Gustavo Gimeno, el mirlo blanco

“Amo la ópera y todo lo que supone dar vida a una nueva producción; pero, sobre todo, me apasiona el trabajo en equipo y compartir”, acaba de proclamar Gustavo Gimeno en la conferencia de prensa en la que se ha anunciado su nombramiento como próximo director musical del Teatro Real. Estaba cantado. Después de las memorables funciones de El ángel de fuego de Prokofiev, era palmario que el podio del Teatro Real solo podía ser para el director que hizo sonar a los conjuntos estables del teatro como muy rara vez lo habían hecho. “Desde el Parsifal de Semyon Bychkov, jamás se había escuchado algo tan excelso y bien trabajado como El ángel de fuego de Gustavo Gimeno”, comentaba hace apenas unos días con más verdad que un santo un colega de SCHERZO a quien esto escribe.
Joan Matabosch, el director artístico, que es un lince, no dejó escapar el mirlo blanco y, sin duda, durante aquellas funciones de referencia tiró los tejos al que, como hoy se ha anunciado, será director musical del Teatro Real desde 2025 a 2030. “La relevancia que alcanzarán la ópera y el trabajo en el Teatro Real en mi futuro son retos maravillosos que me llenan de orgullo e ilusión. Me considero muy afortunado de que nuestros caminos se hayan cruzado precisamente en este momento. Aspiro a contribuir de la mejor manera posible a este proyecto artístico con el que me siento totalmente identificado”. Es evidente que la llegada de Gimeno supondrá estímulo y bocanada de aire fresco en un teatro en el que, desde los tiempos de López Cobos, no ha vuelto a cuajar ninguna sólida o estimulante guía musical.
Gustavo Gimeno, artista integral de plurales perfiles, valenciano de 1976, ha sido siempre un apasionado de la ópera. Como sus mentores y maestros, Bernard Haitink, Claudio Abbado y Mariss Jansons. También Helga Schmidt se dio pronto cuenta de su talento nunca exhibicionista, y pronto le invitó a dirigir en el Palau de les Arts. Norma con Mariella Devia. ¡Nada menos! ¿Podía haber mejor debut operístico? Era entonces cuando comenzaba a despuntar la carrera de director de quien durante tantos años fue solista de percusión de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam.
Éxito tras éxito, debut tras debut, Gustavo Gimeno, cocinero antes que fraile, siempre ha dejado un rastro de excelencia. Personal y profesional. Inteligente, listo como el hambre, dueño de aptitudes absolutamente excepcionales, discreto, brillante, atractivo y agudo conversador en la distancia corta, el próximo director musical del Teatro Real es un cosmopolita refinado que gusta y saborea la vida y bebe sus excelencias. Un bon vivant a lo Rubinstein. O a lo Abbado. Quizá también a lo Visconti.
Titular a ambos lados del Atlántico —en la Sinfónica de Toronto y en la Filarmónica de Luxemburgo—, y con la agenda cubierta de compromisos con las mejores orquestas, su pasión operística ha obrado el milagro de abrir fechas en esa agenda sin fechas para recalar en el Real. Antes, ha escuchado propuestas muy concretas de diferentes teatros de ópera. El peso de Madrid —¡la capital!—; los poderosos medios del Teatro Real; el buen y profesionalizado equipo del mismo —“el increíble equipo humano que nutre este teatro”, ha enfatizado durante la conferencia de prensa—; el entusiasmo de todos —orquesta, coristas, equipo técnico, público…— y la sagacidad de Matabosch han decantado la cristalización del nombramiento precisamente en Madrid y no en otros aspirantes teatros españoles.
El hecho de que la titularidad no sea efectiva hasta 2025, que es cuando la ocupada agenda de Gimeno comenzaba a tener claros y periodos disponibles, era condición sine qua non. 2025 es, además, el año que el maestro valenciano concluye su titularidad en Luxemburgo, pero también cuando se extingue la dirección musical sin pena ni gloria de Ivor Bolton. El nombramiento, con tres años de antelación, se inscribe en lo que es normal en el mundo internacional de los grandes teatros de ópera, pero resulta inusual y hasta noticioso en España, donde por tantas razones se recurre también en estas lides a la improvisación y a la última hora.
Gustavo Gimeno no es solo uno de los directores de orquesta españoles más internacionales y prestigiosos de hoy de y de siempre. Es también una personalidad que recupera las maneras y modos de trabajar de los grandes maestros de antaño; fogueado, como aquellos, en mil vicisitudes, y formado desde la base, lenta y templadamente, a la manera de los mejores caldos. De ahí si prestancia, elegancia, buenas maneras y solvente conocimiento del oficio. En este sentido, Gustavo Gimeno, persona calma y firme a un tiempo, recuerda a su antecesor en el podio del Teatro Real, Jesús López Cobos. Como ocurrió con el inolvidable maestro de Toro, la templanza y exquisitas maneras de Gustavo Gimeno serán bálsamo en el estrépito y tensiones que conlleva, por su propia naturaleza y dinámicas, el día a día de cualquier teatro de ópera.
También como López Cobos, GG es músico de cultura. Políglota y ecléctico. Su discografía, programas y repertorio operístico se distinguen por la versatilidad. Stravinsky o Franck, Rossini y Shostakovich, Bruckner y Ligeti, Bellini, Debussy, Coll, Prokofiev, Ravel, Puccini, Verdi… ¡Y la música contemporánea!, que siempre ha desempeñado y ocupa papel esencial en su universo sin fronteras ni prejuicios. Tampoco falta Mahler, su amado Mahler, de cuyas sinfonías ha ofrecido versiones referenciales, y cuya tradición ha mamado y se ha empapado durante tantos años de fogueo en la mengelberguiana Orquesta del Concertgebow.
Batuta contemporánea de máxima proyección, codiciada por las mejores orquestas y deseada por los mejores solistas, con el nombramiento certero de Gustavo Gimeno el Teatro Real se prestigia y cobra mayor relieve en el mapa internacional de los grandes teatros líricos, pero, sobre todo, crecerá musicalmente y sus músicos —cantantes, instrumentistas, coristas— tendrán y disfrutarán el privilegio de trabajar con un maestro de finas, cabales y sólidas maneras; con un director que, sin renunciar a su novedosa generación, arraiga saberes, maneras y oficio en el mejor pasado. De alguna manera, el nombramiento de Gustavo Gimeno, el mirlo blanco, representa el reencuentro del Teatro Real consigo mismo. ¡Enhorabuena!
Justo Romero
[Foto: Marco Borggreve]
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