GRANADA / Música de agua y viento para una velada barroca de la OCG
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 23-IX-2022. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Paul Goodwin. Obras de Rameau, C.P.E. Bach y Haendel.
Después de interpretar la Música para los reales fuegos artificiales de Haendel de la semana pasada, la OCG, dentro de su llamado “Espacio barroco”, ha interpretado en el concierto de esta semana la no menos célebre Música acuática HWV 348-350, a modo de continuación de unas obras ya hermanadas casi de modo inevitable, pareciera que por virtud de los elementos que las nombran. En este caso, el director, Paul Goodwin, ha optado, en lugar de por hacer las tres suites al uso, por una selección de números parcialmente coincidente con dichas suites, a modo de amplia antología, que ocupó toda la segunda parte del concierto. Completaron el programa la suite de Les Boréades de Jean-Philippe Rameau, y la Sinfonía nº 1 en Re mayor H 663 Wq 183 de Carl Philipp Emmanuel Bach.
La dirección de Goodwin resultó muy expresiva, y aun efusiva, sin batuta, sonriente, con amplios movimientos de los brazos y pocos del cuerpo, marcando los finales en trino de Les Boréades con aleteos de las manos, o incluso cerrando en los momentos de fuerza los puños. El resultado fue igualmente efusivo y expresivo por parte de la orquesta. En la suite de Rameau, voluminoso y amplio el sonido de las cuerdas, con un punto de elegante aspereza a la manera barroca, siempre en colaboración muy eficaz con los vientos. Cabe destacar la actuación de las trompas en una obra comprometida para ellas, muy bien en general, con sonoridades características de caza, trinos, pero también otros momentos más cercanos a la fanfarria. También brillaron las flautas, especialmente cuando la partitura requería de las de piccolo, que sonaron bellísimas. Por último, la percusión aportó la parte rítmica y lúdica de la obra (pandereta y tambor), que nos recordaba el propósito danzable de la música; hubo hasta máquina de viento para el Entr’act suite de vents, que adquirió sonoridades vagamente vivaldianas en su empeño imitativo. La Entrée d’Abaris-Polymnie, con su inspirada melodía, sonó tan noble y lírica como debe, y el final de la Contredanse en rondeau fue vibrante y festivo en su tempo progresivamente acelerado.
En la sinfonía de Bach, tras una introducción de acordes de la cuerda un tanto inquietante, la liberación del Allegro, se realizó con un tiempo verdaderamente virtuoso y trepidante, que supo contrastarse con el momento galante del Largo, la inspirada melodía a cargo de las flautas que doblan los violoncelos.
Por último, la Música acuática sonó, en relación con Les Boréades, más ágil y brillante, con la cuerda más sutil, más empastada y menos barroquizante. De nuevo, perfecta la conjunción de las cuerdas con los vientos: muy bien las trompas también aquí, tan comprometidas o más que en la primera parte, sobre todo en los números Hornpipe; maravillosos los oboes, plenamente compenetrados, con mención especial a la intervención solista del adagio. El hecho de que los instrumentos se fueran incorporando conforme avanzaban los números —incluso físicamente, al ir entrando en escena— daba la impresión de una obra que se enriquecía de forma progresiva, cada vez más virtuosa: las trompetas a partir de su obertura característica, la flauta solista en su minueto (soberbia Bérengère Michot en todo el concierto) apoyada con sutileza por el fagot… La sensación lograda era lo que la suite propone: una sucesión de maravillas, un bouquet de lo mejor de una música que, no por escuchada, deja por ello de sorprendernos por la calidad de su inspiración.
José Manuel Ruiz Martínez