GUADALAJARA / Concierto aristocrático en un salón chino a cargo de Scaramuccia

Guadalajara. Palacio de la Cotilla. 22 y 23-X-2022. III Temporada de Música Antigua. Scaramuccia (Javier Lupiáñez, violín; Inés Salinas, violonchelo; Patrícia Vintém, clave). Obras de Pisendel y Veracini.

La fascinación de Europa occidental por China y el extremo oriente asiático comenzó en la Edad Media y, con su ápice en el siglo XVIII, se prolongó, prácticamente, hasta el XX. En el origen estuvo el comercio de especias y otros productos exóticos y de lujo que, en algunos casos, influyeron decisivamente en la economía y cultura europeas. Fue el caso, por ejemplo, de los tejidos de algodón y seda, el té y la porcelana y los papeles pintados. Los principales mandatarios europeos quisieron fabricar en sus territorios la misteriosa y codiciada porcelana china y construyeron en sus palacios saloncitos de marcado gusto oriental. Y hasta en la entonces casi olvidada Guadalajara los marqueses de Villamejor (padres, por cierto, del conde de Romanones), al remodelar en el siglo XIX su palacio de la Cotilla, incluyeron un primoroso salón decorado con papel de arroz pintado en China que, afortunadamente, se conserva prácticamente intacto.

Fue el lugar elegido para desarrollar, por triplicado —su reducido aforo impuso su repetición— el segundo concierto del Ciclo de Música Antigua, centrado en la que pudo escucharse en la corte de un monarca apasionado de la música y la porcelana oriental —decía estar aquejado de la maladie de la porcelaine—, Augusto II “el Fuerte”, rey de Polonia y duque elector de Sajonia. Vino a ser la recreación de un concierto aristocrático en uno de aquellos salones chinos. Y quiso Javier Lupiáñez, violinista y líder del grupo Scaramuccia, que el programa, de alguna forma, reprodujera la competencia que a principios del XVIII se desató en la corte sajona entre Johann Georg Pisendel, el gran violinista titular, y el extravagante Francesco Maria Veracini, el recién llegado de la mano del príncipe heredero.

Del primero se interpretaron dos sonatas (la primera, recuperada por el propio Lupiáñez en su faceta de musicólogo, para violín y continuo, y para clave la segunda) y de Veracini, precisamente, una de las que le sirvieron de carta de presentación ante el príncipe en su larga estancia veneciana. Música bellísima y plagada de escollos técnicos, como correspondía a quienes pugnaban por exhibir sus sobresalientes cualidades. Música que —esto es lo importante— encontró en los tres soberbios músicos de Scaramuccia la interpretación soñada.

Lupiáñez, además de asumir las presentaciones con fino sentido del humor, dejó constancia de por qué es aclamado como uno de los grandes violinistas barrocos de la actualidad. Tocaba un instrumento holandés de finales del siglo XVII y con su prodigiosa técnica hizo que los pasajes más virtuosos —y fueron muchos— brotaran con la misma aparente facilidad que el agua del manantial, pero también hizo vibrar al público en los pasajes de desbordante lirismo y jugó con las ornamentaciones, siempre juiciosas. Y tuvo el contrapunto perfecto en sus dos compañeras del bajo continuo, Inés Salinas, una elegantísima violonchelista que parecía mimar las cuerdas con el arco, y la portuguesa Patrícia Vintém, sólida, sobria, que, por su parte, brilló en la sonata atribuida a Pisendel. Y, ahí estuvo la clave, los tres músicos estuvieron perfectamente compenetrados, ligados por una complicidad que multiplicaba la efectividad de una música que en aquel precioso escenario supo a gloria.

P.D.: Los dos últimos conciertos del ciclo se celebrarán los días 29 y 30 de octubre en las iglesias de San Nicolás (Música religiosa del México virreinal por La Guirlande) y Santiago (Misa en los conventos femeninos h. 1600, por Ars Lusitana y Schola Cantorum Alonso Mudarra), respectivamente.

Manuel M. Martín Galán