GRANADA / Los hermanos Jussen con la OCG: puro espectáculo
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 30-IX-2023. Lucas y Arthur Jussen, pianos. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Lucas Macías. Obras de Falla, Poulenc, Fauré y Ravel.
El primer concierto sinfónico de abono de la OCG ha estado dedicado a la música francesa modernista de principios del siglo XX (si se me permite un término tan intuitivo como problemático), más el preludio de un Falla francófilo, aun tratándose de una jota —transida, eso sí, de modernidad—. En efecto, el programa incluía, aparte de la Danza final de El sombrero de tres picos, el Concierto para dos pianos y orquesta en re menor de Francis Poulenc, la Suite de Pelléas y Mélisande op. 80 de Fauré y el Bolero de Ravel.
El comienzo, con la danza de Falla, explosivo, casi imprevisto, un tanto espídico, como una suerte de propina inversa, fue resuelto (nunca mejor dicho) con una indudable brillantez, pero quizá se sacrificaron la sutileza y el matiz al volumen y la espectacularidad. El concierto de Poulenc continuó en la misma línea espectacular, brillante, lúdica, muy acorde con el espíritu de la obra, pero además la orquesta sí logró aquí el punto de equilibrio preciso al servicio de los que fueron los indudables protagonistas de la interpretación, los hermanos Jussen. Pocas veces como esta ha importado tanto el aspecto visual de un concierto para sumarse, como un todo, a sus virtudes puramente sonoras, musicales. Los hermanos son, literalmente, para verlos: enfrentados especularmente en la disposición simétrica de los pianos, en su coordinación entusiasta de movimientos, el resultado es hipnótico en su fascinación, casi inquietante, con un punto umheimlich, de desdoblamiento de una unidad. El sentimiento con el que la música pasa por ellos (¡por los dos a la vez!), desde la diversión a la emoción casi incontinente, podría bordear lo histriónico, casi lo kitsch, si no fuera porque estaba transido de autenticidad, de la inocencia de lo genuino, del puro disfrute de hacer música. La sincronía y el entendimiento —en definitiva la complicidad— con Macías resultaron totales, y la música fluía descarada y natural en sus ecos neoclásicos, modernos, sentimentales y un punto gamberros. El espectáculo alcanzó su paroxismo con la propina: Strausseinander, de Igor Roma: una fantasía sobre temas de El murciélago de Strauss con ecos jazzísticos, brillantísima, dislocada, divertida, que interpretaron, en su línea, con un indudable swing (¡y flow!) para delirio justificado del público.
Así, la que posiblemente fue la mejor interpretación de la velada, la suite de Pelléas y Mélisande de Fauré, quedó un tanto eclipsada, como un valle entre los cerros espectaculares de los hermanos Jussen y el celebérrimo Bolero. Delicada, matizada y dulce desde su bellísimo tema inicial en las cuerdas, repetido de inmediato en un piano muy logrado, subrayadas las pausas, todo muy acorde con los modos y el ethos de Macías, con su habitual dirección plena de gestos elegantes y ligados. Destacó por ejemplo la sutileza de la Hilandera, con las cuerdas vibrando mínimas junto a la habitual calidad del viento y la belleza del oboe solista (a estas alturas casi ya esperable aunque no por ello menos feliz); también brilló en la Siciliana y su inspirado tema Juan Carlos Chornet en la flauta solista, sin duda uno de los protagonistas del concierto.
Y lo fue también por su comprometido arranque solista en el celebérrimo tema del Bolero, tan paradigmático, tan escuchado que corre el riesgo de lo obvio, y que él sorteo con elegancia y musicalidad. Este, el Bolero, fue avanzando correcto en su discurrir inevitable, con unos solistas o combinaciones de instrumentos mejor que otros, sobre todo en lo que respecta a su eventual incorporación al patrón hipnótico del ritmo marcado por la caja, encomendado a Noelia Arco, esforzada y sutil, entronizada en mitad de las cuerdas, para mejorar a partir del momento culminante de la entrada del tema principal en las cuerdas, y que marca el principio de su fin, con una modulación y una coda muy bien articulados, claros y brillantes en su distorsión sonora, en una interpretación que se fue asentando en su transcurso, que fue a más, y cuya estruendosa conclusión provocó el entusiasmo incontinente del púbico en una de las ovaciones más largas (si no la que más), que se recuerden. Y esto ha sido solo el comienzo de la temporada.
José Manuel Ruiz Martínez