GRANADA / Ivo Pogorelich, desconcertante y magistral
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 18-VI-2022. Festival Internacional de Música y Danza. Ivo Pogorelich, piano. Obras de Chopin.
Siempre resulta una experiencia especialmente interesante escuchar el recital de un gran maestro, pero es una experiencia no exenta de ambivalencia. Cuando lo escuchado no se ajusta del todo a nuestras expectativas, en lugar de desecharlo, como quizá haríamos con otros intérpretes, tendemos a cooperar con ello, a buscarle una explicación (si lo ha hecho él, por algo será), a desautomatizar nuestra propia idea de las obras. Pero siempre sin estar seguros de cuál es el límite entre su autoridad como intérprete y nuestra inseguridad como oyentes.
Ivo Pogorelich tiene fama de intérprete heterodoxo y se podía contar con ello antes del concierto. En el recital del Auditorio Manuel de Falla, primer concierto del Festival de Granada correspondiente al ciclo de Grandes Intérpretes (léase ‘grandes solistas’), tocó todo el recital con partituras, algunas claramente vetustas —labor esforzada, precisa e invisible la del pasador de páginas—, con calma, seguridad y, al menos en la primera parte, quizá un punto de apatía. En la primera obra, la conocida Barcarolle en Fa sostenido mayor op. 60, la sensación fue de cierta monotonía, y falta de dinamismo, los momentos líricos muy poco líricos, cierta tosquedad, incluso… ¿Era desgana o un intento de librar a una obra muy interpretada de un énfasis romántico superficial? Algo parecido sucedió en la siguiente pieza, la Sonata nº 3 en Si menor op. 58: sensación de falta de matices, y aun cierta confusión —rarísimas las escalas de la mano izquierda del tema primero—, sin repetición de la exposición, por cierto, lo que acrecentó la impresión de tener el intérprete prisa. El tempo, ciertas pausas, libérrimos. Uno reconocía los temas un instante más tarde de que estuvieran sonando, como ecos de un supuesto original que hay que proyectar sobre la interpretación que se está produciendo. Muy poca emoción en el Largo, tan lírico; el momento de los arpegios repetidos, hipnóticos, casi prefiguradores del minimalismo, interpretado con frialdad…En los mejores momentos no era tanto un Chopin ‘deconstruido’, sino más bien una suerte de reflexión estructural(ista) sobre Chopin, sus motivos, sus estilemas. Solo el Scherzo, brillantísimo, de una cualidad etérea, y el implacable finale parecían responder a lo esperado y provocaban la genuina emoción de la interpretación magistral.
Sin embargo, en la segunda parte, todo pareció cambiar. ¿O era sencillamente que nos habíamos acostumbrado a ese Chopin que Pogorelich nos había ido construyendo como oyentes en la primera parte? El comienzo de la Fantasía en Fa menor op. 49, resultó, por contraste, matizadísimo, un punto manierista, resaltando la disonancia, y, de ahí, un despliegue magistral de todo el discurso de la obra. Pogorelich frenó al final los amagos de aplauso y tocó las dos piezas que quedaban sin solución de continuidad. Una Berceuse en Re bemol mayor op. 57 absolutamente delicada, maravillosa, mágica y libre, y la Polonesa fantasía en La bemol mayor op. 61 tan brillante —¡ahora sí todos los contrastes!— como heterodoxa. Tras un aplauso entusiasta que él mismo frenó de nuevo pronto, interpretó dos propinas cuya partitura sacó de inmediato, como si pensara tocarlas de todas formas. Quizá plenamente relajado, fueron acaso lo mejor del concierto junto con la Berceuse: el Preludio en Do sostenido menor op. 45, que supuso casi una reflexión intelectual sobre el hecho mismo de interpretar el preludio, y el Nocturno en Mi mayor op. 62 nº 2, quizá su interpretación más bellamente, ortodoxa, maestra, de la noche.
En la verdadera magia de un recital efímero, nunca podremos decir si el intérprete fue de menos a más o si fue quien escuchaba el que realizó semejante viaje de perfeccionamiento.
José Manuel Ruiz Martínez
(Foto: Fermín Rodríguez)