GRANADA / Una noche mágica y radiante para inaugurar el Festival Internacional de Música y Danza

Granada. Palacio de Carlos V. 17-VI-2021. Núria Rial, soprano. María José Moreno, soprano. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Paul McCreesh. Obras de Schoenberg y Mendelssohn.
Inauguración del Festival de Granada, noche a cielo abierto en el Palacio de Carlos V, se interpretan La noche transfigurada op. 4 de Schoenberg (versión para orquesta de cuerdas de 1943) y El sueño de una noche de verano op. 21/61 de Mendelssohn; la idea subyacente al concierto es clara, la noche mágica, la noche radiante, aquella en la que todo acaba bien. Difícil para el crítico eludir la tentación de ponerse lírico, cuando no directamente estupendo. Pero es cierto que había un aura y un aroma de expectativa y de fiesta, de piedra antigua iluminada por los focos, capiteles grises y atriles negros.
Para Schoenberg, Paul McCreesh puso a violines y violas (enfrentados entre sí, con violonchelos y contrabajos al fondo) a tocar de pie. Es posible que esto favoreciera el espíritu de unidad y concentración que requiere la obra, tan plena de expresividad y contrastes. La cuerda de la OCG demostró su poderío: amplia pero no espesa, más expresionista que romántica, matizada (bonito el sonido sul ponticello) y con algunos momentos en pianissimo verdaderamente logrados, incluyendo el final, directamente sobrecogedor. En su balancearse en pie, unos más, otros menos, parecían ellos mismos el bosque de la obra mecido por el viento. El concertino, de los más danzantes, muy expresivo y atento siempre a que todo estuviera en su sitio.
En El sueño de una noche de verano, la interpretación estuvo a la altura de la obra: jovial, ingeniosa, juguetona, colorista, con un poso de belleza en calma y la impresión de que el mundo (quizá porque se trata tan sólo del sueño de una noche) está bien hecho. De nuevo las cuerdas en pianissimo, los murmullos del bosque, el timbal tonante y obstinado, preludio del rebuzno expresivo de los violines, las maderas saltarinas (menudo final de la flauta en el scherzo) o serenas y sostenidas en los acordes que abren y cierran el sueño… Hasta la marcha nupcial, marcada y como arcaizante, sin ironía, resultó como nueva. Las cantantes solistas y las voces femeninas del coro de la OCG, desde el primer piso del palacio, sonaron diáfanas y mágicas como las criaturas del bosque que eran.
La música se acompañó con unos juegos de proyecciones en varios planos que incluían algunos versos del poema de Dehmel y lo cantado por las solistas y el coro. Al final, resultaba demasiada información visual, que distraía más que complementaba. En el caso de La noche transfigurada, digamos que, de haber estado presente, el filósofo Adorno, como Cristo en el templo (¡con mi Schoenberg, no!), habría tomado un látigo. En el Mendelssohn, más libres y caprichosas, funcionaron algo mejor.
El principal artífice de la noche fue un Paul McCreesh en gracia, muy británico, humorístico y serio a la vez, de movimientos amplios y tranquilos, siempre atento (mucho, por ejemplo, con las voces, a las que hizo brillar), a veces agazapado para dar un matiz, y dado en ocasiones a mecer la música. Aunque parecía improbable una propina tras un final tan hermoso y conclusivo, ante los aplausos del público, interpretó un momento feérico del Sueño de Mendelssohn en cuyas pausas finales aprovechó para desearnos, en un español titubeante, felices sueños y recordarnos con sorna que ya era hora de que las criaturas del bosque se fueran a dormir después de una noche mágica y radiante en la que todo había salido bien.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Fermín Rodríguez)