GRANADA / Jerusalem String Quartet, una antología esencial del cuarteto vienés

Granada. Hospital Real.18-VII-2021. Jerusalem String Quartet. Obras de Mozart, Beethoven y Schubert.
Terminó el Festival de Música Danza de Granada con una excelente propuesta: una antología esencial de alguno de los cuartetos de cuerda del Clasicismo y el primer Romanticismo a cargo del Jerusalem String Quartet, con tres obras señeras: el Cuarteto nº 21 en Re mayor KV 575 de Mozart, el último de su serie de cuartetos prusianos; el cuarteto nº 11 en Fa menor op. 95 de Beethoven, de sobrenombre “Serioso”; y el célebre Cuarteto nº 4 en Re menor D 810 de Schubert, “La muerte y la doncella”, llamado así por tomar el compositor para el segundo movimiento el tema de un lied homónimo de juventud.
En el cuarteto mozartiano, el conjunto desarrolló un sonido denso, que a veces rozaba lo destemplado. Había una suerte de pasión que resultaba más bien casi agresividad o apresuramiento, y que amenazaba en todo momento con zozobrar, sin compadecerse demasiado con el trasfondo de la música; incluso parecían perderse grandes oportunidades para la enunciación elegante en los momentos líricos, como en el caso del bellísimo tema segundo del Andante, a partir del cual los distintos instrumentos se van dando una graciosa réplica. El mejor momento de la pieza fue el tercer movimiento; aquí el conjunto pareció recobrar una cierta serenidad y gusto por el matiz, y brindó momentos de gran precisión, como la melodía que circula por todos los instrumentos como réplica al primer tema del Menuetto, y que sonó como si la estuviera interpretando solo uno.
Estas sospechas de espesura inicial se confirmaron por contraste desde el momento en que atacaron el cuarteto de Beethoven, con su incisiva frase inicial: parecían otros instrumentistas. Otro sonido. De repente, una música en la que a priori podría haberse justificado una mayor agresividad, sonaba densa, poderosa, sí, pero al mismo tiempo matizadísima y elegante: las gradaciones dinámicas eran atrevidas y sutiles (por ejemplo, el pianissimo en la fuga, tan desolada, del segundo movimiento), y ponían de manifiesto lo que de hermoso y extraño tiene esta obra. Destacó (quizá sea injusto hacerlo ante la esencial conjunción del cuarteto), el violoncelo, que pareció asumir ciertos riesgos en lo que se refiere fantasía expresiva y se constituyó en un pilar dinámico fundamental en la construcción interpretativa de la pieza.
En el cuarteto de Schubert, por fortuna, continuó el estado de gracia. Igualmente espectacular y matizado, pero quizá menos atrevido, destacó más la unidad técnica, la solvencia y la exactitud en el ataque: una interpretación canónica (en el sentido de modélica). El Andante con moto, a partir del estremecedor tema del lied, consiguió detener el tiempo y resultó en una sucesión de (re)descubrimientos a pesar de lo conocido de la música.
En definitiva, y perdón por el tópico de emergencia tan manido: bien está lo que bien acaba, y acabó muy bien. El concierto y el festival.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Álex Cámara)