidad del sonido, en el estilo, en la precisión, la transparencia, etcétera. Hablamos de periodos de ensayos largos -no solo una semana-. Ahora, por ejemplo, con la producción sobre el Requiem de Mozart que estamos preparando, tenemos tiempo para trabajar en el estilo mozartiano, para hablar con los músicos del modo de afrontar la música de este compositor. Lo mismo cuando trabajemos en Wozzeck, una obra que requiere una aproximación totalmente diferente. Sí, tenemos suficiente tiempo para trabajar en la calidad del sonido. Y no solo eso, también para construir una estructura adecuada de trabajo que permita que cualquier director invitado quede impresionado desde el primer momento no solo lo de la calidad sino también de la disciplina de trabajo.
Ha llegado a la titularidad sin prácticamente haber dirigido en el Palau de les Arts. Apenas un Requiem alemán de Brahms, en diciembre de 2019, y los ensayos de un Falstaff que finalmente no pudo dirigir al posponerse como consecuencia de un brote de coronavirus entre los cantantes y los propios músicos de la OCV. ¿Considera razonable asumir la titularidad de una orquesta con un vínculo tan raquítico?
Creo que el trabajo que desarrollamos durante la semana de Ein deutsches Requiem, y la intensa preparación durante el periodo de ensayos para la producción de Falstaff fue un tiempo suficiente para conocernos. Por mi parte, ya en el primer ensayo del Requiem de Brahms me quedó claro que la OCV era el tipo de orquesta con la que me gustaría tener una colaboración más estrecha. Yo compararía mi trabajo con el del entrenador de un gran equipo deportivo, teniendo que trabajar con estos instrumentistas de una calidad increíble y liderando al conjunto para alcanzar todos los objetivos comunes. No creo que el tiempo haya sido insuficiente. El Requiem alemán fue una fantástica primera cita, y Falstaff una segunda oportunidad que me permitió confirmar las impresiones de esa primera toma de contacto, y convencerme de que estaba ante una formación a la que yo podía ofrecer eso que los músicos buscaban, y en la que yo, por mi parte, he encontrado lo que busco en una orquesta.
Cuatro años y dos óperas por temporada. ¿Me puede apuntar siete óperas que le gustaría dirigir en el Palau de les Arts durante su titularidad, además del Wozzeck de Alban Berg que estrenará en mayo de 2022?
Claro que hay un número importante de títulos que me gustaría dirigir aquí en Les Arts, de diferentes estilos y compositores, pero siempre es un riesgo tener una lista cerrada, porque sabemos que no siempre todos los deseos se hacen realidad. Obviamente estoy siempre hablando con Jesús de diferentes ideas, de ver cómo pueden encajar en la estructura de las temporadas que él está diseñando, siempre en ese equilibrio del que hablábamos antes entre el gran repertorio y los títulos más novedosos, pero igualmente necesarios. Me gustaría, por ejemplo, abordar algunas obras fundamentales del repertorio centroeuropeo, pero también siento afinidad por el ruso. Dama de picas o Jovanschina son dos óperas que me atraen especialmente —sé que Boris u Onieguin ya se presentaron en Les Arts—, o cualquiera de las de Prokofiev. Mencionaba antes Pelléas et Mélisande o Lady Macbeth de Mtsensk. Tengo muy buenos recuerdos de mi experiencia con La Fanciulla del West, cuando la dirigí en la Bayerische Staatsoper de Múnich. Siempre me gusta volver al clasicismo de Mozart. ¡Realmente hay tanto repertorio atractivo! Las posibilidades son muchas, pero como decía, más allá de mis deseos también tenemos que pensar en contar con el reparto y el director de escena adecuados y sus disponibilidades.
¿Se adentrará en el repertorio español? Este año ha programado una obra tan particular y poco española como A la busca del más allá, del saguntino Joaquín Rodrigo. ¿Qué conoce y qué ama del repertorio lírico y sinfónico español?
La inclusión de la obra de Rodrigo tiene que ver con la idea dramatúrgica de un concierto que gira en torno a otros (y nuevos) mundos. Como sabe, fue una obra encargada por la Sinfónica de Houston para celebrar el bicentenario de la fundación de los Estados Unidos y, aunque no sea quizá ni la obra más famosa ni representativa de Rodrigo, complementa una sinfonía como la del “Nuevo mundo” de Dvorák, que forma parte del programa, junto a Shéhérazade de Ravel.
Soy una persona curiosa y me interesa, cómo no, conocer con más detalle el repertorio tanto lírico como sinfónico de los compositores españoles, más allá de las obras que ya forman parte del gran repertorio internacional, y poder estudiarlo y presentarlo en los programas. También me interesa el mundo de la creación contemporánea, y mi etapa en Lucerna me permitió conocer bien a Francisco Coll, uno de los grandes compositores actuales, que además es valenciano, cuya música aprecio enormemente y que espero poder dirigir con la OCV.
Aunque nacido en Estados Unidos, en Nueva York, su carrera se ha asentado fundamentalmente en Europa, incluso reside en Noruega, país de su segunda esposa. Hasta hace apenas unos meses ha sido titular de la Sinfónica de Lucerna, y es principal director invitado de la Orquesta Filarmónica de la Radio de Holanda, y en septiembre de 2013 fue designado para el mismo puesto en la Orquesta Gürzenich de Colonia. ¿Es Europa mejor lugar para un músico, para un director de orquesta, que Estados Unidos?
Los estadounidenses siempre tenemos enormes deseos de viajar a Europa, al continente de gran tradición cultural y donde ha surgido esa música que tanto amamos. Nací en Nueva York y desde joven sentí una gran fascinación por Europa. Hice mi primer viaje cuando tenía 19 años y desde ese momento ha sido una constante en mi vida. Desde el punto de vista profesional, comencé mi carrera en los Estados Unidos como asistente en la orquesta de Cleveland, y luego comenzó mi relación con algunas de las formaciones más importantes de allí, como San Francisco, Nueva York, Chicago —a la que ya dirigí seis o siete veces—, además de mi relación con la Ópera Lírica de Chicago o el Metropolitan de Nueva York. Con esto quiero decir que mi presencia en Estados Unidos siempre ha sido importante, pero pienso que ya es suficiente. Creo que Europa nos ofrece oportunidades profesionales mucho más interesantes. Mis cargos han sido fundamentalmente en orquestas europeas. Acabo de terminar mi etapa en Lucerna y desde hace diez años soy principal director invitado de la Orquesta Filarmónica de la Radio de Holanda, cargo que dejaré en dos años, tras haberlo renovado en dos ocasiones. La relación con Trondheim tiene que ver sobre todo con mi relación con Noruega, país donde vivo. Verbier tiene que ver con un aspecto, el educativo, que siempre necesito que ocupe una parte de mi tiempo. Y es el motivo por el que visito regularmente no solo Verbier, pero también el Festival de Aspen o la Juilliard School of Music. Para mí es esencial mantener la relación con las nuevas generaciones y los jóvenes talentos, ofrecerles lo que está en mi mano para guiarlos en su inserción en el mundo profesional. Como usted decía, Europa está más presente en mi vida, pero eso no significa nada negativo sobre mi país. Simplemente me siento realmente bien aquí.
¿Cómo podrá conciliar tan gran número de puestos y continuar con su importante carrera como director invitado en Europa y América? Tengo entendido que, además, pronto asumirá un puesto tan codiciado como el de director musical de la Komische Oper de Berlín…
Al principio de mi carrera acepté tantas invitaciones como eran posible para dirigir a diferentes orquestas, hasta el punto de que me pasé la vida viajando todas las semanas de un sitio para otro dirigiendo una orquesta diferente cada semana, y de tanto en cuando un periodo más largo en un teatro de ópera. Pero al final te das cuenta de que realmente no eres feliz en tu vida privada y vives permanentemente en un avión y lejos de tu familia. En este momento, estoy en un periodo de transición. Está previsto que la mayoría de los cargos de dirección invitada finalicen en los próximos dos años y creo que es el tiempo de concentrar mi trabajo en menos lugares, y en sitios que sienta como mi casa. Y Valencia es uno de ellos. Me imagino teniendo como máximo dos lugares de referencia donde desarrollar los proyectos más importantes. Es tiempo de concentrarme en relaciones sólidas, a largo plazo, que son mucho más satisfactorias artísticamente que actuaciones aisladas aquí o allá. Por supuesto que me gustará mantener algunas apariciones como invitado en algunas de esas orquestas excelentes con las que he venido trabajando, pero la base de mi trabajo estará y se concentrará en aquellos lugares donde tenga la responsabilidad de la dirección musical.
¿Piensa que la OCV debería programar una temporada sinfónica más extensa, aún a riesgo de colisionar con la de la otra orquesta de la ciudad, la Orquesta de Valencia? ¿Qué referencias tiene de ella y del vecino Palau de la Música?
Son agrupaciones muy distintas. Nosotros, en Les Arts, presentamos géneros y actividades muy diferentes, con la ópera como actividad principal. La Orquestra de Valencia es, fundamentalmente, una orquesta sinfónica. La conozco porque la dirigí en un programa hace algunos años en lo que fue, de hecho, mi primer contacto con Valencia. Por supuesto que es fundamental que las dos organizaciones estén en contacto, coordinándose en el planteamiento de sus actividades y asegurándonos, primero, que no programemos el mismo repertorio. Pero quizá haya que ir más allá y colaborar para ver cómo ambas programaciones podrían complementarse de modo que ofrezcamos al público valenciano un panorama musical más interesante. Y ahí está mi total disponibilidad para trabajar en ese sentido.
Otra guinda que soltó en la conferencia de Prensa: “Lo más importante es que la orquesta y el coro estén felices y vean su trabajo como un reto”. ¿No considera más relevante que quien esté realmente feliz sea el público valenciano escuchando ópera y sinfonías, disfrutando del buen trabajo de usted y de sus instrumentistas?
Quizá no me expresé o no se me entendió correctamente en la rueda de prensa, porque sí intenté transmitir que era importante tener una orquesta y un coro feliz, pero también, ¡cómo no!, un público contento. Siempre pongo los tres elementos juntos: cuando la institución, la orquesta y el coro trabajan bien y contentos, el público lo percibe y se contagia de esta energía positiva.
En el programa de “Puertas abiertas” que dirigió recientemente faltaba la música española. El repertorio era extraño, modelo gazpacho, que mezclaba la música de su paisano Copland con las de Prokofiev, Mozart y Stravinsky. ¿Será ésta la tónica de sus programas sinfónicos? ¿No pudo, no debió de incluir en su primer concierto como titular alguna obra de compositor valenciano, o, al menos, español? Hubiera sido un detalle…
Lo primero que hay que tener en cuenta en un programa como el del domingo es que no es un concierto sinfónico al uso. Estaba pensado para la jornada de Puertas Abiertas en un programa específico para aproximar la música a gente que no acude a Les Arts o a un concierto regularmente. Y precisamente para ese público buscas un programa variado y que, de algún modo, pueda tener relación con lo que ese día específico puede significar. Luego hay limitaciones de plantilla que también tenemos que respetar. Yo no lo veo tanto como un gazpacho, sino como un programa que buscaba presentar al público diferentes estilos y compositores. Queríamos una fanfarria a modo de bienvenida, y tras valorar diferentes posibilidades —incluso de algunos autores españoles, pero no se ajustaban a la plantilla disponible—, Jesús sugirió ir adelante con la de Copland, que precisamente lleva el título de Fanfarria para el hombre común, que era exactamente lo que estábamos haciendo en una jornada como la del domingo, abrir Les Arts y acercarnos a la gente común, con independencia de su situación social o económica. Al final pensé que era un detalle bonito, además viniendo de Estados Unidos, y coincidiendo con el aniversario del 11 de septiembre. Por otra parte, quería incluir música de Mozart porque abrimos la temporada con ese compositor y además me permitía comenzar a trabajar su estilo de cara a la producción de Requiem. Mozart es un compositor fundamental, uno de los grandes nombres, pero presentamos una música que no se interpreta con tanta frecuencia, que siempre es interesante. Al incluir la Sinfonía clásica de Prokofiev buscaba mostrar al público la calidad de la orquesta. De hecho, muy pocas formaciones en el mundo pueden tocar esta obra al nivel que lo hace la OCV. La orquesta cuenta con solistas excepcionales, con secciones de violín o viola de grandísima calidad que son una garantía para abordar esta obra. Stravinsky, finalmente, era un modo de aproximarse al mundo de la danza —que también forma parte de la programación de Les Arts— y de la fantasía. Es una obra fantástica que le va perfectamente a las características de esta orquesta. Además, Stravinski fue un gran innovador, pero siempre bebiendo de las fuentes del pasado, que es lo que de alguna manera hacemos en instituciones como Les Arts.
Es uno de los directores emergentes y más prometedores de su generación. En su carrera ascendente, ¿el Palau de les Arts es un escalón, una plataforma, una meta, un espacio de experimentación…?
Yo nunca pensé mi carrera o mi vida como pasos o etapas dentro de algo detalladamente planificado con un objetivo final concreto. Soy una persona de vivir el momento, de vivir el presente. Cuando se está pensando continuamente en qué se va a hacer en el futuro, en cómo construir ese futuro planificado, lo que ocurre es que muchas veces simplemente se escapa el presente. No creo en esos planteamientos que consiste en “ahora acepto ese trabajo porque me ayudará más adelante a conseguir este otro”. La vida es un bien muy preciado y nunca sabemos en qué momento se puede terminar. Solo puedo decir que estoy muy feliz ahora de estar aquí en València, haciendo música con esta orquesta excepcional, ensayando con los cantantes y el coro de Requiem, con una dirección de escena tan creativa como la de Castellucci. En definitiva, creo que no soy la persona más adecuada para responder una pregunta sobre peldaños o la planificación de una carrera.
¿Cuál es su principal objetivo como titular de la Orquestra de la Comunitat Valenciana?
Mi principal objetivo es el de llegar a una mayor cantidad de público y hacer que más gente conozca y se sienta orgullosa de tener en la región una orquesta como la OCV. Es una orquesta financiada por la Generalitat y debemos incrementar eso que se llama rentabilidad social. Y a partir de ahí, incrementar también la notoriedad internacional de la orquesta con su presencia, como comentamos, en algunos festivales o capitales de relevancia o con una política de grabaciones de interés. Y tenemos que trabajar también para que todo el mundo, empezando por España, sepan lo que está ocurriendo aquí. En el mundillo musical, todos saben de la calidad y del nivel musical de lo que se está ofreciendo en el Palau de Les Arts, pero necesitamos que el público en general lo conozca y venga a disfrutarlo. En definitiva: alcanzar una mayor vinculación con el público y la sociedad valenciana, que, juntamente con un mayor reconocimiento internacional, puedan reforzar la imagen de la orquesta y de la institución e incrementar la cantidad de público, más allá del local, que se vincule con la orquesta.
¿Dónde la situaría en el mapa sinfónico internacional?
Sin duda esta orquesta hay que posicionarla en un lugar muy alto. He vivido en Nueva York y Lucerna y por ambas ciudades han pasado las mejores orquestas. También he tenido la fortuna de dirigir a muchas de las orquestas más importantes, y no hay duda de que la calidad de la OCV no desmerece de la de estas grandes orquestas que pueden acudir a nuestra mente. Y no lo digo para ser amable, lo creo honestamente. El potencial de la orquesta es enorme e incluso podemos, y debemos, mejorar.
¿Y dónde se ubicaría usted?
No es una pregunta sencilla. Creo que soy consciente de cuál es mi fuerte, de lo que puedo hacer bien. Creo que lo que puedo ofrecer coincide con lo que la orquesta necesita en este preciso momento. La conexión es muy buena, respiramos juntos, y creo que con mi trabajo podremos cristalizar, a un nivel muy alto, lo que buscan los compositores en cada una de sus obras. Trabajando los detalles, pero sin olvidarnos de la globalidad. Creo que dirigir a un colectivo como una orquesta tiene mucho que ver con la confianza y la sicología de la gente que tienes enfrente. No creo en un perfil del director “dictador” que impone cómo tienen que ser las cosas. Creo en la colaboración. Soy una persona muy abierta, pero eso no quiere decir que no sea, a la vez, muy exigente. Combinar estas dos facetas, la flexibilidad con la exigencia, es una de las cosas que se me dan mejor. No creo que sea yo quien tenga que decir cuál es mi posición entre mis colegas. Más bien creo que es una tarea de ustedes, los críticos. Yo me tomo mi trabajo muy seriamente y siempre intento obtener los mejores resultados posibles. Y cada vez que me pongo enfrente de una orquesta me doy cuenta de lo afortunado que soy de poder dedicarme a la dirección orquestal.
Hablando de todo un poco… ¿cómo le va con Jesús Iglesias?
Uno de los factores más importantes a la hora de decidir aceptar un trabajo como éste es con quién vas a formar equipo, y desde el momento en que Jesús —a quien conocía por haber colaborado con él en Ámsterdam— me planteó que necesitaba una persona que se hiciera cargo de los aspectos musicales de la institución pensé que era la persona adecuada con quien podía trabajar. Si no hay equipo, si no hay comunicación y entendimiento, el trabajo no funciona. Y en ese sentido estoy muy contento. Jesús siempre ha sido una persona muy clara y honesta en sus planteamientos. Es alguien con quien me siento muy cómodo hablando y colaborando, no solo sobre temas de la orquesta, sino también sobre repertorio futuro. También, al ser yo extranjero, me ayuda a conocer la realidad valenciana y española que en muchos aspectos es algo nuevo para mí. Es, además, un libro abierto. Todo ello hace que mi trabajo sea más sencillo. La relación es excelente y espero que nuestra colaboración sea satisfactoria.
Justo Romero