GRANADA / La mística de sonidos eternos

Granada. Auditorio Manuel de Falla. 17-I-2021. José Luis Estellés (clarinete), Aitzol Iturriagagoitia (violín), David Apellániz (violonchelo) y Alberto Rosado (piano). Obras de Messiaen y Takemitsu.
De verdadero acontecimiento artístico hay que considerar la actuación de este cuarteto instrumental, dotado de sólida experiencia técnica y contrastada musicalidad, adentrándose en dos obras de gran calado estético dentro del repertorio camerístico del siglo XX: Quatrain II de Toru Takemitsu y el singularísimo Quatuor pour le fin du Temps del no menos singular Olivier Messiaen, una de las figuras señeras de la creación musical francesa. Ambas composiciones se presentaban al público por vez primera después de la publicación del excelente registro producido y realizado por el sello granadino IBS Classical el pasado año en el mismo escenario.
Como predisponente introducción a este famoso cuarteto, el programa fue iniciado con una composición del músico japonés, que es ejemplo de sus inquietudes creativas en las que convergen por un lado su fijación a la tradición sonora de su país y, por otro, su curiosidad por explorar las distintas innovaciones surgidas en occidente durante el último tercio de la pasada centuria. En esta ocasión, se ha podido admirar el respeto que los intérpretes han mantenido en todo momento por que la tímbrica y las posibilidades de color de sus instrumentos adquirieran el protagonismo que debe tener como elementos sustanciales de esta obra, que Takemitsu dedica como homenaje y admiración al Quatuor de Messiaen. La impresión que producía su recreación era de autenticidad en la forma y de convicción en el fondo, aspectos que trascendían la propia naturaleza sonora desde el sonido mismo, lográndose un sónico efecto helicoidal de conjunto que llenaba el recinto acústico sin que se perdiera la sustancialidad expresiva de cada instrumento.
Con tal antecedente, el oyente podía albergar la mejor esperanza de cara a la interpretación del Cuarteto para el fin del tiempo, como así vino a suceder. Sustentada la intervención de cada músico en una manifiesta claridad mental a la que, desde experiencias diferentes, se había llegado con misteriosa y unívoca realidad de acción, se introdujeron en la estructura polifónica de Liturgia de cristal, pórtico de la obra, con decisiva entrega, apoyándose entre sí para asumir el místico camino emprendido. Demostraron una inaparente profunda visión en el segundo episodio, Vocalise, haciendo un verdadero ejercicio de celestial imitación vocal por los dos instrumentos de cuerda envueltos por los acordes del piano pulsados por Alberto Rosado con caleidoscópico efecto. José Luis Estellés entró de lleno en acción en el Abismo de los pájaros, suspendiendo el sonido de su clarinete en el espacio, haciéndolo oscilar sobre el eje de ecualización de la sala, fuera de una mínima correspondencia focal para el espectador, alcanzándose así uno de los momentos más asombrosos del concierto, que dejaba una sensación de total disolución del tiempo, todo ello aderezado por la aparición de unos intervalos que curiosamente apuntaban algunas modulaciones de la sobrecogedora melopea del tercer acto del Tristán inventada por Wagner para el corno inglés.
En el corto Interludio, uno de los episodios más reconocibles de la obra, y con la presente ausencia del piano, se pudo admirar la precisa conjunción que requiere Messiaen sin llegar nunca a un mecanicismo gratuito. La interpretación llegaba a uno de sus momentos más elocuentes con la Alabanza a la Eternidad de Jesús desde una magistral lectura de David Apellániz cantando en su violonchelo la evanescente tensión de la melodía que, con un muy cuidado y evocador sentido en el acompañamiento de Alberto Rosado al piano, transportaba al oyente a un irremediable estado de meditación. Después de tan espiritual evocación lirica, entraron solícitos en la Danza del furor ajustando esa persistente homofonía que caracteriza los destellos de su discurso.
La complejidad del séptimo número, Confusión de arcos iris, para el ángel que anuncia el fin del tiempo, permitió apreciar ese alto grado de interiorización que pide Messiaen en los intérpretes en cuanto a saber inferir, traducir y esculpir sonoramente el significado y el carácter de lo que está escrito, en este caso una verdadera irisación de sonoridades entrelazadas y contrapuestas que dejaban en la atención del espectador una sensación de que su variado desarrollo rítmico se situaba más allá de una justificación “metronómica”. El profundo sentimiento de religiosidad cristiana de Olivier Messiaen hizo su aparición más relevante en el sonido que Aitzol Iturriagagoitia emitía desde su violín en el sobrecogedor último movimiento, la segunda alabanza que contiene el Quatuor dedicada como hermético broche final a la inmortalidad de Jesús.
Si una sensible conmoción supuso para mí la escucha de esta obra maestra por vez primera en directo al Grupo Manon, liderado por su fundador, José Luis Estellés, la mañana del 6 de julio de 1997 en el Monasterio de San Jerónimo de Granada, en esta ocasión ha significado experimentar la madurez de unos intérpretes que han trascendido la música como máximo exponente artístico de la realidad temporal entendida, situada y hasta manifestada en una concreta dimensión eterna.