GRANADA / ‘Tres Guerreros’ en estreno absoluto, y Brahms
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 1-X-2022. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada (Héctor Eliel Márquez, director). Orquesta Ciudad de Granada. Director: Lucas Macías. Obras de José López-Montes y Brahms.
El primer concierto del ciclo sinfónico de la OCG comienza con autoridad: con un estreno absoluto encargo de la propia orquesta: la obra Tres Guerreros del compositor granadino José López-Montes (Guadix, 1977). El programa se completaba con la Canción del destino (Schicksalslied) op. 54 y la Sinfonía nº 4 en Mi menor op. 98 de Brahms.
El nombre de la pieza de estreno, Tres Guerreros, se debe al homenaje o reflexión que el autor traza en torno a tres artistas con ese apellido: el compositor Francisco Guerrero y el pintor José Guerrero (ambas figuras señeras del arte del siglo XX de origen granadino), por una parte, y, junto con ellos, a modo de contrapunto, el compositor renacentista Francisco Guerrero. Según el propio compositor, “es una pieza casi monolítica donde las alusiones a la estética de los homenajeados están en liza todo el tiempo”. Escuchar un estreno absoluto siempre es un ejercicio sugestivo e interesante por su inherente dificultad. La paradoja de una obra como esta, comprometida con la tradición vanguardista (nueva paradoja), es la de una complejidad que —de algún modo como los cuadros expresionistas abstractos de José Guerrero— desemboca en una cierta sencillez: la de la percepción (y el disfrute) de las texturas, los sonidos, los juegos tímbricos, las propuestas armónicas, en un juego casi constante de desautomatización con pequeños oasis de reconocimiento, como, por ejemplo, en los tres momentos en los que la obra inicia unos compases de armonía convencional, donde se podía atisbar acaso una levísima referencia a la música renacentista (primero en las flautas, luego en los violoncelos, y por último en un breve tutti). En este sentido, la obra de López-Montes no resultaba displicente con el espectador y lo invitaba a la escucha interesada. La orquesta estuvo magnífica bajo la dirección de Lucas Macías: los fagots (y el contrafagot), con un papel solista destacado, y que comienzan la obra con un todo; la presencia continua de la percusión; las cuerdas, espléndidas, realizando todo tipo de efectos (armónicos, sul ponticello…), tanto en conjunto como en pequeñas células solistas; también hay que subrayar la magnífica intervención del violoncelo solista en un momento clave.
Con un contraste evidente sonó después la Canción del destino, serena y dulce, ligada, melosa incluso en los momentos más dramáticos, que no perdieron parte de esa aura calmada y melancólica. Aquí cabe destacar sin duda la intervención del coro de la OCG, posiblemente en una de sus mejores interpretaciones, lo que se vio en especial en los breves momentos a cappella y de carácter más polifónico, donde sonaron espléndidos de timbre y empaste.
La Sinfonía nº 4 de Brahms, tantas veces escuchada (un problema añadido para una orquesta que ha de hacerla en vivo, hic et nunc) arrancó en su primer movimiento preciosa, lírica, pero lo cierto es que, conforme avanzaba este, comenzaron algunas imprecisiones —las trompas hacían peligrar la estructura armónica del conjunto— y cierto desfondamiento hacia la coda, que resultó algo anodina. El segundo movimiento abundó en esos problemas y, salvo algún momento muy bueno (los clarinetes haciendo el tema primero sobre el fondo de pizzicati, las cuerdas cuando se abren luminosas en el segundo), se echó en falta más lirismo y capacidad para el matiz. Contra todo pronóstico, la interpretación remontó en el tercer movimiento, enérgico, vibrante (¡ojalá esa misma energía en el clímax del primero y su coda!): la orquesta parecía otra y las trompas se incorporaron al conjunto. Por suerte, este entusiasmo se prolongó en el movimiento final —excelente el solo de flauta, ese lamento tristísimo que interrumpe, sin romperlo, el discurso de la original passacaglia—, solemne, pleno de esta nueva energía, y que hizo que concluyera la sinfonía de manera brillante.
José Manuel Ruiz Martínez