GRANADA / Un Beethoven conocido y una casi desconocida Louise Farrenc
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 14-X-2022. Josu de Solaun, piano. Coro de la Orquesta ciudad de Granada (Héctor Eliel Márquez, director). Orquesta Ciudad de Granada. Directora: Laurence Equilbey. Obras de Beethoven y Farrenc.
La OCG, en su último concierto, continuó en la línea de alternar obras habituales del repertorio sinfónico con otras menos transitadas o directamente poco conocidas, en un empeño muy loable de huir de lo trillado sin renunciar a lo canónico. También en lo que parece una mayor presencia del coro de la OCG en los programas, aunque sea con obras más o menos breves o en las que no es necesariamente el protagonista. Así, en primer lugar interpretaron la célebre Obertura Coriolano op. 62 de Beethoven, y después su Fantasía coral op. 80; por último, en la segunda parte, la Sinfonía nº 2 en Re Mayor op. 35 de Louise Farrenc.
La obertura sonó muy bien, rápida, seca —sin connotaciones peyorativas, los ataques de las cuerdas cortados en stacatto, sin apenas eco—, con más sobriedad que dramatismo, casi como correspondería al carácter de su protagonista, Coriolano. También parece esta decisión ir acorde con el ethos y los modos de Laurence Equilbey, la directora, de un dramatismo contenido, quiebros breves y los brazos poco extendidos, casi siempre paralelos al cuerpo, muy apegada a la partitura (de nuevo, nada peyorativo en ello). Se marcaron algunos detalles interesantes, de esos que contribuyen a refrescar una pieza tantas veces escuchada —la intensidad de los clarinetes en una nota sostenida, un determinado efecto del timbal—. El anticlímax con el que la obra termina redundó en esta falta de dramatismo, sin prolongar el silencio ni marcar en exceso el pizzicato final.
La Fantasía coral abundó en estas características. Aquí acaso se echó en falta un planteamiento directorial más consciente de que las variaciones/repeticiones temáticas de la obra pueden devenir en cierta monotonía. Muy bien de nuevo en conjunto, y muy simpáticas y juguetonas, por ejemplo, las intervenciones solistas de los vientos (oboes a dúo, flauta, clarinetes) en algunos ejemplos de las mencionadas variaciones. El pianista, bien, con aplomo, tendente a cierta espectacularidad gestual (a levantar mucho las manos después de ciertos ataques), quizá más tronante que claro en ciertos momentos, no así en los largos trinos, límpidos y precisos. El coro, en su línea de altísima calidad de sus últimas intervenciones, magnífico, expansivo y jovial, verdaderamente emocionante en la modulación armónica del clímax —como un grito de júbilo— que prefigura, como una intuición genial, el asombro coral de la Novena sinfonía. Muy bien los solistas, del propio coro y cantando dentro de este, en especial las voces femeninas.
Se hace raro que, con un final tan brillante, el concierto no concluyera con esta obra. Quizá haya habido en ello un inteligente juego de combinar el respeto a la tradición de dejar la sinfonía para el final del concierto, con el hecho de que la que se interpretaba en este la haya compuesto una figura poco conocida, y mujer, frente al lugar central que ocupa Beethoven en el canon. Lo cierto es que esta sinfonía merecería más fortuna en el repertorio: brillante, ingeniosa en sus temas y su orquestación y no exenta de cierto dramatismo bienhumorado. Aquí la orquesta mostró de nuevo su virtuosismo, parejo al de la obra, en los continuos juegos de alternancia de las cuerdas y las maderas, marcando muy bien el citado ingenio tímbrico de esta. De nuevo algunos detalles muy bien vistos (la disonancia inicial con el timbal). Fue probablemente en el último movimiento donde la brillantez se hizo más explícita, en las cuerdas con el tema en forma de coral y sus fugados, o las maderas, con el bonito tema de aire mozartiano que le sirve de contraste. En definitiva, un concierto para descubrir o para escuchar obras más conocidas con oídos nuevos.
José Manuel Ruiz Martínez