GRANADA / Un ‘Mesías’ participativo en tiempos de distancia
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 18-XII-2021. Haendel, El Mesías. Mariasole Mainini, soprano. Mar Campo, contralto. Rory Carver, tenor. Javier Povedano, barítono. Coros participativos. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Lucas Macías.
La Orquesta Ciudad de Granada retoma esta temporada el Mesías participativo, una tradición interrumpida en muy contadas ocasiones desde que se inició en la temporada 2002/2003 —una de ellas, como es natural, el año pasado—, y lo hace con el Coro de la OCG como ‘coro de escenario’ o principal (como en las últimas ocasiones) y con la dirección del director artístico de la orquesta, Lucas Macías, junto con hasta doce formaciones corales de la provincia y algunos coralistas a título individual.
El Mesías participativo es una suerte de alegoría de la democracia donde, a diferencia del planteamiento tecnocrático de cualquier concierto habitual (se encargan de ejecutarlo los expertos), el público (al menos parte) también participa en la realización de la obra. Con todo, como en cualquier democracia funcional, sigue habiendo un núcleo de especialistas que se encarga de las situaciones más complicadas (números con agilidades, etc.). Como en la democracia, este formato presenta ventajas: participación activa de la sociedad en actividades culturales, cultura construida desde abajo, aprendizaje, confraternización (más necesaria que nunca en estos tiempos)… Pero también ciertos inconvenientes, el principal de orden interpretativo, con, en general, mayor entusiasmo que precisión, aunque, para ser justos, el resultado final suele ser razonable, gracias a los ensayos y la labor específica de los preparadores e, incluso, de cierto nivel dadas las circunstancias.
Este año, en parte por culpa —¡cómo no!— de la pandemia, se han adoptado algunas decisiones controvertidas. La primera ha sido cortar algunos números, práctica que, si bien suele llevarse a cabo de forma habitual, esta vez ha afectado a algunas arias, dúos y coros fundamentales y bellísimos, que cualquier aficionado medio echa en falta de manera alarmante: entre otros, el coro Behold the Lamb of God, la sobrecogedora aria He was despised, o la hermosa How beautiful are the feet… Quizá se ha debido a la necesidad de acortar la obra ante la imposibilidad de hacer un intermedio, pero el resultado se resiente. Una de las consecuencias más llamativas es que la contralto salió después de la pausa técnica para quedarse absurdamente en su asiento durante la segunda y la tercera parte de la obra como una convidada de piedra sin nada que cantar.
La otra decisión ha sido ubicar a todos los coralistas, incluido al coro de la OCG, en la sala B, en lugar del planteamiento habitual del coro principal en el escenario y el resto repartidos por todo el auditorio, entendemos que por razones sanitarias. Esto hizo que, por una parte, se ganara en empaste, con un sonido muy homogéneo, pero también que se perdiera la cualidad ‘estereofónica’ y espectacular de este tipo de concierto, una de sus claves. La masa coral, cantando además con mascarilla, apabullante en lo visual, quedaba y sonaba lejana. El coro de la OCG era eficaz en los momentos comprometidos (se nota la experiencia), pero el resultado final fue un Mesías con sordina y poca fe: en la parte del nacimiento, parecía remedarse el villancico ‘volteriano’: “Esta noche nace el Niño/ que es mentira, que no nace; /esto es una ceremonia / que todos los años hacen”. La parte de la pasión sí remontó algo con, por ejemplo, un Surely… And with His stripes… vibrantes. Pero ni siquiera en el célebre Hallelujah, tan democráticamente esperado, muy plano —los trinos, ni intentarlos—, se levantó el vuelo, como suele ser habitual casi de forma inevitable en estos casos, a veces a costa de la calidad interpretativa pero al menos siempre con emoción contagiosa: ay, las mascarillas.
De los solistas, el tenor tenía un bonito timbre, pero le faltó aplomo y musicalidad. El barítono y la contralto, sonoros y expresivos ambos; la soprano, poderosa y musical, solvente en su impecable ejecución de las agilidades, quizá algo fría (como todo). La labor de la orquesta puede definirse asimismo con la palabra solvente, quizá representada por el teclista Darío Moreno, que se cambiaba con absoluta naturalidad del clave al órgano construyendo el cimiento de la obra. Muy bien Bernabé García en su solo de trompeta del aria The Trumpet shall sound y en el Worthy is the Lamb, esforzando los trinos.
Hubo aplausos entusiastas al final, como siempre, pero no muy prolongados y, por primera vez, no se repitió el Aleluya, como viene siendo lo habitual en este tipo de conciertos, por lo que este acabó con el esperanzado Amén. Y aquí paz y después gloria.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Víctor Pérez Pelayo)
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