GRANADA / Víctor Pablo Pérez y la OCG: de la ‘Commedia dell’Arte’ a la pasión de Cristo
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 12-II-2022. Berna Perales, soprano. José Luis Sola, tenor. Víctor Cruz, barítono. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Director del coro: Héctor E. Márquez. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Víctor Pablo Pérez. Obras de Stravinsky y Franck.
El octavo concierto del ciclo sinfónico de la OCG tuvo la peculiaridad de que ni el musicólogo más imaginativo podría encontrar la menor relación (ni siquiera de oposición o contraste) entre las dos piezas programadas, lo que viene a recordarnos que el hecho de que las obras de un concierto tengan que mostrar algún tipo de afinidad o ‘discurso’ no es sino una convención que bien puede eludirse sin problema y disfrutar sin más de la música: se interpretó el ballet Pulcinella de Stravinsky en su versión completa, incluidas las partes cantadas, y el oratorio de César Franck Las siete palabras de Cristo en la Cruz (que no se descubrió hasta 1955 y que la OCG interpretaba por primera vez).
En ambas destacó la dirección magistral, tranquila, sin batuta, muy matizada, apacible y económica en el gesto, de Víctor Pablo Pérez, que supo imprimir a obras tan distintas su carácter propio. En el ballet de Stravinsky subrayó su cualidad camerística —que, sin embargo, a veces sorprendía con apabullantes y tormentosos tutti—, con un diálogo continuo, entre sincopado y contrapuntístico, de los distintos instrumentos. Aunque la ironía, y aun cierta agresividad de ritmo y timbre, tan característica de Stravinsky, están presentes en la música, la interpretación la redujo al mínimo y optó por resaltar la belleza, la brillantez y la (supuesta) ingenuidad. Es difícil destacar a miembros de la orquesta, toda ella a gran altura y como en amable competencia; quizá a modo de ejemplo podría indicarse el momento de gloria de los contrabajos en el nº 18 (Vivo), de claras reminiscencias circenses y quizá el más stravinskiano de los números, y, en particular, el solo brillante de Frano Kakarigi en diálogo con el trombón. Estupendo en cualquier caso el trabajo de la concertino, Birgit Kolar, que se empleó a fondo con una responsabilidad de solista casi continua. Después, en claro contraste con el ballet, en Las siete palabras, con una plantilla orquestal más nutrida, el sonido de la OCG varió por completo: más denso, ligado y eminentemente romántico; también más subordinado al coro y los solistas.
Por lo que respecta a los cantantes, el tenor mostró un bello timbre de tenor ligero, un poco tirante en los agudos, muy apropiado para el cantante arquetípico que se requiere en Pulcinella. La soprano, dramática y expresiva, supo marcar con esas cualidades el tono del oratorio al comienzo de este, el O vos omnes. El barítono mostró su versatilidad, pasando de un tono bufo muy conseguido en el Pulcinella a la solemnidad y la dulzura del oratorio, con un momento culminante de belleza de algunos de sus pasajes, así en el del comienzo de la Tercera Palabra (Mulier, ecce filias tuus). También cabe destacar la excelente sintonía entre los tres: en los dos breves tríos del Pulcinella estuvieron verdaderamente brillantes, con la combinación perfecta entre lirismo y comicidad.
Es preciso destacar, por último, en lo que respecta al oratorio, la sobresaliente actuación del coro de la OCG. Muy cuidado desde el podio por parte del director en la búsqueda de matices, éste verdaderamente los obtuvo: solemne y espiritual en los momentos a cappella, al enunciar en pianissimo algunas de las palabras (Pater, dimite illis; Pater, in manus tuas…); implacable y dramático (en tono y precisión) en los improperios (Si tu es Rex Judeorum, salvum te fac), con el momento sobrecogedor en el que estos se ven súbitamente interrumpidos por el barítono, que reitera a cappella, con desolado lirismo, la palabra de Cristo: Sitio! (tengo sed).
Tras el final, súbito, piano, anticlimático, Víctor Pablo Pérez mantuvo las manos en alto para incluir el silencio en la conclusión de la pieza, lo que no impidió que, tras este, los aplausos fueran cálidos y sonoros. Si de lo que se trata es de disfrutar de buena música bien interpretada, ¿quién necesita un programa fundado en afinidades electivas?
José Manuel Ruiz Martínez
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