GRANADA / Y Barenboim levantó al público
Granada. Palacio de Carlos V. 24-VII-2020. 69º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Daniel Barenboim, piano. Obras de Beethoven.
Máxima expectación entre el público que asistía al recital de Daniel Barenboim en el Palacio de Carlos V. Un recital benéfico muy especial, del que se supo hace poco más de un mes y cuya recaudación íntegra será donada a Cruz Roja en beneficio de los damnificados del Covid-19. Con las entradas agotadas, el pianista conmemoraba no sólo el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven —compositor fetiche en la carrera de un intérprete que ha llenado, como pianista y director, con un protagonismo incomparable, la vida musical de los últimos sesenta años— sino igualmente los setenta de su primera aparición sobre un escenario, en Buenos Aires. Se cumplían también cuarenta de su debut en el Festival de Granada, en velada en la que, además, tocó las Variaciones Diabelli, nuevamente en programa en este reencuentro.
Empezó su actuación Barenboim con la Sonata en la bemol mayor, op. 110, una obra en la que Beethoven traduce en música esa tensión que incide sobre la existencia del ser humano producida por la naturalidad de su ser y el ethos que constantemente está conformando su identidad. Y tratar de trasladar esa inquietud al teclado fue su actitud fundamental como línea de pensamiento a seguir en su propio discurso. Así, tradujo con un alto sentido meditativo el primer movimiento, como recreándose en el enorme impacto que produce su pulsación convertida en inigualable sonido, buscando sus esencias temáticas, logrando su difícil organización interna con una especial dulzura que llevaba al oyente a percibir una paradójica sensación de resignada paz que sólo se quebraría en la reexposición y la coda. El encadenamiento de los restantes tiempos favoreció la buscada univocidad que debe tener el conjunto. En el tercero, Barenboim expandió en ariosos y fugas toda la autoritas de su ideal expresivo pese a ciertos inconvenientes técnicos que no influyeron demasiado en la sustancia del mensaje.
La fascinación se hizo presente con la interpretación de las Treinta y tres variaciones para piano en do mayor sobre un vals de Diabelli, op. 120, una pieza que, en su género, comparte olimpo con las Variaciones Goldberg de Bach. El sentido de continua alteración que propone el compositor fue uno de los secretos mejor expuestos por el intérprete, singularizando el contenido intrínseco de cada pieza y ello a pesar de que, de otra parte, la intención de distinguir nítidamente la definición de la estructura integral de la obra, de sus fundamentales líneas armónicas, afectara a veces a la claridad y la limpieza de dicción. El momento culminante llegaría en la trigésimo primera variación, Largo, molto espressivo, en la que el alma romántica de Beethoven llega a un inalcanzable grado de trascendente creatividad. La fluida introspección que requiere su exposición fue anticipada, en gran medida, con la hondura manifestada en la vigésima, todo un sugestivo y efectista anticipo de lo que habría de ser la música serial, sin salirse un ápice de la senda diatónica. Las tensiones manifestadas en las dos últimas, expresadas con cierto fárrago técnico, fueron predisponiendo al público a una reacción de absoluta admiración que terminó siendo unánime con toda la sala puesta en pie después del último acorde.
(Foto: Fermín Rodríguez)