GRANADA / La violinista Akiko Suwanai deslumbra junto a la OCG

Granada. Auditorio Manuel de Falla. 14-IV-2003. Akiko Suwanai, violín. Orquesta Ciudad de Granada. Director: Lucas Macías. Obras de Beethoven y Schumann.
El undécimo concierto de la temporada de la OCG presentaba un programa con dos obras fundamentales, pertenecientes al centro del canon de la música sinfónica y al repertorio más característico: el Concierto para violín y orquesta en re mayor op. 61 de Beethoven, y la Sinfonía n. 3 en Mi bemol mayor op. 97 «Renana» de Schumann. En este sentido, Lucas Macías, que se encuentra especialmente cómodo con el repertorio romántico y posromántico, planteó versiones ortodoxas (en el mejor sentido del término), «clásicas», si se prefiere, enérgicas y eficaces.
De este modo, en el concierto para violín huyó de la exageración de contrastes o de efectismos superficiales, y asumió —a nuestro juicio con éxito— el riesgo de una obra que es más serena y melódica que virtuosa y dramática (aunque tampoco le falten, eventualmente, estos elementos), y apostó más por la continuidad de ese tono —entre los dos primeros movimientos— antes que por subrayar su diferenciación, de manera que supo resaltar los detalles en el contexto de lo semejante. Así, por ejemplo, cuando el largo aliento del movimiento inicial desemboca por fin en la reexposición, esta sonó mucho más fuerte y enérgica, como una vuelta pero también una culminación. En esta misma línea estuvo la solista, Akiko Suwanai, impresionante, maravillosa y, sin duda, la sensación de la noche: por su musicalidad y su virtuosismo riguroso que no necesitó de efectismos o movimientos extremados; Suwanai supo sacar toda la belleza del propio discurso musical y consiguió transmitir con ello toda su profunda belleza, hasta llegar a momentos verdaderamente mágicos, de suspensión del tiempo, como la parte central del segundo movimiento, cuando la melodía del violín se acompaña del pizzicato de las cuerdas. Con todo, fue también espectacular por momentos, aparte de en el rondo, más enérgico y juguetón, en la impresionante cadencia del primer movimiento, muy larga, plena de dobles cuerdas (y de trinos sobre estas), de Joachim (y de nuevo sin aspavientos). Ante los entusiastas aplausos, Suwanai interpretó como generosa propina, el andante de la Sonata para violín n.º 2 en la menor BWV 1003 de Bach, con equivalente delicadeza y lirismo sin alardes: solo pura belleza y emoción emanadas de una música sobrenatural.
La interpretación de la sinfonía «Renana», vibrante, expresiva —la elegancia de Macías pidiendo amplitud a las cuerdas—, estuvo en parte condicionada por la ejecución de las trompas, muy comprometida en toda la partitura, con toda una serie de momentos clave. Podría decirse que, cuando las trompas no estaban, el planteamiento quedaba deslucido, hasta llegar a provocar ciertos desajustes en el clímax del movimiento primero. Cuando éstas parecieron integrarse en el conjunto, en el segundo y tercer movimiento, incluso con brillantez por su parte, todo fluyó de repente hacia su ser natural. Una interpretación magnífica, las de estos dos últimos, en especial el segundo, con el tono justo de jovialidad lírica del scherzo, con momentos muy logrados, como el de las violas y los violoncelos en la parte central. La fanfarria con la que comienza la introducción al cuarto movimiento, solemne (Feierlich), disonante, tensa, quedó algo frío y dubitativo en su emoción casi religiosa, pero el movimiento se recompuso a lo largo del contrapunto para llegar al Vivo (Lebhaft) en toda su plenitud jovial, entroncando con el rondo del concierto de Beethoven y anudando la coherencia interpretativa del programa.