GRANADA / Un Christian Zacharias todoterreno con la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 19-I-2024. Orquesta ciudad de Granada. Piano y director: Christian Zacharias. Obras de Ravel, Mozart y Schubert.
Volvió Christian Zacharias, con el cargo de principal director invitado, a dirigir y a ejercer de solista con la OCG en el concierto del pasado 19 de enero, con un programa heterogéneo y curioso, de aluvión: Ma mère, l’oye de Ravel; el Concierto para piano nº 27 en si bemol mayor K. 595 de Mozart; y la Sinfonía nº 3 en Re mayor D. 200 de Schubert.
Con la suite de Ravel, Zacharias demostró su buen hacer como director, al margen de su carrera como pianista de primer nivel: fue una interpretación finísima, llena de matices, donde brilló toda la suntuosidad, delicadeza y poder evocativo de los timbres y la orquestación ravelianos. La orquesta demostró en este sentido su potencial para el matiz: vientos, percusión, arpa, sutiles, a veces en combinaciones sorprendentes (ver tocar a Ravel es disfrutar también del descubrimiento de qué instrumentos concretos generan esos sonidos asombrosos), y una cuerda luminosa y verdaderamente feérica. Al margen del tempo, Zacharias indicaba con precisión algo desmayada desde su altura y la largueza de sus brazos los matices exactos que buscaba (esa celesta, marcada una y otra vez, como el eco lejano de la lejana campana pentatónica de una pagoda).
Por contraste, el Concierto de Mozart sonó algo más rutinario, sobre todo en su arranque, si bien siempre eficaz, y fue alcanzando finalmente su punto justo, como cocinándose en su propio desenvolvimiento. Zacharias como solista estuvo brillante pero sobrio, convencido, pleno de aplomo, con una digitación clarísima y un agudo sentido del fraseo, en un concierto de aparente sencillez donde este lo es todo. Tras los aplausos, ofreció de propina una preciosa versión para piano de Les Barricades mystérieuses de Couperin (título maravilloso y sugestivo cuyo significado prefiero seguir ignorando) que sonó, según un paradigma novedoso que vuelve a las interpretaciones personales y contemporáneas frente a la obsesión del rigor arqueológico, hipnótica, casi minimalista.
La sinfonía de Schubert resultó, según la tónica del concierto, precisa y matizada. Con un tempo vivo, sonó lúdica, jovial, plena de alacridad, sin renunciar a algún que otro apunte lírico mínimo. Cabe destacar, tanto la intervención del clarinete solista (en el tema principal y en algunos momentos sueltos del segundo movimiento y del Menuetto), así como la del oboe (ídem para el tema secundario del primero y los otros movimientos). Al concluir, tras varias salidas, Zacharias decidió algo muy poco frecuente en la tradición no escrita de los conciertos de la OCG: ofrecer una propina (quizá porque el concierto verdaderamente resultaba en su planteamiento original algo corto). Fue el Entreacto del acto tercero de Rosamunde D. 797, del mismo Schubert. Lo siento (en realidad, no) por los espectadores que abandonaron la sala con prisa, prescindiendo del aplauso, y que se lo perdieron. Fue una de las mejores interpretaciones de la noche, delicadísima en el tema principal de la cuerda (dulce y empastada), a modo de estribillo, y no menos bella en los distintos intermedios la irrupción de las maderas. Un colofón extraordinario para un concierto gratísimo que nos hace desear la vuelta cuanto antes de Christian Zacharias y agradecer que sea principal director invitado de la Orquesta Ciudad de Granada.
José Manuel Ruiz Martínez