GRANADA / Juventud y veteranía para una clausura brillante del festival
Granada. Palacio de Carlos V. 19-VII-2023. Angela Gheorghiu, soprano. Orquesta Joven de Andalucía. Director: Víctor Pablo Pérez. Obras de Puccini y Mahler.
Un concierto curioso el de la clausura del festival de Granada, a cargo de la Orquesta Joven de Andalucía dirigida por Víctor Pablo Pérez y con Angela Gheorghiu como estrella invitada. Reunía a dos compositores que parecen casar poco, si bien es verdad que eran estrictos contemporáneos —y siempre pueden buscarse semejanzas—: Giacomo Puccini y Gustav Mahler. El programa se abría con el movimiento, marcado Nicht zu schnell («no demasiado rápido»), para cuarteto con piano de Mahler en la orquestación de Colin Matthews; seguía después una breve selección de cuatro arias de Puccini, con el Adagietto para orquesta en fa mayor de este mismo compositor a modo de intermedio entre estas; y, ya en la segunda parte, la Sinfonía nº 5 en do sostenido menor de Mahler —que venía a completar la trilogía ofrecida en el festival, donde previamente pudimos escuchar ya la Sexta y la Séptima—. Un programa, además de peculiar, extenso (casi tres horas duró el concierto) y no fácil de defender en una noche especialmente calurosa.
En la primera pieza mahleriana, la orquesta ya mostró, como en avance, su buen sonido, con el director muy comedido en sus gestos, y todo dio la sensación de una suerte de preludio o calentamiento para lo que venía después.
Angela Gheorghiu repitió en buena medida las características del recital con piano que dio en esta misma edición del Festival, y que ya tuvimos ocasión de comentar: exultante, seductora, con continuos guiños extramusicales al público. Con un comienzo algo problemático en «In quelle trine morbide» (Manon Lescaut), fue yendo a más en las arias sucesivas, con una bellísimo timbre y una emisión segura y controlada, hasta culminar con un precioso «Un bel dì vedremo» (Madama Butterfly) —el que esto escribe se emocionó—, magnífico en su final climático y muy inteligentemente acortado por su parte en el momento justo, donde, por cierto, también la orquesta brilló resaltando los matices de la orquestación pucciniana. «O mio babbino caro», de Gianni Schicchi, aria con la que terminó, es sin duda su especialidad, como ya demostró en el otro recital, y supo recrearla y modularla en todo su encanto. Volvió a repetir propina del otro recital, la Granada de Agustín Lara, acentuando la extrañeza miscelánea del programa; embridada por la orquesta y por el director, la llevó más controlada esta vez, al menos hasta los compases finales donde, en realidad, importaba ya poco, con el público totalmente ganado y conteniendo el aplauso a duras penas, como almonteños a punto de saltar la reja para sacar en procesión a la Virgen del Rocío.
Es socorrido hablar de la combinación de entusiasmo juvenil y sabia veteranía cuando se da el caso de una orquesta joven dirigida por un maestro experimentado, pero es que, en este caso, fue cierto. Víctor Pablo Pérez tenía claro lo que quería, y lo solicitó con una dirección clara y sentida, que apelaba eventualmente a las distintas familias, a las que se giraba, y la orquesta se lo supo dar. El resultado fue una interpretación tensa, vibrante, entusiasta pero concentrada, capaz de subrayar con claridad la estructura de cada movimiento y de la pieza en su conjunto. El empaste y el balance de sonido y entre las distintas familias instrumentales de la orquesta fue muy bueno, y supo destacar matices extraídos por el director y que acentuaban lo irónico o expresionista de la pieza, por ejemplo en el primer movimiento, la marcha fúnebre —una ejecución redonda—, con un ataque puntual de los violoncelos, o, en el segundo movimiento, magnífico también, cuando sus dos temas se hacen uno en un asombroso alarde, contrapuntístico y de orquestación, de Mahler —el entusiasmo por lo que estaba sonando en las caras de los primeros violines—. Muy bien ejecutada y valiente la comprometida parte solista de la trompa en el scherzo, precioso y sutil el trio con los pizzicati. El celebérrimo Adagietto, de aire casi camerístico, sonó delicadísimo, muy sentido, con una gran capacidad para el matiz y unos pianissimi extremados, aéreos, y unos sabiamente marcados portamenti. Y un último movimiento ligero, vertiginoso en sus fugados, pleno de alacridad y no exento de ironía en la coda. Que gente tan joven pueda interpretar una sinfonía semejante a este nivel es un motivo de satisfacción y una manera inmejorable de clausurar un festival: abierto a la esperanza.
José Manuel Ruiz Martínez
(foto: Fermín Rodríguez)