GRANADA / María Dueñas y la OSG: sorpresas que no lo son tanto

Granada. Palacio de Carlos V. 23 y 25-VII-2020. 69 Festival Internacional de Música y Danza de Granada. María Dueñas, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Directores: Juanjo Mena y Dima Slobodeniouk. Obras de Beethoven
Con dos conciertos con programa íntegramente beethoveniano hacía su debut la Orquesta Sinfónica de Galicia en los sesenta y nueve años de historia del Festival Internacional de Música y Danza de Granada. En el primero de ellos, dirigida por Juanjo Mena y en el segundo por su titular, Dima Slobodeniouk. Y en ambos mostrando esa calidad tan especial que la ha hecho situarse en lo alto del escalafón de las orquestas españolas.
Para la primera cita se contaba con la participación como solista del Concierto para violín de la muy joven María Dueñas (Granada, 2002), que evidenció cómo su carrera puede ser extraordinariamente importante, de que su paso de Paganini —que ya había tocado con la misma orquesta recientemente— a Beethoven es también la demostración de que al poderío técnico se une cada vez más una hondura de concepto nada habitual en alguien de su edad. Sonido cálido, amor al riesgo controlado desde una técnica irreprochable y, por si fuera poco, cadenzas propias en lugar de las habituales de Kreisler, demostración palpable de saber lo que se quiere. Ojalá la cuiden sus mentores porque tienen entre manos un tesoro. Antes del Concierto, la OSG y Mena, que mostraron una evidente afinidad, negociaron con enorme solvencia la Obertura de “Egmont” y ofrecieron una excelente Séptima Sinfonía, rítmicamente impecable —como debe ser natural— en la que destacaron las maderas, una sección que —sin olvidar la bien trabajada cohesión de sus cuerdas— parece tener en esta orquesta un peso muy específico.
Con unas palabras dedicando el concierto a la memoria del recientemente fallecido primer trompetista de la OSG, John Aigi Hurn, Dima Slobodeniouk comenzó con una Obertura “Coriolano” de especial aire épico. Desde el principio se pudo apreciar en el maestro ruso-finés ese equilibrio entre el control de la obra, tanto en medida como en dinámica que reflejan sus maneras en el podio. Gesto y sonido se correspondían con manifiesta coherencia. Iguales cánones empleó en la conducción de la Primera sinfonía, a la que quiso darle ese aire clásico que destila —especialmente en el Menuetto— sin dejar de apuntar cierta impaciencia en el tempo, tal vez en su deseo de descubrir su incipiente carácter de Scherzo. Nuevamente oboe, flauta, clarinete y fagot mostraron, individual y colectivamente, sus buenas credenciales en el Trío. La escueta representación numérica del registro grave de la cuerda se resolvió bien en los forti con una destacable homogeneidad en afinación y expresividad en violonchelos y contrabajos, cualidades que permitieron al oyente aceptar esa disminución de elementos, quizá menos justificada después ante las necesidades de plantilla que exige la Tercera Sinfonía. En esta, Slobodeniouk desplegó todo su arsenal técnico, resolviendo desde el servicio al estricto discurso musical los problemas de anticipación y reacción que plantea el alternante discurso de tensión y distensión tan característico que aquí prodiga Beethoven. En ese sentido fue modélica su interpretación de la Marcia funebre. Prescindiendo de la batuta, quiso darle una especie de sentido coral a la sensación de quietud emocional que contienen sus pentagramas, antes de conducir con extrema delicadeza su motivo central, sacándole el máximo partido a las maderas antes de ese sereno pasaje fugado que dirigió con elevado dramatismo, ayudado por la buena ejecutoria de unos metales de elocuente sonoridad. Todo ello quedó de nuevo de manifiesto en el Trío del tensionado Scherzo antes de afrontar un Finale magníficamente resuelto. Se confirmaban así, sobradamente, las excelentes referencias sobre la calidad musical de Slobodeniouk.
(Foto: Fermín Gutiérrez)