GRANADA / Klaus Mäkelä y Javier Perianes, estrellas en la noche perfumada
Granada. Palacio de Carlos V. 22-VI-2021. 70º Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Javier Perianes, piano. Mahler Chamber Orchestra. Director: Klaus Mäkelä. Obras de Grieg y Sibelius.
Sin duda la visita, por partida triple, del joven Mäkelä (25 años recién cumplidos) es una de las atracciones de la presente edición del festival granadino. Su primera actuación ha sido al frente de la Mahler Chamber Orchestra, un conjunto que, poblado de gente joven, sigue conservando la calidad y la vitalidad con las que nació hace ya lustros de la mano de Claudio Abbado y que en las del finlandés ha funcionado sin fisuras, con empaste, con refinamiento sonoro, con flexibilidad, lo que facilitó que se pudieran ver bien las hechuras –que no las costuras– al tierno prodigio.
En la actualidad, Mäkelä ya es titular de orquestas de la talla y la significación de la Filarmónica de Oslo y lo va a ser muy pronto de la de París, de la que ya es principal invitado y consejero. Al tiempo es primer director invitado de la Sinfónica de la Radio Sueca, socio artístico de la Tapiola Sinfonietta y director artístico del Festival de Turku. De niño nuestro protagonista cantaba en el coro de la Ópera Nacional. Enseguida, a los 12 años, empezó a coger la batuta en la Academia Juvenil Sibelius bajo la guía del famoso Jorma Panula, maestro de tantas generaciones de directores. El aventajado discípulo lleva ya tiempo ocupando algunos podios importantes, empezando por los de su país. También los de la Orquesta Real de Estocolmo, la de Gotemburgo y la del Capitole de Toulouse…. Y nada menos que de las de Cleveland, Filarmónica de Múnich, Sinfónica de la Radio de Baviera y Concertgebouw de Ámsterdam. Con excelentes críticas.
En el aire perfumado de la noche granadina hemos podido comprobar las virtudes del joven maestro, que se mueve con elegancia en el podio, empleando un gesto más bien económico, aunque no exento de amplitud en momentos clave. Marca en todos los planos, utiliza, al viejo estilo, una larga batuta, maneja ataques fulmíneos y acaricia el aire con delicadeza, sin que tenga ningún tipo de problemas a la hora de comunicarse con los instrumentistas. Nos lo corroboraba al concluir el concierto el concertino invitado en esta ocasión, que es el titular de la Orquesta Nacional, Miguel Colom. En una entrevista reciente afirmaba que la parte más complicada para un director de orquesta es la de crear una ilusión de libertad para los músicos. Han de sentir que son libres para hacer lo que desean hacer, pero no son ellos los que realmente llevan el control. Un planteamiento inteligente.
Es sorprendente la madurez de este músico, capaz a su edad de cavilar grave y sesudamente acerca de la música y su significado y valorar sus experiencia en la tarima enfrentado a una orquesta. Y busca que la música sea de alguna manera portadora de valores y la llave para ejercitar el pensamiento y convocar a la reflexión. Algo que practica cada vez en mayor medida cuando se enfrenta a una partitura sustanciosa. No hay duda de que las de su compatriota Sibelius son de las que más valora. Acaba de grabar, con la Filarmónica de Oslo, una integral de las sinfonías, donde tiene cabida asimismo Tapiola.
Para Mäkelä Sibelius es muy especial ya que era capaz de encontrar la proporción ideal entre longitud, forma y materia. Algo que puede apreciarse con nitidez en una Sinfonía como la nº 7, que cerró en la noche de ayer su primer programa y que es un alarde de economía, de concisión, de síntesis. En 20 minutos de música se dice más de lo que otros compositores han tratado de decir en una hora u hora y media. Algo que dejó el director meridianamente claro en una interpretación cuidada, matizada, ampliamente fraseada, con el toque justo de apasionamiento. Una visión situada entre el equilibrio de su compatriora Esa-Pekka Salonen y la turbulencia controlada de Leonard Bernstein. Concentracción parsifaliana, que decía Serge Kousevitzky.
Los cuatro movimientos de la Sinfonía nº 6 tuvieron el tratamiento justo en la conformación de esos bloques sonoros aparentemente estáticos que conducen a ese terminante silencio postrero; silencio primigenio. Un silencio que flotaba en el ambiente cuando la batuta, sin que se escuchara ningún aplauso, acometió sin solución de continuidad la Sinfonía postrera. Un silencio que también se hizo al término de esta hasta que el publico, expectante, rompiera a aplaudir. Previamente habíamos escuchado una muy refrescante interpretación del Concierto para piano de Grieg, un músico al que Sibelius apreciaba sobremanera, en las diestras manos de Javier Perianes, que lo tiene en dedos hace muchos años y que puso de manifiesto que se encuentra en estado de gracia: por la variedad y efusión del fraseo, por la justeza del ataque, nunca agresivo, por el control de la dinámica, por el arrebato al que se entrega sin perder ni cuadratura ni limpieza mostrando, eso sí, un dominio del rubato magistral.
Todo funcionó desde el mismo comienzo, desde esa impetuosa irrupción en Do menor del teclado, con sus cascadas de notas descendentes y su virtuosa ascensión. La Orquesta y la batuta se plegaron a los dictados del pianista, que ofreció como bis la Pieza lírica op. 54 nº 4 del propio Grieg y que enseguida, tras las palabras de Antonio Moral, director de la muestra, fue premiado, sobre el hemiciclo, con la Medalla de Honor del festival, que le fue impuesta por el ínclito Alfonso Aijón, que curiosamente había recibido el mismo galardón en 2005.
La velada que, con todo, concluyó a la una de la madrugada, había comenzado con una pausada recreación del famoso Cisne de Tuonela de Sibelius, ese antiguo preludio de una ópera nonata, en donde brilló el corno inglés de la Orquesta. Los acordes sombríos de los metales sobre la obsesiva percusión de los timbales contribuyeron a otorgar a la música un sereno encanto. El que sin duda envolvió también a todos nosotros en esta mágica noche granadina.
(Foto: Fermín Rodríguez)
Arturo Reverter