GRANADA / Pons, Pérez Floristán y la OCG: brillante inauguración sinfónica
Granada. Palacio de Carlos V. 16-VI-2022. Juan Pérez Floristán, piano. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Josep Pons. Obras de Debussy/Falla, Ravel y Stravinsky.
El primer concierto sinfónico del Festival de Granada, perteneciente al ciclo de Conciertos de palacio —inauguración oficiosa tras el preludio de tres conciertos vinculados al ámbito flamenco y al centenario del Concurso de Cante Jondo de 1922—, corrió a cargo de la Orquesta Ciudad de Granada dirigida por Josep Pons, con un programa muy característico tanto de la tradición del propio festival como del repertorio en el que el director es especialista —compositores de la modernidad europea de principios de siglo XX, vinculados con París, en torno a los que orbitó Falla—: El Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, pero en la versión que llevó a cabo, de hecho, el propio Falla a petición de la Orquesta Bética Filarmónica; el Concierto para la mano izquierda en re mayor de Ravel, y El pájaro de fuego de Stravinsky, ballet suite en la revisión del propio compositor de 1945.
Habría que ser un musicólogo especializado para percibir los cambios en la reducción de Falla del Fauno de Debussy, donde además se sustituyen dos de las cuatro trompas por tres trompetas. No es, pues, una apropiación: es un arreglo. La versión fue despaciosa, con el solo de flauta del comienzo resonando en el patio lento e hipnótico; muy matizada, al modo de Pons —con una dirección sobria y precisa durante todo el concierto— exasperando los matices y marcando líneas melódicas y efecto tímbricos secundarios, si bien quizá un poco apagada en su conjunto (puede que por efecto del arreglo).
Sin duda la sensación de la noche fue la intervención del solista. Con algo de torero en un concierto de ejecución espectacular, y que implica una exposición evidente como intérprete, Pérez Floristán demostró gran aplomo, incluso un punto de descaro, en una ejecución fuera de serie, segura, templada, imponente en los momentos fuertes, delicada en los líricos, virtuosa siempre, ora dejando la mano derecha muerta, ora agarrando el extremo del piano para hacer más precisos los ataques; sonreía, pensaba, evocaba con la mirada, hacía arabescos en el aire con la mano izquierda en los silencios… La brillantez de la ejecución pianística se correspondió con la de la orquesta, que sacó a la obra detalles extraordinarios de color y ritmo, siempre en conjunción perfecta con el piano. El milagro de una buena interpretación es escuchar una obra conocida como si fuera nueva. Pérez Floristán respondió a los aplausos con una interpretación sutilísima, evanescente, del preludio de Debussy La muchacha de los cabellos de lino, y con un aforismo dicho al público junto con sus palabras de agradecimiento: “En la música de Ravel, las cosas pasan; en la de Debussy, las cosas son”.
La orquesta continuó brillando en la interpretación del ballet de Stravinsky: de nuevo la claridad de lectura en una música clarísima, el virtuosismo de la orquestación resaltado, lo minucioso del diálogo y los efectos de los instrumentos, con las maderas brillando —el oboe solista en la Danza de las princesas, el fagot en la Berceuse, la precisión del ataque en la Danza infernal…— En el célebre Finale, Pons optó en la coda por que los vientos dieran sus acordes en un stacatto muy marcado, un tanto excéntrico, haciendo que sonara inédito y quizá más moderno, pero sin quitarle un ápice de emoción al amago de suspiro final del célebre pianissimo súbito.
Un concierto que retrotrae a la mejor tradición del Festival donde, en el intermedio, le dieron a Pons la medalla de honor de éste, que agradeció con un divertido e irónico discurso sobre la ausencia de bises en sus conciertos (que no hubo esta vez tampoco, claro). Una vez más, el tándem OCG y Pons, su director hoy honorífico, ha vuelto a funcionar. Que sea por muchos años. El festival empieza, en lo sinfónico, volviendo de nuevo a su esencia, muy bien.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Fermín Rodríguez)