GRANADA / Jordi Savall: virtuosismo en el centro del canon del barroco
Granada. Palacio de Carlos V. 9-VI-2024. Manfredo Kraemer, David Plantier, Mauro Lopes, Guadalupe del Moral, violines. Luca Guglielmi, clavicémbalo. Charles Zebley, flauta. Le Concert des Nations. Director: Jordi Savall. Obras de Vivaldi y Bach.
Tercer espectáculo de esta suerte de brillante preludio que ha propuesto el festival de Granada antes de comenzar la fiesta habitual de conciertos diarios dentro de una semana, y que incluía —sin contar las matinées— la inauguración sinfónica con la Orquesta joven Gustav Mahler y Kirill Petrenko el viernes, el Ballet nacional de España el sábado, y que culminó el domingo con este segundo Concierto de palacio barroco con Le concert des Nations y Jordi Savall, felices y veteranos participantes ya en el Festival de Granada: como reencontrarse con viejos amigos. En este caso, la propuesta eran un viaje por el centro del canon de la música barroca instrumental con solistas: de una parte, el Concierto para cuatro violines, violoncello obbligato y cuerdas en si menor RV 580, perteneciente al ciclo de L’estro armonico de Vivaldi; de otra, el Concierto para clavicémbalo y cuerdas nº 1 en re menor BWV 1052 y la Suite nº 2 en sí menor para flauta travesera y cuerdas BWV 1067 de Bach.
El concierto de Vivaldi pareció una primera toma de contacto con el espacio del concierto y entre los instrumentistas, algo así como medir las fuerzas o las posibilidades. No vamos a abundar en la cuestión recurrente de la mayor o menor dificultad para la afinación de los instrumentos historicistas y la fragilidad de su sonido. Por esto, también vuelve el problema de la idoneidad acústica de un espacio al aire libre como es el patio del Palacio de Carlos V para este tipo de conciertos (con el que, sin embargo, casan a la perfección desde el punto de vista escénico y estético). El caso es que en esta primera pieza se produjeron algunos desajustes; en general, la obra sonó algo desmayada, carente de energía (quizá también es cierto que nos estamos acostumbrando en exceso a versiones espídicas y casi agresivas de Vivaldi); por lo mismo, el segundo movimiento, calmado en general, incluidos sus cambios de tempi, fue lo mejor de este concerto en particular.
Con Bach (el concierto careció de intermedio), hubo un realineamiento lógico de los instrumentistas, pero pareció implicar también otro de las propias energías y de la concentración, incluido un previsible y minucioso proceso de afinación previo. El sonido brotó más limpio y seguro, más convincente. La interpretación del solista, Luca Guglielmi, fue impresionante, apabullante. Delante de un clave monstruo de tres teclados, una joya cuya presencia en Granada debemos al clavecinista colombiano Rafael Puyana, el solista desplegó un recamado sonoro asombroso en su textura complejísima sin esfuerzo aparente, cambiando de teclado y de registro con una limpieza y seguridad sonámbulas. De nuevo fue una pena que el sonido quedara algo lejano (aunque también obligaba al auditor a prestar la atención requerida).
La misma brillantez demostró después el solista de flauta, Charles Zebley, con una interpretación ligera y precisa, danzable y virtuosa de los distintos números. El sonido de la flauta quedaba perfectamente empastado con las cuerdas, lo que realzaba luego su dimensión solista cuando dialogaba en particular con alguno de los instrumentos, el violín piccolo o el violoncelo. Quizá cabe destacar por su belleza y sensibilidad el Rondeau de entre todas ellas.
Tras la brillante ejecución de la celebérrima Badinerie, el conjunto, con la explicación previa de Jordi Savall, tocó Le Bourrée d’Avignonez, danza anónima compuesta para la celebración del nacimiento del Delfín de Enrique IV, Luis XIII, y que ya hicieron como propina en su último concierto de 2021. Interpretada con gran sentido del ritmo, ligereza y alacridad, entre sonrisas cómplices, es sin duda el tipo de repertorio con el que el conjunto se siente más cómodo y que lo ha hecho célebre. El concierto concluyó con un previsible bis de la Badinerie en el que el solista, con ornamentos ad libitum, echó el resto. Agradabilísima velada barroca.
José Manuel Ruiz Martínez
(foto: Fermín Rodríguez/Festival de Granada)