Hachè Costa, o el trance musical de lo poético
HACHÈ COSTA: Omaggio a F. G. Lorca. FERNANDO OLMEDA & HACHÈ COSTA: La Herida. Fernando Olmeda, textos y voz. Hachè Costa, música, guitarra clásica y piano extendido. LAFIÈVRE 01 y 02 (2 CD)
Después de que con su ópera La Mano (2021) Hachè Costa nos hubiese ofrecido uno de los trabajos más desgarradoramente confesionales de cuantos hayamos escuchado en la fonografía española contemporánea, vuelve el compositor gallego residente en Madrid a remover los rincones más oscuros del alma con dos nuevos lanzamientos en el sello LaFièvre: sendos compactos en los que la poesía tiene un papel fundamental y que avanzan nuevos pasos en ese viaje al fin de nuestras particulares noches que Costa ha recorrido no sólo con la antes citada La Mano, sino con piezas tan violentas y transgresoras como Tratado Espiritual de las Tres Vías || Amor Divino (2018-19).
El primer compacto del que hoy les damos cuenta está íntegramente dedicado a Omaggio a F. G. Lorca (2016), partitura ganadora del Florida International University GuitART Composition Prize, habiendo tenido lugar su estreno en Miami, el 20 de febrero de 2017, a cargo del guitarrista turco Mesut Özguen. Mientras, en este registro de LaFièvre (grabado en Madrid, en abril y mayo de 2022) es el propio Costa quien toca una guitarra clásica que convierte en una caja de resonancias de las más variadas técnicas y estilos: desde los propios de las vanguardias a un flamenco que bebe de las fuentes de esa Andalucía atávica que tanto gustaba a Lorca. Así, violencia más o menos soterrada, anhelos truncados y sueños de una fecundidad imposible se entrecruzan en la visión que Costa tiene del escritor granadino, al que entiende como un ser humano «completamente oscuro», ligando dicha oscuridad a imágenes poéticas tan lorquianas como esa luna que sangra.
Es por ello que liturgias profanas, lamentos, cuchillos o llamas pueblan no sólo los títulos de los movimientos de las tres partes (Invocación; Noche; Luna) en las que se divide Omaggio a F. G. Lorca, sino la propia música, con taconeo doblando la bulería (en Danza Ritual del Fuego) o los golpeos inmisericordes que Hachè Costa percute en su instrumento, demostrando un dominio de la guitarra que no sólo se le conocía, sino que se supone a alguien que ha compuesto una partitura como ésta.
En ese proceso, junto con lo arcaico y visceral, también escuchamos al Costa más atento al estructuralismo, componiendo tanto desde la poesía como desde las formas de las constelaciones (siguiendo los ejemplos de otros compositores tan atentos a las bóvedas celestes como Karlheinz Stockhausen, John Cage o George Crumb; este último, influencia ineludible en secondo passaggio astrale, partitura compuesta en 2019 por el propio Costa). De este modo, en Invocación la música se construye desde una célula rítmica poderosamente poética, extraída de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) y estructurada sobre el canto, con su salmodia obsesiva, que Hachè Costa transforma en una liturgia poética en bucles: tiempo que se repite y fagocita a sí mismo, convirtiendo en delirio el inicial estructuralismo, en una inesperada vuelta de tuerca.
Mientras, en El Cisne es dicha constelación la que dibuja los armónicos desplegados por Costa en su partitura, «pues sus estrellas estaban sobre Granada cuando Lorca fue asesinado». Armónicos, por tanto, que trazan una música que parece aletear y querer levantar el vuelo, aunque poco a poco se acalle, hasta llegar a esa explosión con tacón y rasgueo flamenco que es Danza Ritual del Fuego. El paso a Luna nos llamará, de inmediato, la atención, por la apariencia de inestabilidad armónica que esta tercera parte de Omaggio a F. G. Lorca nos ofrece: producto del uso de tres afinaciones, con cuerdas al aire (igualando temperamentos), armónicos y microtonalidad (convocando ecos de las improntas andalusíes en Lorca). Con esas tres afinaciones (y su enrarecimiento del instrumento), concluye Costa su encuentro con ese Sur que tanto le atrae, como lo hizo a otro gallego, al escritor orensano José Ángel Valente, en sus últimos años de vida, en una Almería cuya música popular y áridos paisajes marcaron la poética valentiniana. En el caso de Omaggio, el duende andaluz se convierte en fiera desatada, bañado en sangre y elevando un canto de denuncia, pues las lecturas políticas en la música de Costa, autor de obras como passato. presente. futurismo (2018), nunca andan lejos, por más que concluya su viaje inmerso en todo un trance hipnótico, abismado al silencio.
Omaggio a F. G. Lorca no sólo nos muestra las grandes dotes de Hachè Costa como guitarrista y compositor, sino su fino oído para la grabación discográfica, pues hablamos de un compacto premeditadamente editado en AAD, fruto de su registro en cinta magnetofónica, para dar al sonido el cuerpo tan timbrado y rugoso que Costa asocia a la guitarra de raíz: algo que se agradece, pues la presencia del instrumento es realmente fogosa, revelando un muy cuidado concepto del producto fonográfico.
En el segundo compacto del sello LaFièvre que hoy presentamos, Hachè Costa se une al escritor y periodista madrileño Fernando Olmeda para acompañar los poemas de este último, a quien escuchamos recitar sus propios versos. Nos referimos a La Herida (2022), otro trabajo poderosamente confesional en el que Olmeda se enraíza en la mejor tradición de la poesía española del conocimiento, haciendo buenas las palabras que en 2008 me refirió quien sigue siendo uno de sus más lúcidos representantes, Antonio Gamoneda: «El pensamiento poético es música en su origen». Así, según Gamoneda la palabra poética «va generando las palabras venideras, e incluso las significaciones», algo que en La Herida trasciende el lenguaje poético estrictamente verbal, por medio de toda una estructura musical con la que Costa construye paisajes físicos y psicológicos que emergen de los propios versos, en un diálogo poético-musical nacido desde la intimidad y el desagarro, según bascule el recitado entre la fragilidad o el dolor.
Siguiendo las ideas de Antonio Gamoneda con respecto a la musicalidad inherente al lenguaje genuinamente poético, en La Herida dicha música antecede a la palabra, mostrando el ritmo que, embrionariamente, dará vida al verso: en el caso del primer poema, un incisivo motivo en ostinato que se relaciona con «el tiempo desbocado, / los segundos sin principio ni fin, / segundos permanentes…» que escuchamos recitar a Olmeda. Música que la repetición de la última estrofa disuelve, lanzándonos al ámbito de lo que en el poema es «sombra»; y en la música, silencio.
La «violencia del desamor» es, para Olmeda y Costa, el hilo conductor de La Herida, algo evidente en los siete poemas que conforman este disco, llegando al desgarro más explícito en versos como «su ausencia te mutila»: palabras que activan un piano rascado en sus cuerdas, cuya sonoridad se prolonga en pedal, cual rasgadura de cuchillo: largo epílogo para un segundo poema, Decisión, que porta reminiscencias de Tratado Espiritual de las Tres Vías, obra en la que el cuchillo trascendía su presencia simbólica y dramatúrgica, para convertirse, él mismo, en instrumento percusivo.
El golpeo es otro sonido recurrente en La Herida, un golpeo desde el que nace el tercer poema, Que amanezca ya, y en el que muere: invocación a la duración de un día-aún-no-vivido, pero poblado por ritmos nuevamente acechantes, en el que recitado y piano son premura desbocada, haciendo buenas las palabras del escritor José María Pérez Álvarez: «El instante y la eternidad están vinculados por la misma duración»; duración, aquí, del tiempo que, sin ser todavía habitado, ya se ha sufrido (o, tirando del título del que fue primer grabado de Goya, Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer).
En poemas como Lo vivido, Hachè Costa concede todo el protagonismo a Fernando Olmeda, sin musicalizar sus versos ni crear paisajes acústicos a partir de ellos: tal es la potencia, en sí misma, de este poema. No menos musical es Tu silencio, ni menos sugerirían los propios versos la mudez del piano, si bien aquí Costa se decanta por un sutil acompañamiento, delicadamente rítmico, que se encadena con el sexto corte del disco: interludio instrumental construido desde la evocación del verso «los ojos serán niebla», que habíamos escuchado en Que amanezca ya. En este primer interludio, esa niebla se convertirá en un teclado en bucle(s), asediada por tormentas.
Ahora bien, la relación poético-musical en La Herida dista mucho de ser lineal o paisajística, en un sentido tradicional, siendo de ello una buena muestra Tambores de soledad, poema que podría imponer el retumbar de sus versos al piano, pero que Costa toma en su lado más acechante, cual «jauría de voces que se oye a lo lejos». Esos pasos, apenas discernibles, vuelven a ejercer de nexo con el segundo interludio, Una ausencia que mutila: palabras extraídas del segundo poema, cuya evocación construye una música que —parafraseando a San Juan de la Cruz— diríamos callada: cortejo de pasos que, en su progresar, no avanzan, anclados en un ostinato fúnebre —que diría Heinz Holliger, remitiéndose a otro poeta tan musical como Friedrich Hölderlin—.
Una ausencia que mutila es el corte más abstracto de La Herida, un mecanismo musical de silencio convertido en un «tiempo inacabable, en la noche previa al comienzo del adiós» —afirma el propio Costa—. Es éste un interludio sobre el que gravita la impronta de György Ligeti, con su Poème Symphonique pour 100 Métronomes (1962); pero, también, el silencio construido por Pierre Boulez en Le Marteau sans maître (1953-55), que en el final de La Herida da lugar (como tantas veces sucede en las partituras de Hachè Costa), a lo que el compositor califica como «un avance invertido de lo explosivo a lo callado»; un silencio, en todo caso, «estructuralmente narrativo».
Como Valente y Quevedo, Fernando Olmeda se pregunta, en su último poema, si no es «todo ceniza» y «nostalgia del fuego sustantivo», incidiendo Costa en la perdurabilidad de lo que ya es, en sí mismo, residuo; pero un residuo aferrado a la vida, que se niega a desaparecer, cual ese amor que se evapora en las lejanías del último verso, al que sigue un largo postludio progresivamente acallado, llevando los paisajes musicales desde el golpeo inicial al eco, en un viaje poético de gran confesionalidad y belleza.
Como en el caso de Omaggio a F. G. Lorca, estamos ante una grabación muy cuidada, editada en ADD con desatacada presencia de una voz que se alza entre paisajes acústico-electrónicos pensados para potenciar el propio recitado como razón y cuerpo central de La Herida, creando espacios y tiempos desde sus palabras. Es ello parte fundamental de dos discos mimados hasta el último detalle y publicados en sendas ediciones limitadas (de cien copias cada una), que se presentan numeradas a mano, buscando el cuidado y la exclusividad de una edición que diríamos «de autor».
Paco Yáñez