GRANADA / La OCG y el eterno retorno de ‘El Mesías’ participativo
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 16-XII-2023. Berit Norbakken, soprano; Hillary Summers, alto; Stuart Jackson, tenor; Nicholas Mogg, bajo. Coro de la Orquesta Ciudad de Granada (Héctor E. Márquez, director). Coros participativos (Xavier García Cardona, preparador). Director: Daniel Reuss. Haendel: El Mesías.
Vuelve El Mesías participativo como vuelve la propia Navidad, de la que, en Granada y para los melómanos habituales, constituye su preludio ya casi inevitable y un rito más de la fiesta, cíclico en nuestro tiempo lineal, como toda festividad. Esta vez, aparte de la orquesta y el coro de la OCG —en el escenario—, cantaron hasta diez agrupaciones locales de coralistas repartidas entre el público.
La versión de Daniel Reuss, a diferencia de otros años, careció de intenciones barroquizantes o de época, tanto en tempi como en timbres y dinámicas; huyó igualmente de cualquier tentación (para bien y para mal) de originalidad. Con una dirección muy clara, precisa y didáctica, muy atento a los coros participativos, que a buen seguro lo agradecieron (cada cual en la medida de sus posibilidades), Reuss ejecutó una versión nítida, podríamos decir de servicios mínimos; en cierto modo fue lo que tenía que ser: un Mesías popular, más atento a su contexto participativo que a profundizar en una determinada propuesta hermenéutica; por tanto, inevitablemente también, un tanto plano para el oyente: como digo, más dirigido quizá a sus participantes, ensimismado en su propia inercia participativa. Eso se notó en la orquesta, correcta pero no brillante, con los momentos solistas —el solo obligado de trompeta de The trumpet shall sound, o el de violín de If God be for us—, ejecutados con solvencia y profesionalidad. También el coro de escenario realizó una interpretación un tanto rutinaria y menos lucida que en otras ocasiones, aunque no puedo descartar que lo rutinario provenga de la escucha, año tras año, de quien esto escribe, e influya en sus impresiones.
Lo mejor, y lo más interesante, fueron las interpretaciones solistas. El tenor, Stuart Jackson, con su imponente presencia física, cantó maravillosamente bien, con una voz preciosa, potente, bien modulada, una dicción impecable y un original instinto escénico, en el rostro y la gestualidad, que aportó interés y vivacidad a la interpretación y que lo llevó, por ejemplo, cuando el coro, convertido por el libreto en populacho, cantó He trusted in God, y que él había preludiado con un recitativo, a ir pasando la mirada con gravedad, girado el cuerpo incluso, por todas las voces conforme iban entrando, como reconviniéndolas por la blasfemia que estaban profiriendo. El bajo, Nicholas Mogg, lo igualó en todas las buenas cualidades y estuvo especialmente nítido en las agilidades, no siempre fáciles en esa tesitura, con una voz poderosísima, tanto, que llevaba a plantearse de dónde le brotaba (el contraste físico entre tenor y bajo era también, en cierto modo, inevitablemente escénico). Hilary Summers, la contralto, tenía un timbre original, dulce: una voz más de niño cantor que de contralto, pero carente de volumen y que podía perderse en la orquesta; la soprano Berit Norbakken, por su parte, cantó con una bonita voz, afilada y precisa, a la que le faltó un poco más de legato para ser perfecta.
Al final, Reuss, en un detalle elegantísimo que lo honra, le cedió la dirección de la inevitable propina (¿adivinan qué número fue?) a Héctor Eliel Márquez, el director del coro de la OCG: un justo homenaje para significar su talento —indispensables para este y tantos otros conciertos— más allá de las bambalinas. Con su dirección entusiasta y carismática, Márquez hizo vibrar a un auditorio que, a esas alturas de la noche, estaba ya más cerca de la cena de empresa que del oratorio sacro, con un simpático y exultante reprise que nos estaba diciendo: feliz Navidad.
José Manuel Ruiz Martínez