GRANADA / Javier Perianes, brillante no sólo como solista
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 28-I-2022. Orquesta Ciudad de Granada. Piano y director: Javier Perianes. Obras de Mozart y Beethoven.
No es la primera vez que Javier Perianes interpreta como solista un concierto con la OCG, pero esta sí es la primera que lo hace, además, dirigiéndola desde el piano. Y en no uno, sino hasta dos conciertos para piano canónicos del repertorio clasicista: el Concierto nº 20 en re menor K 466 de Mozart, y el nº 1 en Do mayor op. 15 de Beethoven. Tampoco es la primera vez, ni será la última, que un solista de prestigio dé el salto a la dirección, siquiera a través del paso intermedio de hacerlo sin dejar de ser solista (baste pensar en el caso paradigmático de Daniel Barenboim, entre otros muchos, o, más recientemente con la propia OCG, Krystian Zimerman); y se trata de un movimiento que, inevitablemente, suscita curiosidad —cuando no directamente morbo— en el aficionado, por ver a un gran intérprete fuera de su estado natural o, por emplear terminología de moda, ‘fuera de su zona de confort’.
Pues bien: Perianes ha pasado la prueba con nota. No sabemos si será un acto que se repetirá y que, quizá a largo plazo, lo lleve a esgrimir una batuta sin piano de por medio, o si tan solo ha sido un experimento concreto, pero sí que, dada la calidad final del resultado, no se ha tratado de una veleidad.
La impresión es que Perianes, más que dirigir, en un sentido autoritario, ha guiado a la orquesta en la interpretación: incluso en los momentos en los que no tocaba como solista, por ejemplo durante la exposición de los primeros movimientos, o en los momentos de clímax orquestal previo al desarrollo, Perianes, puesto en pie ante el piano, no marcaba el tempo, sino que se limitaba sólo a indicar, con precisión, vivacidad y entusiasmo (una gestualidad exaltada, poco común en directores-solistas, que implicaba miradas expresivas e incluso un acercamiento físico, alejándose del piano, a la familia de instrumentos que reclamaban su atención), un matiz expresivo, o la necesidad de destacar el timbre de un instrumento —una trompa, señalada explícitamente en un momento crítico— o una línea melódica secundaria. El resultado fue una interpretación matizada y magnífica de ambos conciertos, destacando en uno el lirismo doliente y los contrastes dramáticos y, en el otro, la marcialidad jovial —tampoco exenta de lirismo—, con un diálogo muy fructífero entre el piano y las maderas y, en general, con la orquesta en su conjunto, lo que produjo momentos de gran altura, como el comienzo del concierto de Mozart, con un pianissimo sombrío y estremecedor; o, en el ataque del tercer movimiento, de un dinamismo arrebatado y casi demoníaco, que el Perianes director alentaba con movimientos de brazos como si lanzara hechizos sobre la orquesta.
Por lo que respecta al Perianes solista, nos encontramos la no por habitual menos apabullante seguridad de este intérprete, que hace que parezca fácil lo que no lo es en absoluto; cabe destacar la delicadeza en el fraseo, fundamental en estas obras en concreto, donde percibimos cómo el piano nos estuviera diciendo algo, bellísimo, que no terminamos de saber qué es, casi más declamado que cantado; y, en particular, la brillantez en el concierto de Beethoven, por ejemplo en el derroche de virtuosismo e inventiva del tercer movimiento donde, en uno de los temas secundarios (el de vago aire polaco), las manos de Perianes, con un legato impecable dentro de la velocidad, parecían difuminarse contra el teclado. Así que, esperamos volver a verlo pronto como director y, quién sabe, quizá incluso sin un piano delante.
Jose Manuel Ruiz Martínez
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