GRANADA / La Filarmónica de Luxemburgo, Gustavo Gimeno y Yuja Wang: virtuosos, nobles y sentimentales

Granada. Palacio de Carlos V. 6-VII-2023. Yuja Wang, piano. Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. Obras de Coll, Rachmaninov, Richard Strauss y Ravel.
Prosigue el ciclo de conciertos orquestales del Festival de Granada en el Palacio de Carlos V, esta vez con la Orquesta de Luxemburgo con su actual director titular, Gustavo Gimeno, y con la pianista Yuja Wang, con un programa de obras breves y variadas que prometía brillantez: Aqua Cinerea de Francisco Coll (de 2005, pero en una revisión de 2019), la Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor op. 43 de Sergei Rachmaninov, la Suite de “Der Rosenkavalier” TrV 227d, y La Valse de Maurice Ravel.
El concierto, como decimos, prometía brillantez y la cumplió. La Orquesta de Luxemburgo bajo la batuta de su titular —con una dirección de movimientos amplios, enérgica pero ligada, podríamos decir muy “clásica”— demostró ser un instrumento preciso, afinado, versátil y, en efecto, brillante, en su virtuosismo pero también en su capacidad para el matiz y la belleza de sonido, con una afinación y un empaste de una soberbia nitidez.
Esto pudo apreciarse en la obra de Coll —de la que orquesta y director ya tienen una grabación—: la interpretación supo evidenciar el colorido y el virtuosismo orquestal de la obra, su capacidad de evocación a través de sonoridades ora telúricas ora aéreas, el paso de momentos de densidad orquestal a otros de diálogo entre instrumentos aislados. Interpretaciones de este tipo pueden, de hecho, servir para acercar la música actual a un tipo de público todavía reluctante —a pesar de que este es un ejemplo de un tipo de composición contemporánea que, sin renunciar a la herencia de la vanguardia, busca desde su éthos particular volver a conectar con los auditores—.
En la Rapsodia, a la brillantez de la orquesta se sumó la de la solista, cuya mínima complexión y apariencia frágil —solo desmentida por la indumentaria—, sobre todo en contraste con el gran cola ante el que se sentó, pronto quedó desmentida por su despliegue de energía interpretativa: su versión de las variaciones fue espléndida, entusiasta, entregada y, sobre todo, divertida, nada agónica, en conjunción con una orquesta que nos descubría pequeños detalles, matices, timbres, de una obra tantas veces escuchada. Frente al cliché absurdo, y algo racista, que aún perdura (¡todavía se pudo oír en algún corrillo anoche!) de los intérpretes asiáticos (?) como técnicamente perfectos pero fríos, Yuja Wang brilló especialmente en los momentos líricos de la obra: por ejemplo, el comienzo de la celebérrima variación 18 fue el momento en la noche verdaderamente noble y sentimental. Ante los aplausos de un público entregado (era notable la cantidad de gente joven que había entre público, y probablemente no era ajeno a la fascinación de fenómeno fan que despierta la solista), Wang interpretó hasta tres propinas: el lied de Schubert Gretchen am spinnrade Op.2 d.118 en la versión para piano solo de Liszt; las Variaciones sobre Carmen de Horowitz; y la Danza de los espíritus bienaventurados de Gluck en un arreglo de la propia Wang (muy característico del nuevo paradigma discográfico actual de solistas carismáticos); de nuevo brilló en ellas sobre todo en el lirismo, con unas variaciones virtuosas pero aceleradas y quizá un punto exhaustas.
La suite de El caballero de la Rosa redundó en las virtudes que la orquesta había mostrado hasta entonces, y quizá fueron el punto culminante del concierto, con una especial claridad de sonido en un tipo de música cuya densidad de orquestación puede emborronar a veces las interpretaciones; también con un manejo magistral del rubato —irónico pero a la vez emocionado— y que daba a la evocación vienesa de la obra su swing característico. Cabe destacar la excelente actuación del concertino, entregadísimo y lírico. Por último, como continuación de la reflexión irónica pero fascinada en torno al vals (muy bien planteado el programa), La Valse de Ravel constituyó con su tour de force tímbrico y dinámico la confirmación de la maestría de la orquesta y su director. Todavía escuchamos como propina otro vals irónico: el de la Suite lírica nº 1 de Shostakovich, y, como concesión a un público entregado, la casi inevitable Danza ritual del fuego de Manuel de Falla. Una velada, en cierto modo, característica de la esencia del Festival, y, sin duda, memorable.
José Manuel Ruiz Martínez
(Fotos: Fermín Rodríguez)