ITALIA / Apoteosis bizantina

Ravena. Teatro Alighieri. 12-I-2020. Haendel, Serse. Arianna Venditelli, Marina De Liso, Delphine Galou, Francesca Aspromonte, Monica Piccinini, Luigi De Donato, Biagio Pizzuti. Accademia Bizantina. Director musical: Ottavio Dantone. Director de escena: Gabriele Vacis. • Bagnacavallo. Teatro Goldoni. 13-I-2020. Accademia Bizantina. Violín y director: Alessandro Tampieri. Obras de Corelli, Purcell, Matteis, Oswald, Geminiani y Veracini.
A pesar de que cuando Ottavio Dantone se hizo cargo de la Accademia Bizantina, a mediados de los años 90 del pasado siglo, este conjunto historicista llevaba más de diez años de intensa actividad, hoy en día nadie duda que el enorme prestigio de esta agrupación con sede en Bagnacavallo, un coqueto pueblecito a pocos kilómetros de Ravena, se debe en buena medida al magnífico trabajo realizado por el director y teclista pullés, figura clave en la eclosión del historicismo musical en Italia en las tres últimas décadas. El casi cuarto de siglo transcurrido desde que Dantone tomase las riendas de los bizantinos ha sido testigo de una de las más espectaculares y fértiles trayectorias en el mundo de la música antigua, traducida en decenas de grabaciones para sellos como Decca, Harmonia Mundi o Naïve (varios títulos de la monumental Edición Vivaldi están firmados por Dantone y sus huestes), así como en una frenética actividad concertística que en épocas recientes se ha ampliado al terreno de la ópera y en breve dará el salto a repertorios románticos.
La Accademia Bizantina ha comenzado 2020 en su hábitat natural, la Emilia Romagna, ofreciendo dos representaciones del Serse haendeliano en el Teatro Dante de Ravena, además de un concierto instrumental en el Teatro Goldoni de Bagnacavallo, probablemente uno de los escenarios con mejor acústica de Europa, y en pocas semanas darán inicio a la grabación de la nueva entrega de la Edición Vivaldi, la ópera Tamerlano, también conocida como Bajazet.
Estrenada en el King’s Theater en 1738, Serse es una de las óperas más singulares de la abundante producción haendeliana, y no sólo por su insólita combinación de ópera seria y bufa, sino por la propia estructura dramática de la ópera, integrada por una sucesión de arias y dúos muy breves (hay muy pocas arias da capo) que confieren a la obra una agilidad rítmica de la que suele carecer la ópera barroca. La fulgurante sucesión de enredos amorosos entre los cinco personajes principales otorga a esta pieza una cualidad comédica que, desgraciadamente, fue pasada por alto por el director de escena Gabriele Vacis, quien concentró toda la acción dramática en el proscenio, reservando el resto del escenario para una absurda y descontextualizada performance llevada a cabo por una compañía de jóvenes actores/bailarines, que no sólo no guardaba relación alguna con lo que se cuenta en la ópera, sino que distraía y obstaculizaba la misma. El exiguo decorado, de un estilo kitsch con regusto almodovariano, acabó de rematar una mise en scène perfectamente olvidable.
Cosa muy distinta fue, por suerte, la prestación musical, tanto desde el punto de vista canoro como instrumental. El reparto vocal, femenino casi en su totalidad (al parecer Dantone, como Biondi, no gusta de utilizar contratenores), rayó a una espectacular altura. La joven mezzosoprano romana Arianna Venditelli mostró sus indiscutibles bazas ya desde el principio, con una conmovedora lectura de la célebre Ombra mai fu con la que se abre la ópera, mientras que la también mezzosoprano Marina De Liso resultó más que convincente en el papel de Arsamene. La contralto Delphine Galou y la soprano Francesca Aspromonte confirmaron por qué son hoy por hoy dos de los valores más pujantes en la arena operística barroca. No estuvo al mismo nivel Monica Piccinini como Romilda, quizá en parte debido a sus inferiores cualidades actorales. Por su parte, los dos personajes masculinos (Ariodate y Elviro) fueron muy bien servidos por Luigi De Donato y Biagio Pizzuti. Desde el clave, Dantone brindó una dirección soberbia, poniendo de relieve una vez más sus credenciales de haendeliano de raza y extrayendo un sonido rotundo, poderoso, flexible y de un bello virtuosismo de una Accademia Bizantina en estado de gracia liderada por el violinista Alessandro Tampieri.
Veinticuatro horas después, la Accademia ofreció, esta vez sin Dantone, un concierto instrumental en el ya mencionado Teatro Goldoni de Bagnacavallo. Esta pequeña joyita decimonónica (fue construido entre 1839 y 1845) es uno de los pocos teatros históricos de Italia (alguien me dijo que el único) que se libró del desastroso recubrimiento de cemento de la platea, operación que acabó para siempre con la envidiable acústica de estos pequeños templos. Exhibiendo orgulloso su vieja base de madera, la situación del patio por debajo del nivel de la boca escénica ha permitido conservar unas condiciones acústicas de auténtico ensueño para este tipo de música. Es difícil pensar en una mejor proyección sonora para el conjunto de dos violines y cuatro instrumentos del continuo, liderado esta vez por Alessandro Tampieri, quien preparó un irresistible programa centrado en las transferencias del barroco italiano a las Islas británicas durante la primera mitad del XVIII. El concierto se inició con la Ciaccona en Sol mayor del Opus 2 de Corelli y alternó piezas de autores italianos directamente vinculados con las islas británicas (Matteis, Veracini y Geminiani) con nativos como Purcell o el editor, musicólogo y compositor James Oswald, todo un descubrimiento para quien esto firma.
Tampieri, que recientemente ha protagonizado un soberbio CD de conciertos vivaldianos dentro de la Edición Naïve, estuvo acompañado en el segundo violín por la estupenda violinista chilena Ana Liz Ojeda y por una sección de continuo compuesta por el laudista Tiziano Bagnati, el violonchelista Paolo Ballanti, el contrabajista Nicola Dal Maso y la clavecinista Valeria Montanari. Tampieri es sin duda uno de los grandes astros del violín barroco, y lo volvió a demostrar en el Goldoni con unas soberbias lecturas llenas de vigor, gracia y extrema precisión. Se permitió incluso sorprender al público arrancándose a cantar el aire The lass of Peaty’s Mill de Francesco Geminiani, culminando la velada con tres propinas insistentemente solicitadas por el respetable. Las sonrisas que se dibujaban en los rostros del público que abandonaba el Goldoni en una gélida y neblinosa noche romagnola lo decían todo.
Fotos:
Serse: Alfredo Anceschi
Concierto: Paolo Ruffini